Sus homólogas femeninas fueron admitidas hasta la siguiente edición, en 1900, en los primeros Juegos de París. Pero con la creación de esta categoría «femenina» (cuestionable, ya veremos más adelante) surgieron prejuicios contra las mujeres y sus cuerpos, que perduran aún en 2024. Esta columna de historia del deporte se escribió con base en los análisis de la socio-historiadora francesa Anaïs Bohuon, investigadora en la facultad de Ciencias del Deporte en la Universidad Paris-Saclay.
La «desdeportivización» de las mujeres
Durante el siglo XX, a medida que se permitió a las mujeres participar en más deportes de alto rendimiento, se instaló el temor de que perdieran su feminidad, fueran demasiado musculosas o se volvieran estériles. A partir de los años 1930, las hazañas de ciertas atletas hicieron sospechar que algunas de ellas no fueran mujeres. Por esa razón, se introdujeron las «pruebas de feminidad», como explica Anaïs Bohuon en su libro Le Test de féminité dans les compétitions sportives. Une histoire X ? (La prueba de feminidad, ¿una historia X?)
Los discursos médicos europeos del deporte de alto nivel simplemente partieron del principio de que las mujeres son más débiles, menos resistentes, menos rápidas y menos robustas.
Según Bohuon, todo se hizo para mantener a las mujeres en una categoría más débil y describe ese proceso como la «desdeportivización» de las mujeres. Este proceso se estableció con las exigencias siguientes: el deporte femenino tiene que ser fluido, suave, elegante; es decir, que las normas de género y sexo establecidas en el inconsciente colectivo masculino y blanco tienen que mantenerse intactas.
Esta forma impuesta por esos médicos hombres influyó a lo largo de los años, en el entrenamiento de las mujeres. Por ejemplo, si se decide que las mujeres ganan el partido de tenis en dos sets y no en tres, como con los hombres, el entreno es diferente.
Sin embargo, Anaïs Bohuon comenta cómo la boxeadora Violette Morris en los años 1900-1907 combatía contra hombres y ganaba partidos. En 1927 hasta ganó el Bol d’Or, una carrera automovilística. En ese momento solo existían tres disciplinas mixtas en las olimpiadas: vela, tiro y equitación.
En vela, por ejemplo, las deportistas Florence Arthaud y Ellen Mac Arthur han ganado en competiciones mixtas; dicho en otras palabras, han vencido a hombres. En 1992, en las olimpiadas de Barcelona, en la disciplina aún mixta de tiro (el tiro al plato) la competidora Zhang Shan ganó ante siete hombres. Cuatro años más tarde, en las olimpiadas de Atlanta, la disciplina ya no fue más una categoría mixta: la Unión Internacional de Tiro prohibió a las mujeres disparar en competiciones con hombres.
En 2021, en surf XXL, dos mujeres surfearon las olas más grandes del mundo, Justine Dupont y Maya Gabeira. Luego de esas hazañas espectaculares, el mundo profesional del surf, en lugar de arrojar toda la luz sobre ellas para eventualmente demostrar cómo ese deporte puede empezar a ser mixto, decidió premiar la competencia de forma no mixta.Decidieron premiar por separado a hombres y mujeres que surfean las olas más grandes, otorgando un premio para cada categoría.
Es decir, se ha normalizado que el deporte de alto nivel sea la única práctica social en la que la no mixidad (de mixité, en francés) es la norma dominante.El mundo no estaba preparado para esos logros porque los médicos hombres europeos, que habían impuesto las reglas a principio del siglo XX, en un afán de higienismo y de regeneración de la nación, como lo explica Anaïs Bohuon, habían prescrito actividades físicas y deportivas, consideradas «seguras y apropiadas» a mujeres.
Se buscaba que las actividades físicas no impidiesen, en algún modo, las actividades procreadoras de las mujeres. En realidad, estos hombres legitimaban así la aplicación de los controles de género donde las mujeres tenían que cumplir normas de una feminidad patológicamente defectuosa, como lo comenta Bohuon. Se expone que los cuerpos de las mujeres son más propensos a enfermarse, son más débiles, limitados por su pelo, sus pechos, sus caderas, o impedidos por sus menstruaciones, sus embarazos, o su maternidad.
De hecho, en 2024, aún se afirma que una mujer que brilla en el deporte, «destaca como un hombre». Como lo explicó el medio guatemalteco Ruda, es un problema que el tirador que consiguió un bronce, Jean-Pierre Brol haya afirmado que la tiradora, medallista de oro, Adriana Ruano disparó «tan fuerte como los hombres». Ese pensamiento de masculinidad hegemónica invalida que la feminidad pueda ser fuerte, exitosa y segura.
Luego, a lo largo del siglo XX se impone a las deportistas de alto nivel, exámenes ginecológicos y pruebas de feminidad donde se les evalúa su potencia muscular así como su capacidad respiratoria. Todo está dicho: si muestran demasiada potencia o capacidad, no son mujeres. Para ser mujer, su potencia debe estar por debajo de la de los hombres.
La federación de atletismo finalmente decidió cancelar esas pruebas. Sin embargo, en lugar de confirmar que se trataba de pruebas que violentaban a las mujeres y buscar otras soluciones, como eventualmente, un «género de deporte» —como lo propone la historiadora, es decir, una categoría independiente del género social o del estado civil—, se impusieron nuevos «controles de sexo» a partir de las Olimpiadas de México 1968. Para esos Juegos Olímpicos, se decidió que una persona sería considerada mujer si tenía cromosomas XX, e instauraron una prueba llamada de los corpúsculos de Barr cuando treinta años antes la endocrinología ya la había calificado como poco confiable.
