Sin embargo, no todas las familias tienen un lugar al cual llevar las flores para sus querencias. La acción terrorista del Estado guatemalteco le niega ese derecho a más de 50 mil familias de personas detenidas-desaparecidas. Hasta la fecha –y más de siete décadas después en muchos casos–, las fuerzas armadas, a cargo de la estrategia contrainsurgente, siguen lastimando la herida abierta con el secuestro y la posterior desaparición.
Estudios de diversos enfoques científico-sociales definen a la desaparición forzada como uno de los crímenes más atroces y de mayor impacto. Entre otras razones porque la víctima no solo es la persona cuya libertad se trunca, sino también la familia de ésta. Al sobrevivir a una persona detenida-desaparecida, la familia vive la tortura de la incertidumbre. Vive y experimenta el dolor por la pérdida, el cual se acrecienta al imaginar qué pudo haber sufrido su familiar.
Con el paso del tiempo, aceptar la ausencia y pensar en que su ser querido ha muerto, vuelve a sumar heridas de dolor. Concluir en que la persona desaparecida ha muerto acarrea consigo el sentimiento de culpa, pues una aceptación, no porque un documento oficial lo certifique o dé certeza de ello, sino porque el tiempo transcurrido, así lo indica. El aparato ejecutor de esta barbarie suma entonces nuevos dolores a las víctimas. No le basta con la tortura de la ausencia, sino que pretende, además, culpar a quienes sufren la desaparición del ser amado.
Por eso, también en espacios judiciales en el ámbito nacional e internacional se sostiene, con base real, que una desaparición forzada es un delito continuado. Es decir, el hecho no se remite solo al momento de la captura, secuestro y desaparición, se refiere a la circunstancia de que, años –incluso décadas– después, el destino de la persona sigue siendo desconocido y su familia no tiene información de lo sucedido. Carece, entonces, de un lugar al cual llevarle flores y engalanar de colores, con la llegada de los encuentros de noviembre.
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Para no olvidar y ofrecer desde este espacio una ofrenda de flores virtuales a las miles de personas adultas y niñez desaparecida en Guatemala, recordamos a una parte de ellas. Vayan, junto al abrazo de sus familias, ramos de colores y platos de fiambre y dulce de ayote para Emil Bustamante, Antonio Ciani García, Julio Estrada, Otto Estrada, Hugo Rolando Morán, Manuel Alfredo Baiza, Héctor Alirio Interiano, Danilo Chinchilla, Marilyn Sosa, Víctor Hugo Quintanilla, Alma Libia Samayoa, Rubén Amílcar Farfán, Luz Aydee Méndez, Bernardo Alvarado Monzón, Mario Silva Jonama, Hugo Barrios Klee, Fantina Rodríguez, Carlos René Valle, Carlos Alvarado Jerez, Miguel Ángel Hernández, Natividad Franco, sindicalistas de la CNT y Emaus, Mayra Gutiérrez…
Van también las ofrendas de dulce y amor para Marco Antonio Molina Theissen, así como para las hermanitas Glenda, Rosaura y Alma Argentina Portillo, entre las más de cinco mil víctimas como niñez desaparecida. Para Cristina Sieckavizza, así como a las mujeres a quienes la violencia de género arranca del seno de sus familias. Y, para hombres, mujeres, niñas y niños que han desaparecido en la ruta de la migración buscando una vida mejor ante la falta de oportunidades en Guatemala. Para todas ellas y ellos, en esta ofrenda de ausencias, elevamos barriletes y les decimos con profundo amor y ternura: no les hemos olvidado y seguimos luchando, hasta encontrarles.
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