Las instituciones globales con mandato en esta área no han conseguido consenso y el debate ha de seguir por años. Entre tanto, los países naufragan en la necesidad de disponer de indicadores sencillos, fáciles de obtener y sensibles a los cambios.
Un esfuerzo notable e ingenioso es el índice Big Mac, construido a partir del precio de esa famosa hamburguesa en cada país. No es un indicador de seguridad alimentaria nutricional, sino anida en el concepto económico de Paridad del Poder de Compra. Este indicador mide la distorsión en las tasas de cambio de los países, pues el precio Big Mac homologado debiera tender a la igualdad.
Inspirado en lo anterior, este artículo propone un indicador simple que mida el deterioro de la capacidad de compra del sector de menores ingresos. Éste sería un indicador proxy o indirecto de su acceso a los alimentos.
Para ello, se debe usar de pivote otro aspecto de la economía: los términos de intercambio, introducidos en el análisis económico por la llamada Tesis de Prebisch-Singer y aplicado aquí a una relación entre precio del empleo y de un alimento representativo.
En buen cristiano, se mediría la capacidad del ingreso de la población más pobre (y más expuesta a la inseguridad alimentaria) de acceder a un producto básico de demanda inelástica: el elote cocido.
Para ello, se utilizaría el salario mínimo efectivo (lo que realmente se paga y no lo que el Gobierno establece pero nunca vigila).
¿Cuántos elotes cocidos (digamos, de tamaño mediano) se pueden comprar con el salario mínimo agrícola (o de otro tipo) en determinada región y mes del año?
Al llevar las estadísticas mensuales del precio de un elote cocido (piece of cake para el INE o la SESAN) y calcular cuántos de esos se pueden comprar con el salario mínimo efectivo, es posible construir gráficas a nivel municipal y conocer la evolución del poder adquisitivo de la población de menores ingresos.
¿Por qué no las tortillas? Porque no tienen un peso estándar y lo que se necesitaría es saber cuántos gramos de tortilla se están comprando con cierta cantidad de dinero. Sería necesario pesar las tortillas y aquí se pierde el carácter práctico del indicador.
Las posteriores aplicaciones del indicador son alentadoras. Se podría, además, estimar el ingreso mensual (número promedio de días trabajados en el mes por agricultores/obreros a salario mínimo).
Este enfoque se usa en muchas partes del mundo (y también en Guatemala, pero demasiado simplificado). Por ejemplo ¿Cuántos kilogramos de sorgo, maíz, o trigo se pueden comprar con una cabra/oveja/camello en sistemas de vida pastoriles? ¿Cuántos kilogramos de trigo se pueden comprar con el salario mensual de un trabajador del campo? Si se conoce la demanda familiar, se puede detectar inmediatamente cuándo se retrocede de la línea de kilocalorías mínimas.
El seguimiento del acceso económico a los alimentos se facilitaría enormemente y el indicador se puede refinar en distintas direcciones. Con ello no se resuelve la necesidad de medir el complejo tema de la inseguridad alimentaria, pero sí ofrece un indicador que urge tener. Hasta aquí no se ha incluido el indispensable componente nutricional, porque el indicador no da para tanto.
Me encantaría que las autoridades dijeran que muchas gracias pero el problema ya está resuelto y aquí traemos los resultados. O que se abra la discusión.
Aclaración: nadie está sugiriendo que la población se alimente o se alimenta exclusivamente con elotes cocidos, y existen sistemas estadísticos para medir la capacidad de compra, pero son caros, exclusivos de los técnicos y difíciles de comprender por los más afectados por el hambre. Debemos caminar hacia la alerta temprana comunitaria.
Más de este autor