Es imposible negar que Guatemala tiene varios rostros. Unos son de Guatemala adentro, cuyas prácticas socioculturales distan un mar de diferencia con las prácticas socioculturales del mundo capitalino, que cada día se expande más en un terrible contraste donde se arrostran territorios muy urbanizados y cinturones de miseria que los circundan. Aquí fincan los otros rostros, los que llamamos de La ciudad.
Desde uno a otro contexto no nos percibimos como iguales y sí con mucha desconfianza y recelo, temor y duda, incertidumbre y rechazo. Así, nuestros rostros tienen sus propias identidades, pero no hemos tenido una capacidad de vislumbrar la otredad con sus bondades y con la plenitud de sus capacidades. Esa manera de vernos y percibirnos nos ha impedido aprovecharnos como un todo. La visión occidental ha aislado la posibilidad de intercambiar conocimientos.
A manera de ejemplo citaré un párrafo acerca de la Comunidad Lingüística Q’eqchi’ de la obra El encantamiento de la realidad. Conocimientos mayas en prácticas sociales de la vida cotidiana (2007): «Según la Comunidad Lingüística Q’eqchi’ (2007), adscrita a la Academia de Lenguas Mayas de Guatemala, el pueblo maya Q’eqchi’, tiene más de diez siglos de asentamiento en lo que hoy son los municipios de Cobán, Chamelco, Carchá, Lanquín, Cahabón, Tucurú y Senahú. Por ello existen sitios arqueológicos prehispánicos en Chamha’ y Chichén en Cobán; Chikob’an en Tucurú; Chijolom en Senahú. En la época de la conquista, a esta área se le denominaba “las Verapaces”, una región ahora dividida en los departamentos de Alta y Baja Verapaz»[1].
¿Sabemos de estos sitios? ¿Estamos al tanto de que Verapaz era un solo territorio y fue dividido en Alta y Baja Verapaz durante el gobierno de Justo Rufino Barrios? ¿Conocemos el porqué de esa partición? Sé que muchos responderán con un rotundo no.
En Guatemala adentro se tienen prácticas socioculturales propias que, según la obra citada, tienen cuatro ámbitos que son los Mundos Sagrados, Territorio y Economía, Organización Social y Política y Comunicación y Arte. Ni se dude, hay otros ámbitos como la preservación de nuestra historia, y de ello doy fe porque mi infancia y mi adolescencia transcurrió en medio de dichos ambientes.
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Para la mayoría de las personas nacidas en la ciudad capital las regiones de Guatemala adentro sí se conocen, pero desde la efímera mirada de un fin de semana con propósitos puramente turísticos. Y la mayoría de quienes vivimos en el interior desconocemos de los flujos migratorios internos (sus causas principalmente) que obligaron a muchas personas a migrar hacia La ciudad. En consecuencia, no sabemos de sus necesidades, sus penas y de su constante angustia de existencia. Desde ambos escenarios hemos priorizado las diferencias y ninguneadas las similitudes. Sucede que, esos diferentes rostros de Guatemala están signados por dos razones. Los citadinos por la razón occidental, los de Guatemala adentro por la conciencia generada desde las cosmovisiones mesoamericanas, y esas cogniciones han estado separadas desde cinco siglos atrás.
Hoy, 26 de octubre, fecha en la que escribo este artículo, se está cumpliendo un mes de la tragedia sucedida debajo del puente El Naranjo. ¿Sentimos como propia semejante tragedia? Creo que no.
Para fortuna nuestra, nada es eterno. Ni las disrupciones referidas en los párrafos anteriores. Así, el lunes 2 de octubre del presente año dio inicio un movimiento popular liderado por los 48 Cantones de Totonicapán. Su propósito fue y es defender la democracia de Guatemala. Y, entre bloqueos y manifestaciones se dio un fenómeno excepcional: el encuentro de casi todos los rostros de nuestro país. Por primera vez en nuestra historia un movimiento abanderado por líderes de Guatemala adentro fue secundado por masas poblacionales citadinas y, sin faltar tropezones, hubo y hay más puertos de consenso que de disenso.
¿Dejaremos pasar la oportunidad? Creo que no. El encuentro se ha dado y debemos acrisolarlo para conocernos mejor, aprovechar nuestras capacidades y reconformarnos en un solo Estado-nación que privilegie nuestra dignidad como seres humanos.
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