De duelos y sistemas domésticos (o terrenos en maceta)

  [Corte. Interior doméstico, plano fijo. Luz blanca. Sonido ambiente].

La madre de una amiga vive regalándole plantas. Quizás es su forma de decirle que quiere nietos. Ella —para no tener que tener hijos —las riega y les habla todos los días, pero siempre se le mueren. Las plantas, no los hijos. Su mamá dice que «no tiene la mano». De mi parte, por no tener hijos, tengo perros. Ahora estamos en la fase de las hembras, para tratar de ganarle al patriarcado.

Cuando las plantas de mi amiga quieren cariño, cambian de color y liberan compuestos como suspiros vegetales. Cuando Pía quería cariño rascaba el brazo hasta que uno le acariciaba la entre-patita o detrás de la oreja y ella cerraba los ojos. Y si parabas volvía a rascar. Una y otra vez: una lección de insistencia afectiva. Cuando yo quería cariño, dormía sobre su almohada mientras ella descansaba su cabeza en mi hombro. Como poniendo un peso sobre los días para que no se nos escaparan.

[Nuestras «casas» son un entramado de relaciones afectivas, de cuidado, dependencia y cohabitación].

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Como las plantas de mi amiga saben que se van a morir, observan con sus hojas sin ojos a mi amiga para aprender cómo despedirse. La tierra se entera primero y  llama a las lombrices emanando olor a sánguche de queso kraft y café pre-endulzado. Como Pía sabía que iba a morir, su sombra empezó a proyectar la forma de un limonero. La manta de la butaca del comedor aprendió la marca de su peso mientras limpiábamos el parquet con cloro y desinfectante de almendra.

La llevamos al veterinario por otra cosa, como mi amiga lleva sus plantas al balcón. Pero Pía tenía un gusanito en el corazón.

Cuando a mi amiga se le muere una mata, organiza un funeral e invita a todas las plantas. No la entierra porque ya vivía enterrada y la gracia es cambiar. Luego recicla la maceta con otra mala madre o unas chatías. Uno cree que el duelo es algo que se siente, pero a veces es algo que se acomoda: los objetos que cambian de sitio, los horarios que dejan de tener sentido. Se pierde una pieza relacional del sistema —la co-compañía.

[El duelo es la reorganización afectiva que provoca la ausencia].

Como diría Donna Haraway, nuestras casas son nudos de cohabitación más que linajes. Algún día la mamá de mi amiga entenderá que no va a tener nietos, sino sistemas domésticos. Que el amor también puede heredar terrenos en maceta y que en vez de sangre a veces nos une la cotidianeidad y el riego, el paseo, el entierro y los sanguchitos de queso. Y que rescatar, al final, es otra manera de ser rescatados porque cuidar es la forma más íntima que tenemos de seguir(nos) vivos. 

[Plano final. Contraluz. El brazo que se rasca solo, sin respuesta].