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Y me quedé pensando.
«Resiliente y muy muy propensa a ser llamarada de tusa», fue lo primero que pensé. «Soy chapina. Disculpe», seguí justificándome mientras respondía mentalmente. Y es que, ¿para qué hablar cuentos?
Lo resiliente, pues, es más necesidad que otra cosa.
Pero lo llamarada de tusa es maña. Encendidos en patrio ardimiento.
Apasionados por un instante, indiferentes por el resto de los millones de instantes.
Empuje momentáneo seguido por un —casi inmediato— aplazamiento eterno.
Maña heredada esa de la tusa.
Y ha de ser porque «nuestros padres lucharon un día». ¡Un día!
Y los demás días valieron. Valieron ante la indiferencia y la apatía.
«Esto es solo hoy», musito amargada mientras apago el motor con resignación.
Estos maratones con antorcha se parecen mucho a Guatemala.
Será porque van —caóticas— con rumbo a un destino incierto y porque —al final— nadie gana nada.
Será porque ni uno de miles se cuestiona y solo corre sin razón porque sí, porque la tradición así lo manda.
Será porque es pan y circo durante días y es más sencillo seguir al rebaño. En manada, así como hacen las bestias.
Será porque la independencia es algo tan efímero que, aunque corramos, no vamos a alcanzarla nunca.
Y porque con todas estas razones puedo identificarme plenamente.
Me identifico plenamente porque soy chapina: me reconozco como una persona a la que le encanta coquetear con la posibilidad. Me gozo (y me sufro) las probabilidades y las estadísticas (estén a favor o en contra).
Eso de hacerle ojitos de lejos al éxito me mantiene viva.
Pero me pasa en el futbol, en la política y en los pleitos: no me comprometo.
Sudo el esfuerzo venidero, anhelo el gol, me ilusiona la copa. Pero, si me convocan a partido, seguro llego tarde. O me olvido del uniforme. Me conozco.
Soy esa patoja mañosa que fue seleccionada para el equipo de atletismo del colegio y prefirió decirle a la maestra que su papá no iba a poder comprarle los tenis.
Y lo he hecho miles de veces: nutricionistas, gimnasios, partidos políticos, traidos, grupos de lectura, clases de cocina. Si de comprometerse se trata, mejor digo lo mismo que la Shakira: te lo agradezco, pero no. Ni por mi amada patria lo hago.
«Esto es solo hoy», digo apática, arisca, indiferente. Y es que esta realidad no es la mía: yo soy de otra clase, de otro tipo, de otro sentir. Ellos son de palco. Yo soy de área VIP. Soy de VIP y a eso de cuestionarse no le entro. Hago porra, pero no me comprometo.
Pasa la manada de corredores con antorchas de tusa. Pasa la manada de carros con banderitas y vidrios polarizados de indiferencia. «Pobres patojos. Pobres chapines. Corriendo detrás de una independencia que se nos escapa. Corriendo por una libertad que no tenemos».
(Continuará).
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