Cada vez está más claro que lo que el gobierno de Trump está haciendo no es una simple revisión de su política de cooperación para el desarrollo, sino su cancelación. Aunque los fondos asignados a la Usaid eran tan solo alrededor del uno por ciento del presupuesto del gobierno federal de los Estados Unidos, representaba el caudal más grande de ayuda internacional para el desarrollo, alrededor de US$ 55 millardos. Aún no se dimensionan todas las aristas del impacto global y humano de su desaparición súbita, pero ciertamente son amplios, diversos y complejos.
[frasepzp1]
Un impacto que continúa creciendo y propagándose, porque los gobiernos de otros países están siguiéndole los pasos a Trump. La semana pasada, por ejemplo, el Gobierno del Reino de los Países Bajos anunció un recorte cuantioso en su cooperación internacional para el desarrollo, como parte de una ola regresiva que está reconfigurando el orden mundial: nada para el desarrollo, y todo para el comercio, las armas y las políticas xenófobas antimigración. Todo parece indicar que los esfuerzos integradores y el esquema de reglamentación global que se pretendió al final de la Segunda Guerra Mundial está llegando a su fin, para volver a uno de esferas de influencia de súper potencias de corte imperialista, al estilo del orden que se impuso durante el siglo XIX.
El golpe severo que en todo el mundo está sufriendo la sociedad civil independiente, es coherente con esta proliferación de regímenes autocráticos. Por supuesto, lo que acontece está siendo celebrado por masas seducidas por una miopía egoísta, el miedo a lo distinto, incluidos los migrantes, y desesperada por la inflación.
Una reacción natural, pero, me temo, equivocada, de los sectores progresistas y más afectados, incluida la sociedad civil independiente, es quejarse como si existiese una autoridad global que escuchase y fuera capaz de restablecer el orden. Comprender que esa figura, quizá a lo que en algún momento aspiró a ser el Sistema de las Naciones Unidas, hoy no lo es, y posiblemente nunca logró serlo como su Carta de 1945 lo planteaba.
El primer desafío que deben superar los sectores progresistas, incluida la sociedad civil independiente, es reconocer que lo que está ocurriendo se debe, en parte, y nada menospreciable, porque los perpetradores tienen una cuota de razón y de credibilidad. Casi todo mundo coincide que USAID estaba plagada de defectos, pero los gobiernos estadounidenses anteriores fueron negligentes en corregirlos, lo que, con el tiempo, dio paso a esta debacle. Se debe reconocer que se falló en una premisa fundamental: la autocrítica concienzuda.
Un segundo desafío es entender y aceptar que retornar al orden previo es imposible. Por su magnitud y rapidez, es prácticamente imposible detener, menos revertir, los procesos globales que ha desatado Trump. El orden mundial está cambiando, y es incierto cómo y cuándo terminará. Es decir, requiere entender y aceptar que lo que se daba por sentado en la humanidad, por ejemplo, la solidaridad internacional y el respeto a los derechos humanos, posiblemente hoy ya no es.
Y un tercer desafío, seguro entre otros más, es estar preparados para entender la naturaleza y la forma en que funcionará el nuevo orden mundial. Toca releer la historia, y volver a entender cómo la humanidad reaccionó a los movimientos masivos del egoísmo y la prevalencia de los intereses, por encima de la solidaridad y de la comprensión de cómo el desarrollo global beneficia a todas y todos.
¿Estamos preparados para un cambio del orden mundial?
Más de este autor