El texto de la canción expone crudas realidades de las minas, de los montes, de las prisiones, de los caminos, de los pobres. También deja a la vista y al oído de sus escuchas que ni su padre ni su abuelo pudieron responderle cuando él les preguntó dónde estaba Dios.
Es que a veces –aunque no es así– sentimos como que Dios se nos esconde. Y en esa difuminación (que nos desbalancea anímicamente), el mal con todo su peso hace presencia no dejando santo ni títere con cabeza. Morris West, el autor de Las sandalias del pescador y Eminencia, obras consideradas eclesialmente proféticas, es uno de los escritores que mejor han definido al mal en el extremo opuesto a los mitos, tabúes y dogmatismos. En su crónica Desde la cumbre. La visión de un cristiano del siglo XX, se refiere a esa entidad de una manera muy diferente a como la describen otros literatos, incluso, teólogos. La explicita a manera de lección: «El mal es sereno en su inmensidad. El mal es indiferente a la argumentación y la compasión. No es simplemente la ausencia del bien; es la ausencia de todo lo humano, el orificio negro en un cosmos desplomado en el cual la faz de Dios es eternamente invisible»[1].
Esa ausencia de todo lo humano pareciera haber sentado reales en Guatemala y desde esa sensación de abandono –que no pocas personas la sienten a diario– planteo las siguientes preguntas a quién o a quiénes corresponda. Estas son:
1. ¿Por qué ha aumentado drásticamente el número de accidentes de tránsito en Guatemala?
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Las cifras son dantescas. Según César Marroquín, periodista de Prensa Libre, en su artículo Accidentes de tránsito aumentan: promedio diario es de 23 hechos, siete muertos y 26 heridos (6 de julio de 2025), revela que los vehículos más involucrados son las motocicletas[2]. Y bien sabemos los médicos que el paciente politraumatizado con más riesgo de vida por la vulnerabilidad de su vehículo y también de más caro tratamiento (incluyendo el tiempo de permanencia hospitalaria) es precisamente el piloto de una motocicleta. De esa cuenta, los traumas de cráneo, de médula espinal y de miembros inferiores y superiores son el día a día en las emergencias de hospitales públicos y privados. Ni qué decir del proceso de recuperación que sobrepasa la capacidad económica y psicológica de las familias.
2. ¿Por qué todos los días hay incidentes o accidentes provocados por tráileres que provocan congestionamiento de tráfico de hasta ocho y diez horas?
Para nadie es un secreto. No hay día de Dios que a las angustias de la cotidianeidad no se sume la irritabilidad de tener que esperar horas y horas para que una unidad de transporte pesado sea removido y remolcado del lugar donde se provocó el percance. Las caudas físicas y anímicas de quienes con frecuencia utilizamos las carreteras son enormes.
3. ¿Quién paga los daños que provoca el transporte pesado (y también vehículos livianos) en los puentes y otras infraestructuras viales como las bardas y las defensas metálicas, los sistemas de drenajes y el pavimento después de un accidente?
No me refiero a los últimos accidentes –terribles por cierto– donde hasta puentes y pasarelas de la ciudad capital han colapsado a causa de impericias o imprudencias. Arguyo de esos daños –aparentemente pequeños– que no se ven a ojos vistas pero que van horadando las estructuras hasta que llegan a ser poco estéticas y desagradables a los ojos de los turistas e inservibles para la población llana.
4. ¿No son acaso los contextos anteriores uno de los rostros del mal como nos lo explica Morris West?
Yo creo que sí. No se trata de diablos ni de maleficios sino a lo substancialmente incorrecto que se ha vuelto una aterradora normalidad. Hemos perdido la capacidad de entender la diferencia entre lo bueno y lo malo y es justamente ese escenario donde debemos de trabajar para recuperar lo humano y cerrar así el orificio negro de ese cosmos desplomado que nos está engullendo.
Las respuestas a las cuatro preguntas planteadas a quien corresponda son también para nosotros (las personas que a diario transitamos con vehículos pequeños) porque más de alguna vez habremos caído en ese tipo de vorágine que nos impelió o nos impele a no afrontar nuestras responsabilidades.
Tengo la esperanza –habida cuenta de que las luces y las estrellas decembrinas ya están colgadas por todos lados– de que mis preguntas no caigan en saco roto. Tengo la esperanza de que, a diferencia de las planteadas por Atahualpa Yupanqui, estas sí puedan responderse. No de balde una estrella orientó a los magos de Oriente para encontrar al niño recién nacido que marcó la diferencia entre una y otra era, signando a la humanidad precisamente con la esperanza. Y esta se logra no solo con ilusión sino con resiliencia, fe y muy especialmente con cambios conductuales que nosotros sí podemos lograr. Cientos de pacientes y de familias dolientes así nos lo exigen.
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[1] West, Morris (1996). Desde la cumbre. La visión de un cristiano del siglo XX. Argentina: Javier Vergara Editor. P. 125.
[2] https://www.prensalibre.com/guatemala/comunitario/accidentes-de-transito....
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