Un año antes su padre, Guillermo Francisco Hall, había leído en la Academia de la Lengua Guatemalteca un avance del trabajo de Elisa y, según versión del periodista David Vela, «causó sorpresa por su modesto silencio hasta ahora». La modestia en los años treinta del siglo XX era más bien el conjunto de autorreflexiones intensas de una mujer que irrumpía en un campo literario dominado por hombres. Modestia significaba medir el campo, vencer los miedos. Y el silencio se vislumbraba como el camino acostumbrado para las inquietudes artísticas y vocaciones profesionales de las mujeres. La propia Elisa Hall de Asturias había querido ingresar a la Universidad para estudiar Medicina, pero, según testimonios familiares que recoge Gabriela Quirante Amores, desistió porque las expectativas sociales de la época le exigían otro camino.
Elisa Hall, que luego adopta el apellido de su esposo José Luis Asturias Tejada, perteneció a las élites culturales de la época. Vivió un tiempo en El Salvador como consecuencia de la persecución de la dictadura de Manuel Estrada Cabrera en contra de su padre. Según testimonio de Alberto Masferrer, la primera novela de Elisa Hall de Asturias se tituló Madre maya y fue escrita alrededor de 1929. El manuscrito está desaparecido.
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Semilla de Mostaza es una novela histórica que tiene como argumento las memorias de un personaje español que vivió en España en el siglo XVII, de nombre Sancho Álvarez de Asturias. Para ello, Elisa Hall utiliza una lengua arcaica difícil de leer y lleva a cabo una cuidadosa investigación de fuentes históricas. Tal vez la minucia de recrear una época antigua era el sucedáneo de la auscultación médica a la que no pudo acceder. Ir al detalle, saber de las anatomías de las épocas y de los cuerpos.
La novela es bien recibida después de su publicación, alrededor de octubre de 1938. Sin embargo, con el paso de las semanas, la prensa se llena de voces que dudan de la autoría de Elisa Hall. Los meses de noviembre y diciembre de 1938, y también enero de 1939, convierten a Elisa Hall en el centro de los rumores de la provinciana ciudad capital guatemalteca. En la vorágine de las fake news de entonces se llega a afirmar que Elisa comía sesos de niños.
La prensa que la acusaba de plagio, con César Brañas a la cabeza, utilizó argumentos tramposos. Que si una autora sin obra previa era capaz de escribir 416 páginas que implicaban una ardua documentación. Que si una autora, hasta ahora conocida en los círculos sociales por su belleza, podía haber escrito tal novela. Y algunos que quisieron defenderla, como Fernando Juárez Muñoz, buscaron errores en la obra para probar que sí era «la pluma de una mujer». Hubo defensas incluso que, con la mejor intención, reprodujeron también los rígidos roles de género en el propio vocabulario: «todo es perfecto en esta obra: la invención de la fábula bordada en seda y oro en el cañamazo de hechos reales». Es evidente el imaginario femenino de la costura.
La presión social en noviembre de 1938 llegó a tal punto que Elisa Hall invitó a periodistas a su casa para probar que ella había escrito la novela. Sinforoso Aguilar, que defendía la autoría de Elisa Hall, escribió una carta abierta a César Brañas y pone de manifiesto «la violencia ejercida contra esta dama, que en otras latitudes habría sido objeto de los más calurosos homenajes». Violencia de género en el campo intelectual en el lenguaje de hoy. Manuel Cobos refiere, en tal sentido, cómo en la redacción del El Imparcial los rumores de plagio pasaron a ser chiste entre los redactores.
Mientras tanto, otra escritora, Malin d´Echeveres, se inquietó porque Elisa Hall no articuló una respuesta a las acusaciones en la prensa y la retó a que se defendiera. Propuso que se consagrara durante 15 días a escribir a la vista de todos para tener una prueba fehaciente. Para ese entonces, Hall ya estaba escribiendo a contrarreloj pero en la privacidad. Terminó la segunda parte de Semilla de Mostaza en un año, la tituló Mostaza. Allí caricaturizó a algunos de quienes la calumniaron. Como arguye Gabriela Quirante Amores, la estrategia cambió y, entonces, se criticó la inferioridad de su escritura en comparación con Semilla de Mostaza. Es decir, se trataba de continuar minando la autoestima de Elisa Hall, quien barajó escribir una tercera novela, pero desistió. Así terminó su proyecto narrativo.
Me parece imprescindible, para quienes nos dedicamos a la escritura y para quienes leen literatura, regresar a este momento epocal. Pensar qué ha cambiado y qué no. Qué espectros de minorización perduran frente a la autoría de mujeres. Cómo entre las propias colegas también opera la ansiedad en un ambiente hostil para la escritura. Y es que es necesario reflexionar sobre el largo camino recorrido por mujeres para acceder a la literatura que, como sabemos, no se circunscribe a la obra propiamente dicha, sino también a las editoriales, las librerías, los periódicos, los jurados de premios, los críticos y las críticas literarias, que legitiman o no ciertas autorías.
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