Los fundamentalistas del mercado en Guatemala abanderan el discurso de liberalizar mercados, pero, paradójicamente, protegen privilegios porque, al oponerse a cualquier tipo de «intervención», terminan defendiendo un corporativismo y un mercado capturado, lo opuesto a lo que pregonan. Esta incoherencia proviene, en parte, del simplismo de su discurso, ya criticado por economistas como Rodrik o Ha-Joon Chang. Curiosamente, sus críticos más ruidosos hoy provienen del otro extremo ideológico: los republicanos del ala MAGA.
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La UFM se ha distinguido por ser un estandarte de la ideología del libre mercado. Lamentablemente, y lo digo en serio, a veces suenan más por sus profesores histriónicos y pendencieros. Para nadie es secreto la férrea y pública oposición de varios contra el gobierno actual, legítima y puede que beneficiosa. Podrá ser una cuestión de principios ideológicos, debatibles también, pero para otros parece más una alineación con el statu quo, una protección de los intereses de siempre. Si no, cómo comprender que algunos hayan preferido a Sandra Torres en la segunda vuelta, otrora socialista indeseable, y su oposición hasta ahora ha sido completa y sin matices, incluso para las propuestas positivas que propone el gobierno, alineadas con dinamizar los mercados.
Era lugar común decir que el sistema económico de Guatemala no es «libre» sino «mercantilista», por lo que aún había que «liberalizarlo». Y seguramente tengan razón en querer agilizar procesos burocráticos que impiden, entre otras cosas, una formalización de la economía, con sus consecuencias nefastas para el mercado, a lo Hernando de Soto. Y no dudo de muchas de sus valiosas aportaciones. Sin embargo, el camino del desarrollo requiere mucho más que digitalizar o simplificar procesos y, según qué casos, todo lo contrario a minimizar Estados.
Adam Smith popularizó a los «mercantilistas» como un grupo de personas que, entre sus diferentes errores, favorecían restricciones comerciales para beneficiarse. Es necesario matizar y entender que, pese a que nunca fueron una escuela económica como recuerda Schumpeter, tenían una visión práctica y racional de aproximarse a la economía que hacía sentido ese momento. Sin esos matices, no sería adecuado concluir que, entonces, toda «intervención» es opuesta a la libertad en los mercados.
Empecemos porque el propio Smith, con toda su genialidad, reservó al Estado funciones importantes, entre ellas justicia (ojito, defensores de Consuelo Porras), seguridad nacional y la provisión de bienes públicos como educación (que, por definición, agentes privados son incapaces de proveer de manera eficiente). Entonces me quedo atónito cuando algunos «liberales» defienden la actual captura de la justicia y un Estado raquítico y desfinanciado. Además, no es tanto el tamaño, sino la capacidad estatal lo que importa.
También se oponen a leyes como la de la competencia (lo que nos emparejaba a Cuba) y a la del lavado de dinero. Sin querer queriendo, entregan el poder a los carteles, empresariales o no. Es decir, a los «mercantilistas» (mal comprendidos), justamente a quienes Smith criticó diciendo que lo natural sería que ellos se juntaran y conspiraran contra el público elevando los precios. Sin contar que, además, el riesgo es más grande ahora porque también lo son las corporaciones en comparación a los tiempos de Smith.
La idea del libre mercado, reducida a mera ausencia del gobierno, es una simplificación problemática, sobre todo para países que están buscando desarrollarse y requieren de músculo para hacerlo. Como escribió Noah Smith, lo mejor es una economía mixta en donde a veces será necesario desregular o simplificar procesos, pero muchas otras será necesario políticas de redistribución o industriales enmarcadas en un proyecto de desarrollo nacional. Según la enfermedad específica, entonces la receta. Sin embargo, para nuestros libertarios, simplificando mucho, esta «intervención» es siempre ineficiente, injusta y coercitiva. Entonces, las manos visibles de los carteles (empresariales y no) siguen reinando, manos sucias que llegan hasta en política y al Estado, en donde ellos sí intervienen en lo público, en lo de todos.
Todos los mercados son diseñados, también los libres. Cuando pensamos en su diseño, debemos pensar en protegerlos y limitar al Estados donde sea ineficiente o innecesario, pero también impulsarlo donde tiene que jugar un rol. No solo es una discusión técnica, sino también política. Ese diseño afectará la creación de riqueza (a lo cual el Estado puede contribuir), pero también en su redistribución (porque siempre hay una distribución, el mercado no es neutral ni objetivo). Además, no existe una única visión del libre mercado.
Jacob Soll, en Freemarkets, recupera otra tradición del libre mercado, justamente la de algunos «mercantilistas», como Colbert, destruyendo la burda dicotomía con la que empezamos. Menciona también a List, un «neomercantilista» junto a Hamilton. Ambos pioneros de lo que hoy conocemos como políticas industriales, cuyas bases sentaron el desarrollo de varios países, Estados Unidos al inicio de su recorrido, pero también el milagro asiático. Porque, insisto, sin Estados modernos y capaces, el libre mercado no es más que una ilusión ideológica al servicio de unos pocos.
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