Los filósofos y pensadores de la naturaleza humana siempre han intentado reflexionar sobre la bondad y la maldad, por lo que se han producido muchas reflexiones que intentan desentrañar el origen del mal y de la bondad. Más recientemente, la ciencia también se ha encargado de reflexionar sobre las bases del mal, por ejemplo, el clásico libro de Richard Dawkins afirma que tanto la bondad como la maldad son dos formas de sobrevivencia que se afincan en la base genética, por lo que la selección natural de los más fuertes tiende a reproducir los comportamientos dominantes que han servido para la reproducción de los individuos. Desde esa perspectiva genética, el egoísmo y la maldad son inherentes a la naturaleza humana, y esta conclusión la comparten muchos filósofos políticos tales como Platón, quien con su relato del anillo de Giges concluye que la bondad está en relación con el control que ejercen los demás, por lo que la maldad está incentivada por la invisibilidad. Hobbes era igualmente pesimista con la naturaleza perversa del hombre, por lo que elaboró la metáfora de que el hombre es el lobo del hombre, y la consecuencia de ello es la guerra de todos contra todos.
La llegada de internet y la posibilidad que otorgan los buscadores como Google han permitido conocer de primera mano esta tendencia de los seres humanos a la maldad: Jaime Rubio Hancock utiliza el mito del anillo de Giges para hablar del efecto de desinhibición online, explicando que cuando las personas están solas frente a sus ordenadores, tienden a comportarse sin restricciones morales. Una conclusión similar que aborda el libro «Todo el mundo miente», del analista de datos Seth Stephens-Davidowitz, quién afirma que cuando las personas buscan respuestas en internet, tienden a ser más honestos de lo que serían ante los ojos de los demás. Como diría el sociólogo Jon Elster, el qué dirán y las sanciones morales de la sociedad son un poderoso aliciente para la bondad.
Esta reflexión filosófica es pertinente para explicar a la sociedad guatemalteca, ya que debido a la forma en que se estructuran las instituciones que crean y aplican las leyes, la sociedad está atrapada en lo que el politólogo Guillermo O’Donnell llamaría «el dilema del prisionero ampliado», una situación en la que pese a que todos quieren cambiar los males de la sociedad, en la práctica todos realizan las mismas acciones que antes criticaban, en especial cuando el entorno político e institucional está diseñado para comportarse de esa forma.
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El concepto de anomia ha sido usado desde hace varios años para describir el diseño de los Estados como el guatemalteco: una situación en la que, pese a que existen leyes que están diseñadas para evitar los comportamientos oportunistas que socavan la noción del bien común, en la práctica existen formas de alterar el espíritu de las leyes para garantizar la corrupción, el tráfico de influencias y el enriquecimiento ilícito, al punto que las sanciones morales ya no tienen ningún efecto. El dicho más conocido en el mundo político es que «la pena del que dirán pasa, el dinero queda». La impunidad es el norte real con el que se mueve el sistema político guatemalteco.
Con este antecedente teórico y práctico, es fácil entender el desafío que la sociedad guatemalteca tiene en la actualidad: existen buenas noticias como el hecho de que el ganador de las elecciones era la mejor opción disponible, a lo que se suma el empoderamiento ciudadano que ha llegado de la mano de las autoridades ancestrales de los pueblos originarios, pero el entorno anómico garantiza que prácticamente cualquier excusa pueda ser usada para atentar contra la transición de mando, tal como puede deducirse del complejo panorama político en que vivimos.
Pero incluso si Bernardo Arévalo finalmente lograra llegar a asumir el cargo para el que fue electo, el desafío estará en la fortaleza moral del nuevo gobernante y su equipo, que tendrá una dura prueba ante la tentación de un entorno diseñado para tentar a los más íntimos deseos y procurar el uso de los bienes públicos para fines sectarios y particulares.
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