La reacción generalizada de los perros es de susto, de escupir la comida que tenían en la boca y de alejarse rápidamente. No se quedan a investigar, a identificar al presunto difunto.
Muchas personas se ríen de las escenas, pues el guion se repite varias veces con distintos perros. A otras personas se les escapa una expresión de ternura, un «¡qué lindos los perros!». Otras personas piensan que es una broma de mal gusto para tan nobles y leales amigos.
¿Por qué reaccionan así los peludos?
Lo primero que debe reconocerse es que no se trata de un comportamiento aprendido. No fueron entrenados ni contemplaron la escena en otros animales. Simplemente reaccionaron por instinto primitivo.
Los mamíferos, para no entrar en muchas cuestiones biológicas, compartimos bastantes cosas. Y una de ellas es el sistema límbico, donde se realizan funciones básicas sin las cuales sobrevivir sería imposible. Allí residen instintos hereditarios como el de la conservación. Por eso no necesitamos aprender a respirar cuando salimos del útero materno. Venimos programados para abrir nuestras vías respiratorias en ese momento crítico. Si lo hiciéramos antes, nos ahogaríamos en el medio líquido donde vivimos los pasados meses. A primera vista parece algo milagroso. ¿Qué nos da la señal?
Otro instinto heredado es el miedo. Lo normal es que esos instintos se sobrepongan a acciones racionalizadas. Muchas veces nuestra adaptación social y hasta el rumbo de nuestras vidas pueden depender de que racionalicemos las cosas y consigamos vencer el miedo.
La actual pandemia de covid-19 nos está dejando muchas lecciones fundamentales para la supervivencia. Los desequilibrios ecológicos que como especie le estamos causando al planeta harán que este responda de maneras inconcebibles hasta que aparezcan frente a nuestras narices. Es muy temprano para afirmar categóricamente que la covid-19 es resultado de los trastornos ambientales, pero hay sospechas bien fundadas. Seguramente vendrán más cosas y debemos aprender a vivir con ellas.
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Hay que vigilar que la combinación de instintos básicos y la racionalización (una función cerebral superior) no jueguen en nuestra contra. Por ejemplo, el terror a las agujas puede ser una razón, admitida o no, para no vacunarnos. Nos toca convencer al cerebro de que ese miedo es infundado, para lo cual tenemos muchas evidencias que el cerebro puede procesar. Sucede lo mismo con los miedos a las alturas, a las arañas, a que le descubran la clave del celular…
Existe el peligro de que las cosas se compliquen y de que hasta bloqueemos algunas racionalizaciones. Nadie en su sano juicio quiere morir: eso es claro. Así, si nos dicen que vacunarnos contra la covid-19 (o contra cualquier otra amenaza) puede salvarnos la vida, pareciera que tomar la vacuna resulta ser la mejor decisión. Pero no es así y podemos terminar por bloquear nuestro propio instinto natural con convicciones sin sustento sólido.
¿Por qué escribo sobre esto? Porque veo con espanto cómo he perdido seres queridos en esta pandemia. Comenzó de manera dispersa. Se murieron personas conocidas, luego amigas. Después, algún familiar de aquellas personas. Ahora se mueren familias completas.
Sin embargo, aún hay quienes niegan que la vacunación pueda salvarnos o salvar a personas de nuestro entorno. «Hasta que les toque en carne propia se van a convencer», decíamos no hace mucho. Hoy vemos a personas de todo tipo que desde una camilla reconocen su error e invitan a vacunarse. ¿Eso nos salva con seguridad? No. Ni siquiera garantiza que no nos vamos a contagiar. Pero la evidencia (esa racionalización que bloqueamos) indica que los efectos de la enfermedad serán menos severos.
Venza sus miedos. Supere esa fase de instinto básico. Téngale más miedo a contagiarse que a vacunarse y actúe en función de eso. Vacúnese para proteger su vida y las de su entorno. Evite las aglomeraciones amigas o no. Use mascarilla aunque tenga la vacuna. Seamos más racionales que animales.
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