Periodismo es una de las expresiones de la comunicación social. Sirve para transmitir información de interés específico o general. En ese marco, ha sido parte de las relaciones sociales a lo largo de la historia, pues saber qué y por qué ocurre algo siempre ha motivado la atención de la sociedad.
Los antecedentes del periodismo, que sentó sus reales en el siglo XX cuando sus canales de proyección se identificaron como medios de comunicación masiva, se remontan a la Edad Media y luego al desarrollo en los siglos XVIII y XIX. En un inicio los periódicos, después la radio, y, a continuación, la televisión, para más recientemente la internet, configuraron el espectro mediático.
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Dada la trascendencia e incidencia de los mensajes periodísticos, desde su seno surgieron iniciativas para implantar códigos éticos que, por un lado, los distanciaran de otras manifestaciones comunicacionales, como la publicidad y la propaganda, y por otro, los dotaran de herramientas que abonaran a un servicio que mostrara «la realidad de los acontecimientos». La palabra escogida para sustentar esta intención fue «objetividad».
Un paso relevante fue la incorporación de la carrera de periodismo en los estudios superiores, ya que conjugó teoría y práctica reforzadas con aportes multidisciplinarios que propiciaron un amplio manejo contextual por parte de periodistas nutridos en aulas universitarias. Gracias a esto, los medios impresos, radiofónicos y televisivos dieron un salto de calidad significativo.
Vale apuntar que el acertado proceso para estructurar contenidos periodísticos, es decir, la técnica, y el idóneo perfil de quienes los divulgaban producto de un trabajo en equipo que reunía las funciones de reportero/a, redactor/a, editor/a con el auxilio de especialistas del idioma, no derivó en la socorrida objetividad. Como «información es poder», desde siempre diferentes círculos sectarios idearon fórmulas para penetrar espacios periodísticos.
El párrafo anterior da para ahondar, pero por el momento me enfocaré en que el ejercicio periodístico exige capacidad y destrezas a quien informa desde la prensa en cualesquiera de sus entornos. Hoy, la Inteligencia Artificial se encamina, como mínimo, a automatizar a quien se esclavice a ella. Y es que con un clic puede sustituir habilidades que antes se conseguían con actitud, equivalente a la vocación, y aptitud, el aprendizaje académico.
Anabot y similares pueden traer grandes beneficios para el periodismo si no asumen el papel de «informar y opinar», como hacen fanáticos de la pluma y el micrófono que al enfundarse una camisola desvirtúan el servicio imparcial que deberían prestar. Sin embargo, al «mediar la mediación» que un/a periodista realiza entre hechos y sociedad, se enfilan, en una analogía con el balompié, a concretar un cambio: Si la máquina lo puede hacer, para qué recurro a un ser humano.
La Inteligencia Artificial es la gran invención. Partió de la computadora de mediados del siglo XX y en el primer cuarto del XXI corre, vuela y acelera. Ojalá, en la medicina y otras ciencias traiga lo mejor para la humanidad; y al emplearse en el periodismo, también ojalá sea para profundizar destrezas de las/los periodistas y no para limitarles, estrecharles o apagarles los recursos cognitivos.
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