Así, pues, en términos generales, para quienes han estudiado el origen y desarrollo de las enfermedades, ven que, como dice la autora Louise Hay en su obra Amar sin condiciones nos enfermamos no solo por causas emocionales o mentales, sino también existen otros motivos: «Creer que nos contagiaremos de todas las enfermedades que haya en nuestro entorno. / Aceptar la enfermedad como algo inevitable. /Ignorar la importancia de una buena nutrición. / Librarse de algo: “Bueno, no pueden esperar que lo haga si estoy enfermo”. / Tener tiempo libre. / Descansar. / Inspirar compasión o lástima. / Descubrir quién nos ama realmente. / Pedir cosas de las cuales no nos sentimos merecedores de otra forma. / Lograr que se preocupen por nosotros y nos cuiden. / Evitar que alguien nos abandone. / Poder hacer algo que siempre deseamos hacer, pero para lo cual nunca teníamos tiempo. / Tener una fantástica excusa para fracasar. / Autocastigarnos por “no servir para nada”. / Seguir la costumbre familiar ante el estrés. / No saber sencillamente qué otra cosa hacer. / Incluso “necesitar” la desfiguración que causa la enfermedad para ser amado por los valores interiores».
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Reconozco que la primera vez que me acerqué a este texto fue en 2003. Lo leí porque fue parte del tratamiento que me prescribió una psiquiatra del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social. También lo leí porque ella hizo su especialización en Alemania y, ante mis ojos de entonces, este hecho le brindó una dosis de credibilidad. No obstante, mi primera reacción fue de un rechazo casi absoluto. Me pregunté: ¿cómo era posible que yo, quien me tenía en tan alta estima, quien me creía lo que creía ser, fuera capaz de enfermarme por estas causas que afirma Louise Hay? Para que se note más el contraste, aclaro que, en esa época, por cierto, no era solo una sino eran varias las enfermedades que se habían apoderado de mi mente y de mi cuerpo. Para intentar sanarme, tomaba treinta pastillas al día (hoy no tomo ninguna) y me sentía impotente, sin la posibilidad real de encontrar no solo algún alivio, alguna cura o simplemente alguna salida para tantos males que me aquejaban.
Pasaron los años y los varios tratamientos que seguí con diversos especialistas solo confirmaron la certeza de las afirmaciones de esta autora. Además de lo anterior, también descubrí que nosotras, precisamente, porque vivimos en una sociedad patriarcal que nos configura de una forma especial y la cual espera que nos adaptemos de manera lineal a determinadas conductas, sufrimos una carga que nos conduce a más enfermedades. Ello, porque si no actuamos, pensamos y sentimos como se supone que debe hacerlo una mujer en esta sociedad, se nos considera como «rebeldes sin causa». Es decir, además de enfermarnos en muchos casos, también se nos margina y señala solo por el hecho de no aceptar de manera sumisa y obediente lo que nos dicen que hagamos, lo que deberíamos pensar y la forma en que nos deberíamos sentir.
¿Cuáles son en síntesis estos cuestionamientos? Ya lo dijo claramente Alda Facio Montejo en su obra Cuando el género suena, cambios trae. Una metodología para el análisis de género del fenómeno legal (ILANUD, 1991). Entre otros, la educación androcéntrica, las leyes y su aplicación desfavorables para las mujeres (con eso y que en Guatemala desde 2008 existe la «Ley contra el Femicidio y Otras Formas de Violencia contra la Mujer»), algunas tradiciones y costumbres arraigadas que perjudican y desvalorizan el rol de las mujeres, el lenguaje descalificador y peyorativo, el doble parámetro para juzgar la conducta de las mujeres.
En fin, este es un tema de largo alcance que nos mueve a la reflexión si queremos gozar de una salud no solo individual, sino también colectiva.
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