Se trata de un proceso y ceremonial que se ha producido a lo largo y ancho del país como un procedimiento ancestral, profundamente arraigado en las comunidades de pueblos originarios. Son expresiones del gobierno ancestral que los pueblos han logrado reconstruir pese al enorme daño provocado por la acción contrainsurgente que derivó en genocidio.
Aunque el Estado de Guatemala ha sido profundamente racista y excluyente, al grado del genocidio, no ha podido aniquilar el sentido comunitario de los pueblos. No pudo borrar ni desaparecer la esencia de su cultura y el respeto colectivo a su normativa. El verdadero derecho consuetudinario ha tenido su expresión en ese proceso, esta vez ampliamente difundido pero que siempre se ha llevado a cabo.
El hecho que, a diferencia de otros años, hubiera cobertura a los cambios de autoridad en todos los rincones del país obedece, en primer lugar, al grado de legitimidad que ahora tiene el liderazgo de pueblos indígenas. Desde el inicio de la resistencia contra el golpe y en defensa de la democracia, los pueblos de Guatemala han respondido a la consigna de las autoridades ancestrales: recuperación del espacio público y social multiétnico, expresión colectiva del derecho a reclamar respuesta del Estado, solidaridad y reconstrucción del tejido social.
No ha sido un proceso fácil. Ha llevado décadas de renovación local del entramado en cada pueblo, de recuperación de la memoria histórica, de generación de lazos y alianzas con otros pueblos. Y, al empobrecido pueblo mestizo de la ciudad, ese que salió a las calles desde el dos de octubre a bailar, ejercitarse, hablarse, verse y reconocerse, el liderazgo de los pueblos ancestrales le mostró el camino.
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Guatemala no será la misma. Los pueblos que la conforman han mostrado que si bien el genocidio y la contrainsurgencia abrieron heridas profundas en el tejido social, pueden ensamblar los telares necesarios para tejer un nuevo entramado. Ahora, un entramado que pasa por identificar el liderazgo que no se va en arrebatos ni berrinches sino en acciones consultadas y consensuadas. La sabiduría y paciencia de los pueblos indígenas en Guatemala ha marcado el camino de la resistencia con dignidad y en solidaridad.
Entramos a un nuevo ciclo con mayores bríos. Hace un año se proyectaba un nuevo evento electoral que no necesariamente representaría cambios. El corrupto sistema de partidos políticos no ofrecía alternativas viables y el proceso de cooptación y asalto al poder le dejaba al pacto golpista el control absoluto. Sin embargo, el paciente y sabio proceso popular de expresión del hartazgo por medio del voto abrió la puerta para el cambio.
La posibilidad de sostener el cambio y defender su viabilidad llegó en los hilos de los pompones de las varas de autoridad de los pueblos indígenas. Su liderazgo llegó para quedarse como expresión de disciplina, entrega, sabiduría y, sobre todo, vocación de servicio y solidaridad. Cualidades estas que durante décadas fueron anuladas por la acción represiva y el enorme costo social que nuestros pueblos pagaron por pedir un país justo y solidario.
Las autoridades indígenas que entregaron sus varas este uno de enero han de recibir nuestro profundo agradecimiento. Su sabia gestión y servicio le dieron nueva expresión a la lucha ciudadana. Su estadía y constancia en la resistencia al golpe y en reclamo de la salida de la corrupta fiscal general, Consuelo Porras Argueta, son un ejemplo que educa a las viejas y nuevas generaciones. Enseña lo que es el sentido de servicio y el compromiso comunitario.
Todas las personas que integraron las juntas directivas de los pueblos ancestrales pueden tener certeza de que lograron un gran objetivo y realizaron un aporte gigantesco a la sociedad. Gracias a su liderazgo hoy, Guatemala empieza a verse y sentirse multicultural, a saberse conformada por muchos pueblos que son capaces de ofrecerle el futuro que merece.
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