Los politólogos e historiadores saben muy bien que poco ha cambiado desde los eventos políticos de 1954 (no es un año seleccionado al azar). Los sectores de poder se han repartido las medallas, cambiando metales en cuanto a su grado de influencia, pero sin variar los objetivos comunes. Como si el telégrafo continuara siendo la tecnología de punta para enviar mensajes, estos sectores continúan generando su anacrónico discurso de derechas para combatir a las izquierdas (es decir, defender a la libertad de la amenaza comunista). ¡Cuánto habrán de reírse ellos mismos!
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De ahí que mencione 1954, porque en ese punto comenzó a fraguar la formación de un partido de derechas que desapareció en el 2000, pero su prole continúa reproduciéndose y son cada vez más los partidos con trazabilidad hasta el Movimiento de Liberación Nacional (MLN). El abuelo se sentiría muy orgulloso de su prolificidad, aunque quién sabe qué diría al descubrir que las conversaciones en casco de la finca familiar ya no solo son sobre apellidos ilustres, caballerías de tierra y cositas de cuartel. Ahora se siente, pero no se menciona, un olor penetrante a sustancias químicas y los acentos que se escuchan en el patio son pintorescos, pero claramente exóticos.
Es obvio quién ha mandado en el país desde que los militares se retiraron a los cuarteles y lo que hemos tenido son solo nuevas versiones, como en el mundo de la computación (recordemos el sistema operativo DOS V.1.0 y sus versiones más maduras, reemplazadas por varias generaciones de Windows hasta llegar a la actual, Windows 11).
No entro en consideraciones por el lado de la izquierda política porque su nivel de influencia en el Estado actual ha sido marginal, y no ha dispuesto de un solo periodo presidencial para intentar la implantación de sus ideas. Apenas acciones aisladas pueden identificarse, sin un peso específico suficiente para ser significativas.
Sirva esta aparente digresión para explicar que el comportamiento de las instituciones públicas no nació ayer ni se puede arreglar mañana. Es una máquina que funciona muy bien para quienes la diseñaron y la han venido perfeccionando para sus fines. Su lógica no es la eficiencia del sector público, sino el ejercicio de poderes paralelos y el enriquecimiento personal por turnos y cuotas.
De ahí que otras lógicas encuentren resistencias tanto pasivas como explosivas y cada una cause daños.
Para ir cerrando el tema de las redes dentro de las instituciones en general, la reactividad de estas es directamente proporcional a las intenciones de cambio de las nuevas autoridades, en cualquier punto y momento.
Un gobierno del que se esperan muchos resultados debe realizar múltiples cambios. El blindaje del sistema es fuerte y las reacciones de resistencia vienen de dentro y de fuera de la institución. La acción de saneamiento se dificulta en la misma medida en que se desconoce la cultura de la acción pública, y conocerla no garantiza que se obtendrán los efectos esperados. Sin el compromiso y la acción orquestada de los tres poderes del Estado, los cambios no se producirán.
Es muy importante practicar el pensamiento crítico ante las acciones del gobierno. Es propio del autoritarismo el buscar acallarlo. Pero hay que tener cuidado en no confundir pensamiento crítico con actitud antagónica. La segunda obedece a premisas que pueden provenir de prejuicios, consignas y posiciones ideológicas. Al mencionar «pensamiento» estamos implicando procesos de análisis basado en conocimiento. Son muchas las personas que conozco que basan sus ideas en «sentido común», pero sucede que eso no es objetivo porque lo que alguien llama sentido común para otro puede ser un sinsentido o hasta una taradez. Todo depende de las piezas de conocimiento y experiencia con las que se construya el andamiaje de ese sentido común, que deviene, por tanto, un asunto unipersonal y excluyente que desde la sola definición busca imponerse sin ser cuestionado.
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