Medir el tiempo, los domingos

Fueron calendarios que acompañaron el cómputo del tiempo en velocidades menos rápidas que hoy. Una forma de imprimir ritmo a las rutinas y a los planes de quienes compartíamos la casa. Al recordarlos, se entrecruza en mi memoria una foto del Trébol a principios de la década del 70: las calles vacías y la abundancia de espacio libre. No eran tiempos mejores, como puede sugerir el lente de la nostalgia, sino distintos. Puedo suponer que aquella foto pertenece a algún número rojo del calendario.

En The Peculiar Life of Sundays, Stephen Miller efectúa una historiografía cultural del día domingo en la vida anglosajona, para lo cual toma textos diversos: diarios, memorias, discursos públicos, imágenes. Trata de responder a las preguntas ¿Cómo se sobreponen lo religioso y lo laico en ese día? ¿Qué afectos se construyen sobre una serie de significados culturales atribuidos al domingo?

Me parece interesante armar esa historiografía sobre las vivencias de los domingos en la ciudad de Guatemala, desde el tiempo de aquellos calendarios que ya no existen hasta las pantallas de los dispositivos electrónicos con que disponemos. Reunir fotos, artículos de periódicos, crónicas, memorias orales. Y así preguntarse ¿Cuáles fueron y son las aspiraciones del día domingo según la clase social y la identidad cultural? ¿Qué afectos construimos en el acto de compartir el día libre? ¿Qué imposibilidades se han impuesto a nuestros deseos en la ciudad de Guatemala? 

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Desde la literatura centroamericana me llaman la atención las cartas que la escritora salvadoreña  Consuelo Suncín-Sandoval  escribió los domingos, cuando su esposo, Antoine de Saint Exupéry, había desaparecido en un vuelo en abril de 1943.  Ella cuenta cómo en «papeles más transparentes que la luz» decidió escribir cartas dirigidas al esposo ausente y empezó a hacerlo precisamente un domingo, después de misa. En ese día, cuando los duelos se viven con más intensidad, ella resumió anécdotas cotidianas y las exigencias de adaptación en su vida en New York durante la Segunda Guerra Mundial, y luego, cuando vuelve a Francia. Pero también en las cartas se filtran recriminaciones al destinatario ausente, por el abandono en aras de una patria que a ella le parece lejana. Esas acusaciones arrancadas de una historia marital constituida de lejanías tensas, también hirientes. Nada de aquella romantización que se ha hecho sobre ella y su relación con el escritor francés. Los domingos son propicios también para cuestionarse sobre las decisiones y el futuro. 

Además de los calendarios, para quienes tengan afición por adentrarse en la medición del tiempo en tiempos pasados, se encuentran los almanaques. Por ejemplo, el almanaque centroamericano de 1904, accesible en la plataforma archive.org, nos permite acercarnos a informaciones sobre eclipses, fases de la luna, santos de cada día, publicidad de la época, poemas, fotos y grabado. Recorrer sus páginas significa caer en la cuenta de la vida como tiempo transitorio, como rutinas que se esfuman. Pero también los almanaques pueden despertar nuestras memorias y así recordar a contraluz de alguna fecha lo que hemos sido y a quienes hemos querido.