Institucionalizada en 1959, la carrera de las antorchas partía del obelisco o monumento a los próceres de la independencia, hoy en la zona 10 de la Ciudad de Guatemala, y el objetivo era llegar a Cartago, en Costa Rica. Era una remembranza del relato tradicional, según el cual, en 1821 un grupo de jinetes realizaron ese recorrido anunciando la independencia de España. Hoy los historiadores y académicos cuestionan esta narrativa tradicional, explican que quizá hubo un cambio nominal de conducción del poder, de manos de la monarquía española a un grupo de criollos, pero sin cambio de sistema ni transformaciones significativas. La creación de la República de Guatemala ocurriría más de 20 años después, como un episodio del enfrentamiento entre liberales y conservadores.
Sin embargo, la veracidad y la legitimidad históricas de la independencia de 1821 no son los aspectos que más preocupan de las celebraciones que se producen cada septiembre. Las movilizaciones en carreras y caravanas de antorchas preocupan porque, de manera recurrente, protagonizan tragedias en las que cada año pierden la vida corredores que son atropellados en las carreteras y caminos. También, continúan produciéndose tragedias por percances viales asociados a la sobrecarga de los vehículos y la conducción imprudente y a excesiva velocidad.
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También caracterizan estas actividades actitudes abusivas de los jóvenes que participan en las antorchas, quienes lanzan objetos y bolsas de agua, insultan y agreden verbalmente a otros transeúntes, y no han faltado incidentes de vandalismo. Así, en no pocas ocasiones, las carreras de las antorchas han dejado de ser la fiesta cívica institucionalizada en 1959, y han degenerado en espacios de desenfreno, en los que jóvenes descontrolados, lejos de su comunidad o residencia, agreden y faltan el respeto a las localidades por las que pasan, y dejan un rastro de basura, especialmente bolsas de agua, y personas agredidas. Basta ver la enorme cantidad de basura que estas caravanas de antorchas dejan en los alrededores del monumento del obelisco en las zonas 9 y 10 capitalinas, lo que impone una carga extra de trabajo a los empleados municipales que limpian las calles, los parques y los espacios públicos.
Por supuesto, esta reflexión no apunta a prohibir estas celebraciones, pero es claro que, en tanto continúen degenerándose en tragedias mortales y desórdenes agresivos, más y más voces se sumarán para suprimirlas. Por esto, es imperativo promover y divulgar la reflexión sobre la necesidad de recuperar su carácter y propósito original, que dejen de ser actividades viales mortalmente peligrosas, y que se ordenen y controlen. Urge que los organizadores impongan control responsable sobre el manejo de la basura, y adopten prácticas correctas para depositar los desechos, especialmente los miles de bolsas de agua que se consumen, en la forma y los lugares adecuados. Y, muy importante, que se guarde el debido respeto a toda persona, especialmente a los transeúntes que hoy son víctimas de vejámenes y abusos por parte de los corredores de las antorchas.
Así, quizá, se avance en lograr un poco de mayor consistencia en esas actividades juveniles que gritan amor a la patria, pero al tirar basura y agredir a otras personas, solo demuestran odio e irrespeto. Es imprescindible que la juventud sienta y piense que el amor a la patria va más allá del griterío, pintarse la cara y ponerse una camisola en los partidos de fútbol en los que juega la selección nacional. El amor a la patria es con trabajo honrado, ciudadanía activa y respeto. Enorme desafío.
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