Mientras tanto, Braulia Thillet aclara: «Lástima que los que critican los bloqueos, no hacen referencia al bloqueo del futuro de Guatemala. Un bloqueo de carreteras dura días. El bloqueo del futuro de la gente que tiene que emigrar dura toda una vida».
Estimo que Braulia, una graduada del Colegio de México y consultora en temas sociales, ha dado en el blanco: solemos preocuparnos más por las enfermedades de la epidermis, que se miran a flor de piel, sin embargo, la metástasis cancerígena podría apoderarse de todos los órganos y porque no la vemos podríamos estar ignorándola. Los aparatos ideológicos pretenden cegar la mente colectiva.
Algo así sucede en el campo de lo social, aun cuando no mirar a los grandes males es un valladar ideológico, pretendemos no mirar a las causas estructurales, porque sencillamente estas afectan a los grandes intereses de las élites que dominan. El papel de la ideología es adentrarse en la mente y comportamiento de la gente y ocultar los reales problemas de la sociedad. La ideología se afianza por el lado y el apoyo de los sectores dominantes. Los poderosos tiran pistoletazos de dólares en información, propaganda, religión e ideas para desviar la atención en los grandes males sociales.
Por el contrario, las utopías se plantean desde los sectores descontentos, y si no están bien edificadas se quedan en el sueño. Cuesta forjar utopías reales, con seriedad y sin fanatismos. Los 48 Cantones y las autoridades ancestrales se han aliado con los de moto, con los barrios populares, con la juventud; y contribuido con ello a forjar una utopía diferente a las del pasado reciente. Dependerá de la seriedad de los liderazgos que algo se mantenga y se pueda edificar.
Ello no sucede tan sólo por aquí, sino en Panamá, en México y otras latitudes. Lo que antaño parecía un asunto esotérico del orden social y del cambio mismo, se ha vuelto común en la juventud, en la gente que exige refundaciones. Hoy es la puja por un mundo sin corrupción y con elecciones de respeto. Mañana deberán ser otros temas más profundos.
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En los años 70, la respuesta contestataria de los movimientos sociales venía de la máxima que los de traje típico y cultura ancestral eran aquellos que conservaban las características del siervo colonial –La patria del criollo, de Severo Martínez, así lo impuso en las utopías de esos tiempos–, y la vanguardia y la esperanza eran los sindicatos proletarios. Hoy los sindicatos, principalmente los privados, solo subsisten y los públicos se encuentran acomodados y copando los altos privilegios del presupuesto de la nación, al igual que un puñado de cooperativistas convertidos en banqueros y magnates, aglutinados en instancias subsidiadas y poco prácticas de la estructura de toma de decisiones actual.
El mundo viene entonces dando muchas vueltas y resulta que las cosas no se dieron como se pensaba por aquellos tiempos. Pero lo cierto, hoy y ayer, es que los grupos de interés y las oligarquías, descendientes de Bernal Diaz del Castillo, de los hermanos de Pedro de Alvarado y herederos directos y arrimados de los conquistadores, parecieran seguir tan campantes y sin cambiar el chip colonial y atemorizador de la tierra.
La crisis actual del pensamiento deviene de una interesante afirmación de Karl Mannheim, un teórico de las nuevas formas de pensamiento: «La intensificación de la movilidad social es la que destruye, en primer lugar, esa ilusión que prevalece en toda sociedad estática: que todo puede cambiar, pero que el pensamiento permanece eternamente inmutable».
Desde 2015 es eso lo que los obtusos y cínicos no llegan a comprender.
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