Los partidos políticos son eficientes en lo que hacen, no en lo que deberían hacer. Por ejemplo, fortalecer la democracia y propiciar, a partir del ejercicio del poder, el bien común y el desarrollo (aunque sea el concepto sesgado occidental). ¿Y qué hacen eficientemente? Mantener el sistema colonial y asegurar los privilegios de las élites que lo controlan.
Acá, los partidos se caracterizan por ser centralistas, anclados física y mentalmente en el área metropolitana. En el resto del país están ausentes, aunque dominan a través del clientelismo. Son conservadores, representan intereses de organizaciones económicas privadas y no a quienes los eligen. Adolecen de autoritarismo, controlados por el dueño del partido o de una figura impuesta a través de la mercadotecnia, no del pensamiento. Son cortoplacistas en sus planteamientos. No proponen programas, estrategias o leyes duraderas pertinentes y viables. Esto se conjuga en que son antidemocráticos y demagógicos, hacen de la mentira la verdad fingida que la población cree inocentemente.
Lo dramático es que son volátiles. Se organizan para la ocasión, no hay permanencia de mediano o largo plazo, porque responden a las coyunturas y a la ambición de gobernar y tener a su disposición el presupuesto del Estado. No son representativos de nada, más que de sus dueños o financistas.
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El sistema político es el más claro ejemplo de los artefactos de la colonialidad. Seducen, engañan y utilizan a la población en su beneficio. El daño inmediato a la población es mantener un Estado que no cumple con los anhelos de vida digna para todos. Pero, hay un daño de fondo que se convierte en estructural y tiene mucha relación con el concepto de modernidad líquida que propone el filósofo Zygmunt Bauman, quien argumenta que, en la modernidad líquida, las relaciones humanas se han vuelto frágiles y provisionales, dominadas por la incertidumbre y el miedo al compromiso. En este escenario, la política deja de ser una fuente de seguridad y estabilidad para convertirse en una experiencia precaria e inestable.
Este concepto se ajusta a Guatemala, ya que describe la volatilidad, la inestabilidad y la falta de permanencia que caracterizan las relaciones políticas y las estructuras sociales en la era globalizada. En este contexto, dice Bauman, las relaciones se vuelven fluidas, temporales y fácilmente desechables, como si fueran productos de consumo. Las personas tienden a evitar compromisos a largo plazo, priorizando la flexibilidad y la libertad individual sobre los derechos. En la modernidad líquida, las relaciones son tan efímeras como los bienes que consumimos.
Así nos ha conformado el colonialismo a través de la colonialidad, que afecta nuestro ser individual y colectivo y lo externo e interno de nuestras vidas. La estructura política es la encargada directa de propiciar dicha situación, cuya máxima expresión son las relaciones políticas de complicidad, no de solidaridad.
Otro auto, Gilles Lipovetsky, plantea que la sociedad contemporánea se caracteriza por un «proceso de personalización» que ha erosionado las instituciones tradicionales y los valores colectivos, dando lugar a una era de vacío, apatía y desorientación; analiza las transformaciones culturales y sociales que caracterizan a la sociedad posmoderna, centrándose en el auge del individualismo, el narcisismo, la cultura del consumo. Expresa que la sociedad posmoderna es una sociedad de la «indiferencia », la apatía y el desencanto.
Lo anterior demuestra la continuidad de la matriz de poder colonial que aún somete y somata nuestras vidas. Ante ello, debiera tomarse en cuenta los valores democráticos comunitarios y las lógicas sociopolíticas de las autoridades ancestrales, expresadas contundentemente con el reciente y ejemplar levantamiento. En estos espacios, aún se cobija la esperanza y dignidad que deberían replicarse por los otros pueblos, siempre que se supere el estigma racista que prevalece y se profundiza en las ciudades, clases medias, algunos estratos ladino-mestizos y, sobre todo, en las elites colonizadoras que ven a los indígenas como mano de obra barata, sumisa y sin derechos.
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