Pero los tiempos se ponen recios, en la tesis de Vargas Llosa, porque pareciera que existen grupos que trabajan todos los días por mantener el estado de cosas sin cambios fundamentales. Para ellos no caben las transformaciones, cualquier atisbo o indicio civilizatorio es rápidamente reculado, sancionado, condenado y hundido. Así, por ejemplo, propiciar un seguro obligatorio fue obligado a retirarse, principalmente, por grupos piratas; igual, el intento de iniciar un proceso de cultura de la clasificación de desechos fue condenado por la propia Corte de Constitucionalidad, acusándolo de inconstitucional en forma casi unánime.
En Guatemala se condena el futuro, y si no, se hipoteca o se pignora, acá la persistencia es el no cambio, la herramienta fundamental es la corrupción, el propósito clave es la impunidad. No se puede permitir a un Gobierno que intenta ciertas modificaciones que haga algo que impacte para mejorar el tejido social, no, eso es rebeldía, cuando la rebeldía debería ser la consigna para seguir adelante. La rebeldía debería ser el resorte que marque el futuro, que cohesione a la sociedad en contra de todos estos grupos que han hecho tanto daño al país y con ello destrozado el futuro.
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La sociedad consciente está ahí, ya tuvo la oportunidad de expresar su rebeldía abierta y consecuentemente. Las movilizaciones populares del año 2023 fueron una muestra indiscutible que la rebeldía nos une. Los barrios salieron a manifestarse en contra de estos grupos que atentan contra los pocos privilegios que la democracia nos ha otorgado y, además, la rebeldía está consignada en la constitución, es un derecho, así de claro. La visión de una sociedad rebelde apunta a cambiar las reglas del juego, se orienta a recrear una sociedad distinta, se inclina por conducir formas y reformas que apunten a generar ese, hoy lejano, bien común.
Ese bien común que está establecido en el Artículo 1 de la Constitución Política de Guatemala, ese esbozo tan interesante que apunta al bienestar, a mejorar las condiciones de vida de la población, ese bien común que significa un Estado fuerte, independiente, con recursos significativos derivados de una estructura tributaria distinta y progresiva y que trabaje por generar una dotación significativa de bienes públicos para la mayoría de la población.
Una sociedad rebelde demanda que se terminen los privilegios para los grupos económicos que han abusado de su poder desde la colonia y persisten en mantenerlos y ampliarlos. No les interesa el resto de la población, a la que ven con suspicacia, con desdén, con rechazo. Saben muy bien, y bien lo saben, que una sociedad rebelde y coherente puede articularse y convertirse en el actor que propicie cambios para rescatar su propio futuro.
Esta sociedad rebelde es la que debe nacer en este espacio en donde se conjugan la corrupción y la impunidad. Son factores que es imprescindible cambiar para siempre, para visualizar un futuro distinto. Un futuro en donde la sociedad sea el punto principal y, además, el sujeto que determine hacia dónde ir. No debe dejarse llevar por farsantes, ni por otros que todo cambio lo plantean de forma gradual. Tampoco por esos que hablan de inclusión social, pero aprovechándose de la sociedad, de la población decente que quiere cambio
La sociedad debe retomar la rebeldía para el cambio, para la transformación. Ni un paso atrás.
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