A partir de los años 60, el mundo del deporte descubre la intersexualidad. Efectivamente, según la ciencia, sexo biológico no es binario, en realidad, ¡la naturaleza ofrece un abanico de posibilidades! Entonces, ¿qué hacer con las mujeres que resultan ser XY, que producen una cantidad elevada de testosterona? Esto solo constata que la definición biológica del ser mujer u hombre, no funciona.
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En agosto de 2009, Caster Semenya ganó los 800m en la categoría mujeres en 1’55’’45’’’. Inmediatamente empezaron las sospechas sobre su feminidad. Lo que resulta verdaderamente horroroso, la violencia que tuvo que soportar, y lo admirable de su fuerza mental para sobrellevarla. Se le reprochó ser demasiado peluda, de no tener nalgas, caderas, etc. La federación de atletismo le impuso, a sus 18 años, un sin fin de pruebas.Cuando al fin se descubrió que presenta una hiperandroginismo femenino, la federación impone entonces un reglamento para ese tipo de circunstancias, en donde las personas que lo presenten deben regular sus tasas hormonales. Se les pide tomar hormonas para bajar su tasa de testosterona a pesar de que estos tratamientos puedan tener efectos secundarios como trastornos diuréticos, resistencia a la insulina y demás. Se continúa así con la teoría de la inferioridad biológica de las mujeres y con un deseo ilusorio de equidad que nada más genera exclusión y segregación en la categoría mujer. La norma que domina es la categoría hombre; sin embargo, jamás ningún hombre es considerado demasiado viril, resistente, musculoso, potente, o rápido a pesar de que se sabe que hay atletas hombres que producen más testosterona que la media.
La transidentidad
El deporte feminino, por el mismo sistema patriarcal, siempre ha tenido menos importancia que el deporte masculino (menos horas de retransmisión, premios en efectivo menores, etc). No fue hasta que, por cuestiones de transidentidad, el mundo se interesó en este.
En estas últimas olimpiadas, participó un atleta quien tuvo una sentencia de cuatro años de prisión por la violación de una menor de 12 años y que logró su libertad tras solo 12 meses de encarcelamiento (delegación de los Países Bajos). No hubo ningún tipo de pronunciamiento al respecto, porque la problemática en este tipo de eventos, parece ser únicamente o la transidentidad o las atletas que «no parecen mujeres».
Guste o no guste, las personas trans siempre han existido en el mundo del deporte. Está el ejemplo de Lia Thomas, quien sufrió ciberacoso por ser una nadadora transgénero; es decir, por haber decidido adoptar un género que no corresponde al sexo que se le asignó al nacimiento. Lia Thomas sufrió ese ciberacoso a pesar de que mujeres cisgenero (con el mismo género que el sexo que se le asignó al nacer) hayan obtenido mejores resultados que ella.
Para cierto público, esas cuestiones son más importantes que las violencias que pueden vivir las mujeres en el mundo del deporte. Las federaciones argumentan que las mujeres trans tiene ventaja física (ya vimos que es más complicado que eso y que pueden haber mujeres cis que la tienen), pero entonces, ¿por qué la federación internacional de ajedrez en agosto decidió excluir a las mujeres trans en las competencias de mujeres?
En cuanto a los hombres trans en el mundo del deporte, no son considerados «peligrosos». Porque aún son parte de la categoría dominada (mujeres), a la que se le asignan características inferiores. Estas personas no ponen en peligro la jerarquización sexual, ni se cree que tengan una ventaja física que les permita ser excelentes en la categoría dominante, a pesar de que los hombres trans toman tratamientos de testosterona. Sin embargo, siguen siendo vistos, no como hombres, sino como personas asignadas como mujeres al nacer. Incluso se les advierte, particularmente en los deportes de contacto, sobre los riesgos que corren al participar en la categoría masculina.Una vez más, estamos hablando de la inferiorización del sexo femenino, es decir, del sexo asignado al nacer.
No suficiente con todo esto, también es importante notar cómo este tipo de problemáticas va mucho más allá, en vista de la discriminación que enfrentan las mujeres no blancas. Las mujeres racializadas sufren más acoso y discriminación en el deporte, como es el caso de Imane Khelif de Argelia, Caster Semenya de Sudáfrica, Dutee Chand de India o Lin Yu-ting de Taiwán. Recomiendo leer otra columna de la periodista antirracista y antipatriarcal Sher Herrera, en Volcánicas.
Esperemos que los niveles de odio hacia los cuerpos de las mujeres cesen de una vez. El control sobre los cuerpos femeninos, basado en definiciones arbitrarias de feminidad, tiene que terminar. Los estereotipos raciales impuestos por médicos hombres blancos a principios del siglo XX deben desaparecer. Ya es hora de comprender y aceptar la variabilidad de las corporalidades.
La lucha debe centrarse en denunciar y poner fin a las violencias sexistas y sexuales, en garantizar que las mujeres obtengan premios de igual valor en las competencias, que haya mejor difusión del deporte femenino, más patrocinadores y mejores estructuras profesionales para las mujeres.
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