Pero ciertamente no hablo de neutralidad y lo he dicho antes: «En estados de dominio, la neutralidad equivale a dominación». Para mí, la idea del justo medio evoca otras cosas: evoca balance, sentido común y posibilidad. ¿Y qué es, pues, lo que busca posibilitar la actividad política? ¿No es acaso la transformación de nuestra realidad?
Para ello, la clave consiste en abrir espacios de encuentro. Pero los guatemaltecos somos excesivamente desconfiados y tendemos a sabotear casi todas las oportunidades que se presentan para propiciar nuevos puntos de convergencia a causa de lealtades ideológicas malsanas. Es que no es lo mismo debernos a la conciencia que debernos a un credo.
Para facilitar intersecciones constructivas entre ideas en principio incompatibles es necesario alejarnos del dogma y acercarnos a la realidad. «Articular desde la disidencia», nos dicen los adelantados y no les falta razón. Si participásemos en asuntos de Estado y de ciudadanía en esos términos, hacer política sería una fuente de alegría espiritual perpetua, no una tortura.
Recordemos que para Aristóteles la esfera política era inherente al Homo sapiens. De ahí aquello de zoon politikón. El ser político —decía el filósofo— es básicamente un animal, no una institución, con lo cual se sugiere que nuestra vocación pública viene con sello de origen. Una noción realmente bella porque implica servicio permanente como parte de la condición humana.
Hoy se renueva el llamado. La política nos reclama oxígeno a gritos, pues sin ideas críticas y radicales solo queda la politiquería, la imitación barata, el show. Estamos inmersos en un vacío ideológico que desde el fracaso (¿definitivo?) del laissez-faire en 2008 demanda insumos contundentes.
Espectros políticos y más complicaciones
Verán. Una ideología no es más que una concepción del mundo. Todas proclaman el bienestar de la sociedad. Si no, serían rechazadas de entrada. Así, se dice que la izquierda busca la utopía a través de la primacía de la igualdad, mientras que la derecha lo hace a través de la primacía de la libertad. Pero la realidad es que las derechas y las izquierdas no son fijas ni estables, pues se erigen en atención a un tiempo y a un lugar determinados, sujetos a ciertas circunstancias. Para decirlo claro, su significado es más histórico que lógico y no se pueden desplegar sus contenidos con la precisión que se quisiera.
Sin embargo, hay nociones más o menos consensuadas que dotan a cada corriente política histórica de una mística muy particular. Está claro que la tradicional dicotomía izquierdas-derechas continúa vigente en el imaginario político global. Y, aunque pensemos que carece de idoneidad descriptiva o no nos adscribamos a sus preceptos, es importante reconocer que existe un espectro político generalmente aceptado.
Al final de cuentas, el reino de lo político se nutre de fuerzas opuestas (cambio y permanencia, subordinación y coordinación, socialdemocracia y libre mercado, etcétera) y así creo que debe desentrañarse. Carl Schmitt lo caracterizaba, con cierta perversidad, como el eje «amigo-enemigo».
Lo oportuno, sin embargo, es distanciarnos de la batalla convencional derecha versus izquierda sin por ello dejar de entenderla. Con una visión futurista y con sentido común podemos provocar que esos espacios de encuentro se transformen (como la oruga que un día despierta mariposa) en espacios de liberación. Ahogarnos en cruzadas ideológicas no solo es suicidio para los proyectos sociales no hegemónicos, sino que resulta tremendamente irresponsable en un país con urgencias colosales. Mientras los privilegiados y los poderosos nos peleamos por establecer quién tiene la razón y la moral suprema, los mismos de siempre siguen en estado de parálisis. Para ellos, aquello del desarrollo integral de la persona nunca ha sido más que una lejana aspiración, casi una leyenda.
Y la verdad es que Lenin tergiversó a Marx, Rand a Mises, Mises a Smith y Smith a la madre naturaleza. Al final del día, lo que fracasó no fue el socialismo o el libre mercado, sino formas arcaicas de autoritarismo embustero disfrazadas de promesas de felicidad y plenitud. Tanto el socialismo real (estalinismo) como el capitalismo real (neoliberalismo) han demostrado ser inadecuados para afrontar las problemáticas sociales. Como diría el periodista español Joaquín Estefanía, «el Muro [de Berlín] cayó hacia los dos lados». Toca reconstruir, pero no más muros, sino puentes.
La Revolución francesa y su asamblea constituyente de girondinos y jacobinos quedaron atrás, pero las nociones que conforman el infame eje político se instalaron en la conciencia colectiva y se quedaron allí. Esto lo podemos superar con creatividad y valentía, entendiendo que la tarea (de envergadura única en la historia moderna de Guatemala) equivale a nada menos que un diálogo intercultural.
Si forjamos identidades políticas ciudadanas como «rebeldes competentes» (De Sousa), provistas de las herramientas idóneas para una embestida estratégica de lo establecido y libres de dogmas muertos, estaremos a un paso de componer una oda maestra, una ideología digna para nuestros tiempos.
Sigamos conversando.
(Continuará).
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