La indolencia con que el gobierno de Lenín Moreno ha acompañado la llegada del virus a Ecuador es posiblemente la más clara evidencia de hasta dónde ha llegado la irresponsabilidad social de esta alianza centrada en la especulación económica y en la negación de derechos universales a las grandes mayorías de la población. Aunque los grandes medios de comunicación y las derechas latinoamericanas han querido soslayar la crisis casi apocalíptica vivida en los últimos días en Guayaquil, la desesperación y la angustia de sus ciudadanos han logrado traspasar los muros de silencio a los que se los ha condenado. Distinto sería, claro está, si esto se estuviera viviendo en alguna provincia de Argentina, ya no digamos en Venezuela, Nicaragua o México. En ese caso, nuestras pantallas de televisión y de computadoras habrían estado invadidas permanentemente por las lacerantes imágenes de cadáveres en las aceras y de féretros en las puertas de las casas, que han sido la evidencia del fracaso del gobierno de Moreno en Ecuador.
Puede que algo peor lleguen a vivir algunas regiones de Brasil, país cuyo presidente ha decidido convertirse en el principal enemigo del aislamiento social, indispensable para evitar mayores estragos en la población. Sin ninguna medida de prevención que impidiera la llegada del virus, fueron los gobernadores progresistas de algunos estados brasileños los que debieron tomar medidas en sus aeropuertos y fronteras para intentar contenerla. Lamentablemente, las disposiciones de esos gobernadores llegaron tarde y el contagio se ha diseminado por todo el país.
La irresponsable actitud del presidente de Estados Unidos, vocero de los sectores más conservadores y especuladores de la derecha mundial, ha sido imitada de manera amplificada por el presidente brasileño. Como Trump, Bolsonaro se ha opuesto enfáticamente a la limitación de las actividades económicas, con lo cual ha entrado en choque frontal con los gobernadores que en uso de sus facultades han impuesto cuarentenas. Irresponsablemente persiste en exigir el regreso al trabajo de todos los ciudadanos y en convocar a eventos masivos que contravienen la suspensión de las medidas de aislamiento ordenadas por los Gobiernos locales. Pocas pero bulliciosas y agresivas personas siguen sus llamados, lo que puede llevar al estallido de conflictos sociales.
Su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, médico militar y diputado del partido de derecha Dem, ha apoyado todas las políticas neoliberales votando a favor de la reforma fiscal que favoreció a las grandes fortunas y de la reforma laboral que anuló conquistas de los trabajadores. Sin embargo, llegada la crisis sanitaria, se puso a favor, aunque tardíamente, de las medidas de aislamiento social promovidas en casi todos los países e impulsadas por los gobernadores de los estados brasileños más golpeados por la pandemia.
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Bolsonaro insiste, como Trump hasta hace algunos días, en el llamado aislamiento vertical, consistente en solo aislar a los grupos de riesgo y a quienes han contraído la enfermedad, práctica desaconsejada por la OMS y por todos los epidemiólogos y especialistas en enfermedades infectocontagiosas cuando el proceso de contagio es tan rápido y amplio como el de este coronavirus. Pero su obsesión por impedir las acciones de los gobernadores y ministros en quienes ve posibles contrincantes para las elecciones de 2022 es tal que, de nuevo, imitando a Donald Trump, ha entrado en abierta e irresponsable promoción de la hidroxicloroquina, fármaco utilizado para el combate de la malaria y de ciertos casos de artritis reumatoide cuya eficiencia en el combate del coronavirus no está demostrada por ningún estudio o referencia científica.
Ansioso por demostrar que él es quien manda y tiene la razón, a inicios de semana tomó la decisión de sustituir al ministro Mandetta. Pero los especuladores financieros aprovecharon la crisis, de modo que la bolsa de valores brasileña cayó drásticamente mientras desde distintos sectores de la sociedad hubo abiertas manifestaciones de rechazo que obligaron al presidente Bolsonaro a dar marcha atrás en su decisión, lo que no le ha impedido continuar con su rechazo del aislamiento horizontal y con la promoción, sin ninguna base científica, del uso indiscriminado de hidroxicloroquina.
Bolsonaro ha conducido a Brasil por la senda de la confrontación social estimulando las pasiones más bajas de distintos sectores de la sociedad que, dando rienda suelta a todas sus fobias, ven en todo conspiraciones comunistas, denigran y ofenden abusivamente a sus contrincantes, manipulan la ley a su favor y tratan de sacar ventaja de todo lo que hacen. Si uno de sus hijos está acusado de corrupción y blanqueo de activos cuando fue concejal de la municipalidad de Río, también se vincula al presidente y a sus tres hijos con el asesinato de la diputada estatal Marielle Franco en marzo de 2018. También flota en el ambiente la sospecha de que han sido ellos quienes tramaron el asesinato, en febrero de este año, del policía retirado acusado del crimen.
Los grandes medios de comunicación, al igual que todos aquellos grupos que trataron de impedir el avance de las conquistas sociales promovidas por los gobiernos del PT promoviendo la candidatura del abiertamente neofascista Jair Messias Bolsonaro, hoy tratan de tomar distancia, pero no se atreven, aún, a hacer público mea culpa de su craso error. Los brasileños merecen mucha mejor suerte, pero necesitarán más que firmeza para reconstruir su país.
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