Con el propósito de superar los vicios de las corruptas dictaduras militares, la Asamblea Nacional Constituyente de 1985 forjó tres instituciones para velar por la democracia y el respeto a los derechos humanos: la Corte de Constitucionalidad, el Procurador de los Derechos Humanos y el Tribunal Supremo Electoral. Las tres dan cátedra de los riesgos que corren la democracia y los derechos en Guatemala. Su función se mantiene vital en un proceso electoral amenazado por las mafias del narcotráfico, de la corrupción, del nepotismo, todas coincidentes en su tendencia a la violación de los derechos humanos, a la violación de tus derechos.
La limpieza del proceso electoral es la columna vertebral de la democracia. El voto es el mecanismo más obvio de participación y para muchas personas es el único espacio mediante el cual ejercen su poder. Al emitir el voto se hace más que expresar una opinión: se entregan funciones y recursos a ciudadanos que tomarán decisiones con impacto directo sobre nuestra vida individual, pero también colectiva. En su voto usted es responsable de su futuro y del de 19 millones de habitantes diversos en etnicidad, historia, religión, sexualidad, residencia y hasta afición deportiva. Por eso las elecciones son asunto de Estado, no de Iglesia.
La reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos se ha hecho sentir a pesar de ser parcial y de que su cumplimiento se ha visto vulnerado. El Tribunal Supremo Electoral, la Corte de Constitucionalidad y la Corte Suprema de Justicia han tenido un alcance limitado para garantizar que en las cinco papeletas del 16 de junio encontremos únicamente a personas idóneas entre las cuales elegir. La responsabilidad de la depuración final queda en nuestras manos. Dejaremos de votar por el que va a ganar y con dignidad vamos a elegir por convencimiento a las personas y a los partidos cuya conducta da cuenta de su idoneidad.
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En innumerables conversaciones cotidianas en que nos preguntan y preguntamos por quién votar atestiguamos las enfermedades mentales que nos atacan. El primo piensa votar por el doncito canoso para que cumpla su sueño de ser presidente antes de morir. El piloto de Uber no piensa votar porque siente que el alcalde no le afecta. Un montón votarían por la guapa y o por el que tiene planta de chico malo. Lo peor es el candidato que apenas ha hecho campaña, pero que se pinta de donjuán recorriendo los barrios marginales de la ciudad. Vuelvo y repito: las elecciones son asunto de Estado, no de Iglesia ni de fetiches ni de antojos. No es momento de acomodarse en lo viejo conocido, que, como sabemos, está corrompido, y mucho menos es el espacio para terapia de codependencia.
A pesar de toda la suciedad que pasó los filtros, estas elecciones sí ofrecen alternativas dignas y limpias. Es momento de elegir presidencia, diputaciones y alcaldes entre candidaturas valiosas e idóneas. Son aquellas que se encuentran en las encuestas luego del cuarto lugar. Están allí porque no han contado con financiamiento electoral ilícito, no acuerpan propuestas populistas que apañan homicidios, no se aprovechan de la plataforma política de papi, no usan el dinero de la Municipalidad para su campaña. Estas opciones son coherentes en asuntos claves para el bienestar de la democracia y los derechos tuyos, míos, de nuestras hermanas y nuestros hermanos. Apoyan la lucha contra la corrupción de forma abierta y frontal, apoyan la educación integral en sexualidad como un ejercicio ciudadano que se fundamenta en la dignidad humana, reconocen y respetan la diversidad en todas sus manifestaciones y cuando hacen campaña se refieren a asuntos de Estado, no de Iglesia. Se muestran como equipos de trabajo, no como caciques.
Nos hemos propuesto una utopía colectiva, una Guatemala florecida. Superar siglos de tradición colonial sentada en las bases de esta sociedad racista, excluyente, machista, segregada étnica y económicamente, tolerante de la violencia y de la corrupción tomará tiempo y batallas, muchas batallas. Este proceso electoral es una batalla más que se debe ganar votando con dignidad.
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