El deseo de mostrarse y observar a los demás genera una constante necesidad de atención y ser aprobado por otros. A veces, las imágenes que se comparten lo hacen con excesos de todo tipo, incluyendo actos y mensajes que pueden provocar fobias y reproducir violencias. Estas conductas, al difundirse con la facilidad que ofrecen los dispositivos digitales como el celular, la tablet o la laptop, se perpetúan de generación en generación dentro de la sociedad.
Las redes muestran la vida, el trabajo, las tareas, los roles, la cultura, los intereses, las «tendencias»… Un todo en un mismo espacio. La idea de perfección a través de la materialidad. La sobrevaloración de las cosas por sobre la vida se posiciona como una constante, Zygmunt Bauman (Siquiera un poco de humanidad | Plaza Pública) lo analizó y expuso como estar constantemente conectados como grupo, pero a la vez estamos solos.
El consumismo exacerbado e irracional forma parte de esta dinámica. Utiliza múltiples estrategias para captar al público y convertirse en algo «viral» o en «tendencia» dentro del mercado. Surge así una necesidad creciente y constante de adquirir ropa, accesorios, vehículos, viajes y toda clase de objetos materiales que prometen generar mayor «conexión», «felicidad» y «plenitud» en la vida cotidiana, bajo el lema implícito de que «es lo que mereces».
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Claro está, el uso irracional de las redes son la miel de sociedades de consumo sin filtros en muchos de los casos. La lucha contra la desinformación y la alienación a la materialidad es una constante personal y colectiva. Sin embargo, ante esta posibilidad de desastre de información circulando constantemente también es importante puntualizar la parte positiva de las herramientas digitales y canales de comunicación. Es innegable que el uso consciente de las redes sociales contribuye a la construcción de ciudadanía. Una de sus principales ventajas es la posibilidad de realizar denuncias ciudadanas de forma orgánica e instantánea lo que permite ver las realidades problemáticas de manera directa.
Así, es posible que el aprovechamiento reflexivo de las redes pueda aportar muchos beneficios a la población, cuya organización puede darse desde bases digitales. Parte de ello son los grupos de vecinos en plataformas como Facebook, cuyos espacios comparten información de sucesos o hechos en tiempo real. Asimismo, la capacidad de generar oportunidades de negocios, empleos e ingresos. Tal es la experiencia de grupos de emprendedoras, cuyos filtros de seguridad suelen ser aplicados por la misma comunidad que la integra, para el resguardo de las participantes, todo esto a modo de prevención de posibles situaciones de violencia a la que pueden verse expuestas. En años previos se han visto convocatorias de denuncia ciudadana cuyo resultado han sido un éxito para la cohesión y exposición de la queja pública en las calles, principalmente de mujeres y pueblos originarios.
En la actualidad sería difícil imaginar una vida en sociedad sin redes sociales; no obstante, estas no son la regla mundialmente. Según el XII Censo de Población y VII de Vivienda 2018 de Guatemala, los guatemaltecos suman 14.9 millones de personas, de las cuales 8.9 % son mayores de edad. A inicios del 2022, de acuerdo con datos publicados por Meta (matriz de la red Facebook) existen más de 8 millones de usuarios en el país. Sería importante indagar personalmente, y de manera general, ¿qué consume el guatemalteco en redes?
Ahora bien, se sabe que las redes sociales pueden ser manipuladas en favor de intereses particulares —ya sean políticos, comerciales, entre otros—, como quedó evidenciado en denuncias realizadas por algunos líderes del continente americano. Aún así, desde la organización local se ha observado que estas también pueden ser manipuladas por los propios usuarios, quienes, de forma masiva, definen qué contenido consumir a través de una conciencia social que busca contrarrestar tanto la desinformación que circula constantemente como la deshumanización que se ha ido naturalizando y perpetuando en la psique colectiva. Esta deshumanización, mediada por un simple «desliz» en la pantalla, convierte lo que ha sido «visto» en algo carente de «trascendencia»: situaciones tan sensibles como la vida humana ante la guerra, la pobreza o la desigualdad pasan frente a nuestros ojos sin generar la reacción que merecen.
En este espacio de interacción, cuyas contradicciones son constantes, yace la importancia de la información que recibimos, consumimos, producimos y compartimos. ¿Qué tipo de información deseamos hacer viral?
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