El acontecimiento se compendió en un documento que fue firmado por cuarenta obispos de la Iglesia católica en la fecha referida. La mayoría fueron prelados latinoamericanos que participaron en una eucaristía en la Catacumba de Domitila después de una sesión que anunciaba ya la clausura del Concilio.
Según el Centro de Formación CEBITEPAL (Centro Bíblico Teológico Pastoral para América Latina y el Caribe): «El hecho comenzó por algunas reuniones de un grupo de obispos que, animados por el espíritu de la reflexión conciliar y el momento histórico que se estaba viviendo, se plantearon un nuevo modo de ejercer su servicio en la Iglesia»[1]. Se comprometieron entonces a llevar una vida despojada de haberes terrenales y con un horizonte pastoral orientado a los pobres y a los más necesitados. Podría decirse que fue el primer paso de la Teología de la Liberación en América Latina.
Son trece los temas torales de dicho pacto. Los resumo (basado en el artículo citado) a continuación:
1. Vivir según el modo originario de la población.
2. Renunciar a la apariencia y a la realidad de la riqueza.
3. No poseer bienes muebles ni inmuebles ni tener cuentas bancarias a nombre propio.
4. Confiar la gestión financiera diocesana a una comisión de laicos competentes.
5. Rechazar nombres y títulos que expresen grandeza y poder.
6. No aceptar privilegios ni primacías ni preferencias por los ricos y los poderosos.
7. Evitar o propiciar la adulación y la vanidad.
8. Entregarse de lleno al servicio pastoral de los grupos de trabajadores económicamente débiles sin perjuicio de otras personas y grupos de las diócesis.
9. Transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y la justicia.
10. Propiciar que los gobiernos pongan en práctica leyes, estructuras e instituciones sociales necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico de todas las personas.
11. Comprometidos a compartir, según las posibilidades de cada quien, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres, a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
12. Comprometidos a compartir la vida, en caridad pastoral, con sus hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que su ministerio constituya un verdadero servicio.
13. A su regreso del Concilio, dar a conocer en cada diócesis estas resoluciones, pidiéndoles a religiosos y feligreses su ayuda con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Supe de este Pacto de las Catacumbas el 13 de diciembre de 1981, cuando un fraile agustino (Fray Benjamín) que apoyaba al capellán del hospital donde yo me entrenaba en la ciudad de Río de Janeiro, Brasil, me contó del mismo. A decir verdad, me pareció muy utópico, pero este mismo fraile me presentó a un obispo brasileño que cumplía fielmente lo prometido. Años después, conocí a dos obispos que no fueron al Concilio Vaticano II, mas, fieles a ese nuevo modo de construir Iglesia, lo adoptaron como propio.
Hoy, a 56 años de haber sido refrendado tan trascendental documento llamado El Pacto de las Catacumbas, me pregunto si, ante la situación actual de muchos países de América Latina (los del Triángulo Norte, por ejemplo), poner en práctica el contenido de los numerales 10 y 11 de este buen pacto propiciaría que los obispos de las Conferencias Episcopales coadyuvaran a evitar la gran migración que hay hacia el norte de nuestro continente. Muchos pueblos están quedando deshabitados y las pocas personas que allí moran están sumiéndose en una terrible desintegración familiar.
Vale decir que dicho documento solo fue firmado por cuarenta obispos. En el Concilio participaron 2,450 prelados. Pero, hoy más que nunca, estamos urgidos de poner en práctica acciones similares que afronten las causas que provocan pobreza y migración. Medio siglo visto atrás, desde diversos espacios de reflexión evangélica (no solo conocimiento de la historia sin historiografía), podría proveernos un mejor discernimiento.
Hasta la semana próxima, si Dios nos lo permite.
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