Dos gestos me llamaron la atención antes de la lectura. El primero, el diseño de la portada del libro consistente en un quetzal que alza el vuelo, y cuyos rasgos me recordaron los murales cívicos de Roberto González Goyri. Sin embargo, la edición del libro no es guatemalteca, sino a cargo de la editorial independiente mexicana fundada en 2020, Los libros del perro. El segundo rasgo fue el lugar elegido para la presentación, la Biblioteca Nacional, en donde se guardan fondos bibliográficos que forman parte de la memoria colectiva guatemalteca. En el mismo edificio funciona la Hemeroteca Nacional. Desde la presencia femenina, imposible no recordar en ese lugar a María Albertina Gálvez, quien fue directora de la Biblioteca de 1963 a 1966 y una crítica literaria notable. A ella se le debe, por ejemplo, el rescate de la poesía cosmopolita de María Cruz y la reconstrucción de su vida a través de París, Guatemala y la India en el libro emblemático María Cruz a través de su poesía (1961).
Es decir, el libro como objeto material y el espacio de la presentación aluden a un retorno generacional hacia una localización nacional. Si se compara la portada de esta antología con la realizada por Anabella Acevedo y Aída Toledo en 1999, Tanta imagen tras la puerta, que buscaba dar visibilidad a voces jóvenes (de distinto género), resulta evidente cómo el Quetzal de Novísimas marca una pertenencia nacional. En Tanta imagen tras la puerta la portada llevaba una foto de los restos de platos plásticos de McDonald´s con lo que se enfatizaba el contexto marcado por una globalización anónima y el impulso de políticas neoliberales ortodoxas a contraluz del final del conflicto armado. Novísimas nos señala visualmente un ciclo político y social diferente, que creo yo arranca en 2015 con las protestas ciudadanas y el redescubrimiento de imaginaciones nuevas de lo que entendemos como nación. La biblioteca dista de lugares alternativos o de una subcultura urbana. Hace presente una institucionalidad pública.
Todo antólogo o toda antóloga, como sostiene Leah Price, funciona a la manera de un mediador entre escritores, lectores y editores, que extrae fragmentos para darles un orden y una legibilidad. A través de estas funciones múltiples el antólogo induce a una nueva forma de lectura basada en la convergencia de distintos textos, con la certeza de que su mirada no es la única ni total. En una antología nunca se alcanza la representación absoluta. De ahí que resulte interesante detenerse en el prólogo de Sandra Álvarez, quien imagina la antología como un espacio de habitación compartida y una guía de viaje, esto es, un alero de cobijo común pero también una ruta asumida por estéticas y posturas en movimiento.
Como todo intento de representar voces nuevas o novísimas, este implica para el lector o la lectora transitar por superficies irregulares, para seguir con el giro espacial de Álvarez. Me refiero a la heterogeneidad en temas y formas, como también a la prevalencia o no de un estilo propio. El rango de edad de nacimiento entre 1988 y 2004 determina en tal sentido una mayor o menor experiencia en el proceso arduo de depurar los textos poéticos, más allá de la confesión de afectos. ¿Qué poéticas entonces se entrelazan en Novísimas? ¿Qué identidades conforman las voces antologadas?
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Al respecto, me llama la atención el trabajo con motivos poéticos ligados al espacio natural, como animales, flores, tierra y materiales extraídos del territorio cercano. Así, por ejemplo, el precario vínculo en la distancia es un «hilo masticado por animales de lengua húmeda y grande» (Candi Ventura). O desde una cosmovisión maya ancestral, en la renovación afectiva se apela al nahual Kan que «con sus plumas cósmicas aletea desde la profundidad de mi aliento» (Carmen Tocay Gómez). En esta línea, el deseo constituye materia carbónica «Quiero ser tizón, tetunte, leño y carbón/ quiero ser fuego, cenizas/ recuerdo (Obdulia Mariela Tax).
También la selva irrumpe como símil del territorio amoroso con base en el motivo del cuido: «Pido permiso al entrar a la montaña/camino con cuidado/para no destruir el hogar de las arañas» (Bárbara Escobar Anleu). O, asimismo, se especula sobre un acto poético «detrás de los ojos de un colibrí» (Merary Chay). Retomando la tradición de la poesía epigramática, Sofía Galindo nos dice en Ichak «La poesía es una hierba, sana».
Por otro lado, se advierte un filón social en ciertos textos, ya sea con una apelación colectiva a la resistencia popular o la emergencia de una memoria histórica. La cita a Otto René Castillo en la poesía de Maria Fernanda Sandoval, «Aquí no lloró nadie./ Aquí solo queremos ser humanos» o el primer verso de un poema de Ana Mildred González «Vengo de la clase obrera» son indicios de lo afirmado. Desde un acento feminista, se lee una voluntad de rememorar una genealogía de mujeres asesinadas, «Olvidan que la sangre se esparce por las orillas (…) El suelo no olvida. Jamás olvida» (Sofía Reyes Rozotto). En forma visual, la foto de la poeta Jesse Reneau tiene en un segundo plano rostros de mujeres desaparecidas y asesinadas en el conflicto armado, como la crítica literaria Rita Navarro.
No en vano, la última poeta que cierra el libro por cuestiones generacionales se focaliza en el cuerpo, el cual constituye un espacio, una frontera de múltiples conexiones y saberes. Emily Luca poetiza la reapropiación del cuerpo después de un largo exilio infantil determinado por la violencia familiar y patriarcal: «ni con el diccionario supe reconocer su significado: la palabra hija». Otro despojo fundacional es el arrebato del conocimiento por aquella violencia «Nunca aprendía a leer, mi abuelo dijo que no era necesario/No aprendía a escribir, porque mi tata dijo que nadie me leería» (Gabriela Gómez Pereira). El cuerpo fragmentado que niega cualquier dualidad alma-cuerpo o alma-mente lo desarrolla Josseline Pinto: «Mi mente de pie/Mi mente en plegaria/Mi mente hechiza o hechizada». El caos venido del cuerpo en la ciudad también está presente con Génesis Ramos.
Como la antóloga, mi voz se mueve en la selección para representar, y de allí que no abarque todos los textos antologados. Sí, me parece que, desde una mirada global, son menos las experimentaciones formales en contra de un discurso poético femenino heredado del siglo XX y más las contestaciones de fondo a lugares que propician la inmovilidad y la subyugación. Me parece que Novísimas es una lectura imprescindible para cartografiar los deseos, las aspiraciones y los límites de mujeres de generaciones nuevas que están construyendo un lugar (la literatura) para articular una manera de estar en el mundo. Ellas provienen de distintas regiones (Alta Verapaz, Quetzaltenango, Retalhuleu, Sacatepéquez, Sololá y distintos municipios del departamento de Guatemala) y más allá de las propias fronteras nacionales. Como enuncia Sandra Álvarez: «Guatemala cabe en todos estos poemas, pero estas poetas van más allá de los confines».
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