Estamos frente a una historia que funciona como una radiografía citadina, y que, como todas las radiografías, hay que explorar a contraluz. Por un lado están sus habitantes. Los asiduos de la fiesta en su extensa diversidad. Los fiesteros por tradición. Los que crecieron viendo cómo sus padres asistían a los compromisos sociales del barrio todos los fines de semana. Los fiesteros por imitación. Los que buscan un clan, una forma de vida, y se adaptan hasta encajar en esa nueva faceta nocturna de las rutinas. Los fiesteros por falta de sueño. Que deciden aprovechar el insomnio dando vueltas en las pistas de baile, en lugar de hacerlo en una cama revuelta en donde pareciera que no avanza el reloj. El fiestero experimentado por acumulación de noches de fiesta, de horas de aguante, de rutas adicionales cuando se apaga la música y encienden la luz. El fiestero que es la chispa que enciende el ánimo de los demás y que ilumina el lugar por donde pasa. El fiestero que desea cambiar de etapa, una vez arriba a cierta edad. Y el fiestero por evasión, que regularmente pasa englobando a todos los demás.
Por otro lado, aparece geográficamente la Ciudad de Guatemala, sus barrios tradicionales. Los bares de la zona 1, sus miércoles de cumbia, las familias de la zona 5, el campus de la USAC. Y, temporalmente, abarca desde los últimos años del Conflicto Armado, pasa por los años posteriores a la Firma de la Paz, visita la tradición también fiestera de la Huelga de Dolores, y un tiempo en el que se espera la redención de una comisión que aparezca para renovar el Ministerio Público, le dé paso a la aplicación de una justicia siempre huidiza, y aterriza en el 2014, ese año en el que la justicia pareció empezar a llegar hasta los que se creían intocables.
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Entre esta fauna capitalina que se mueve por los márgenes de la historia reciente del país, y por un trayecto evolutivo de la fiesta, que va desde los repasos, los raves, los after, están las mujeres que protagonizan esta historia y un elemento que sin importar el paso del tiempo y la evolución del entorno parece no cambiar: la violencia que desde siempre y en todos los ámbitos se yergue en su contra. En contra de las que viven en el rol tradicional, en contra de las que deciden salirse de la tradición, entre las que quieren sobresalir, asumir liderazgos o entre las que solo quieren diversión. Hablamos de violencia social, violencia gubernamental, hospitalaria, familiar, conyugal, de violencia gratuita. En Party Monster, de Jessica Masaya Portocarrero, truena la música en las bocinas, corre el alcohol en los vasos o a boca de jarro, las luces se apagan y se encienden, mudan, alteran el ambiente. Hay luces y sombras, alegría y violencia; luces y sombras, camaradería y violencia. La vida al máximo, la tragedia también y el vacío.
En 2024, el año en que se fue a imprenta esta novela que ganó una mención en la Bienal guatemalteca de Novela, Terrena, se estaban cumpliendo diez años de las manifestaciones en la plaza en apoyo al trabajo de investigación de los altos mandos gubernamentales que llevó a cabo la Comisión contra la Impunidad y la Corrupción. Movimientos que son la atmósfera en la que se le da cierre a esta novela. La historia continúa y nosotros, los lectores, ya conocemos sus giros, sus estiramientos y encogimientos, sus avances y retrocesos, la lucha de poderes que tiene a un país entero montado en el carro en la ruta hacia el bien común, con una llanta patinando en el lodo. Una manera de decir que hay historias que no se acaban, panoramas que se repiten, violencias que permanecen aferradas a la forma en la que un país aprendió a sobrevivir.
Sobre estos tiempos, sobre estas violencias, sobre estas mujeres nos habla Jessica Masaya, una narradora que trae una larga trayectoria de contar historias que ganan premios. Historias sobre mujeres que viven y se mueven por territorios que les han sido satanizados en nombre del ideal impuesto, las que solo se nombran en voz baja, porque no son abnegadas ni virtuosas, las que ponen en riesgo la ilusión social del control. Una trayectoria literaria que inició desde finales de los años 90, cuando ganó el certamen de cuento de la Fundación Mirna Mack, pasando por el Certamen 15 de septiembre del año 2000, que recayó en su libro Diosas decadentes. Ha sido periodista, ha transitado la fiesta y la historia, ha escrito para niños. Y hoy, con Party monster, esta especie de novela negra de posguerra, tenemos una nueva oportunidad para acercarnos a sus historias.
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Masaya Portocarrero, Jessica. Party monster. F&G editores. Guatemala, 2024.
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