Aberrantes son las cifras que encierra la violación sexual de mujeres en Guatemala, testimonios desgarradores que muestran solo la punta de un problema que lejos de desaparecer, incrementa. Ante ello resulta necesario preguntarse: ¿Es justo encerrar en prisión a un violador? o ¿será justo castrarlo de por vida?
En el caso de la primera pregunta, hay que tomar la clave es tiempo, el castigo proporcional por el delito se paga con tiempo de vida bajo resguardo en prisión donde está exento de sus derechos civiles y políticos. No vamos a hablar de rehabilitación porque en el sistema penitenciario en Guatemala eso no existe.
En el caso de la segunda pregunta, un amigo afirmaba que este tipo de castigos desnaturalizaban el valor primario de respeto a la vida, aun cuando sea la de un violador, por lo tanto no podemos permitir que la justicia alcanzara niveles de ajuste de cuentas o venganza.
No cabe la menor duda que una violación pertenece al tipo de actos deleznables que conllevan una patología de parte del victimario. Este comportamiento es tan recurrente como posibilidades tenga el violador de hacerlo y salir impune, a diferencia de aquellos que sucedieron durante el conflicto que fueron inducidos por las fuerzas beligerantes especialmente de parte del ejército nacional.
Toda violación conlleva el uso desproporcionado de violencia física y psicológica. Ningún violador hace uso del cuerpo de otra persona sin deshumanizarlo, es premeditado. Algunos psiquiatras afirman que al violador le interesa más el poder que el sexo, no piensan en sus víctimas, ellas solo son instrumentos de placer momentáneo.
La discusión sobre si la castración es o no es castigo hasta el momento, no involucra a la víctima, y no se hace porque se asume que esta puede ser doblemente victimizada sin embargo algunas organizaciones exigen la persecución y castigo en un penal, pero rehúyen a la hora de abordar el asunto del castigo proporcional y, es que se parte de que es un castigo que evoca las épocas más oscuras del conflicto armado interno las que no deben ser traídas al presente. Dichas acotaciones van más por no regresar al pasado que por castigar en el presente un delito aberrante que poco o nada tienen que ver con esto, sin mencionar la moral del Primer Mundo que financia estas instancias y que no apoyarían nada que contraríe su visión particular del mundo.
La castración en principio asegura que el delito cometido por el victimario no volverá a ocurrir con ninguna otra persona, esto es importante en tanto que se ha demostrado en estudios realizados en Argentina y España que los violadores son esencialmente hombres jóvenes, que adicionalmente llevan vidas “normales” sin mayores vicios ni marginación social, lo que puede conllevar a penas de prisión cortas por buen comportamiento. Lo más preocupante es el nivel de reincidencia del violador se ha detectado por el orden del 70%, evidentemente fuera de prisión.
El castigo de la castración pone al victimario frente a su víctima, y esta tiene la seguridad de que el castigo es proporcional al trauma ocasionado.
Al igual que los grupos que defienden los derechos humanos y los que reivindican el derecho de las mujer a espacios de decisión e incluso de reclamar la soberanía de su cuerpo, deberían considerar plausible el derecho a opinar, de parte de las víctimas y sus familias, en relación al castigo que se le debe dar al violador y respetar esa decisión.
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