Mal llevado el tema, el presupuesto puede resultar una fuente de problemas y hasta convertirse en una pesadilla. Desde el punto de vista técnico, la discusión y aprobación del presupuesto que se está ejecutando en 2016 demostró lo delicado del equilibrio técnico entre prioridades, asignaciones de gasto y fuentes de financiamiento. No se trata solamente de subir o bajar asignaciones de gasto. Es necesario tener cuidado extremo con todo el andamiaje técnico de los sistemas de contabilidad, presupuesto, tesorería y crédito público.
Desde el punto de vista político, el presupuesto también es un equilibrio complejo para las relaciones entre los organismos Ejecutivo y Legislativo. Según la Constitución, el Ejecutivo propone (que ya hizo el viernes pasado) y el Congreso modifica y decide si aprueba o no (que hará en los próximos cuatro meses). El año entrante el Ejecutivo, como su nombre lo indica, ejecutará. Y durante la ejecución, el Congreso supervisará. Este esquema abre gran cantidad de posibilidades en las que las cosas pueden salir bien o mal.
Un Ejecutivo y una bancada oficial política y técnicamente débil les darán a los diputados de oposición una ventaja que seguro aprovecharán, con el riesgo de que algunas crisis políticas anteriores se repitan. Por ejemplo, cuando el presidente o el ministro de Finanzas Públicas se ha visto obligado a ir de rodillas al Congreso para pedir la modificación de techos de gasto o la ampliación de la autorización para colocar bonos para resolver crisis generadas por no tener presupuestos bien hechos.
O, la otra cara de la moneda, cuando la oposición es política y técnicamente débil (como cuando existieron las famosas aplanadoras oficialistas). En este caso, el riesgo es que el abuso ocurra del lado del Ejecutivo, con un presupuesto demasiado laxo, que fácilmente pueda ponerse al servicio de la corrupción o de los intereses políticos espurios. Sobre esta posibilidad no hay que elaborar mucho. Basten los ejemplos del gobierno patriotista de Pérez Molina y Baldetti.
Por estas razones es que resulta doblemente ofensivo y preocupante el bochornoso espectáculo del presidente aburrido y dormido durante la explicación de su propio ministro de Finanzas Públicas. Si eso hace con su propio alfil financiero, ¿qué consideraciones tendrá cuando sea el turno de sus adversarios políticos? Es un signo muy grave de menosprecio a un tema de la mayor importancia, pero está a tiempo de corregir.
Ahora el proyecto de presupuesto pasará a la Comisión de Finanzas Públicas y Moneda (CFPM) del Congreso y con ello será el epicentro de la discusión. Primero, es imperativo exigirle a la CFPM que continúe con su política de puertas abiertas, con reuniones transparentes e incluyentes, que, como hasta ahora, han contado con la participación no solo de los diputados integrantes y de sus asesores, sino también de diputados de otras comisiones, de funcionarios del Ejecutivo y de la sociedad civil, incluyendo al sector privado empresarial, a centros de pensamiento y academia y a todos los que quieran llegar.
Quizá el principal error que se le señaló a la propuesta de reforma tributaria que presentó el Ejecutivo era que carecía de un enfoque integral, que además de los impuestos abordara temas importantes como transparencia y combate de la corrupción, destino de los recursos adicionales, endeudamiento público, impacto económico no fiscal, etc. Pues bien, la mesa de la CFPM para el presupuesto de 2017 es el espacio para tener esa discusión con enfoque integral.
¿Estamos listos para demostrar ciudadanía activa y presentar propuestas técnicamente sólidas y políticamente legítimas para, no lo olvidemos, el que es nuestro presupuesto?
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