Se abre el telón. Ahora que músicos y poetas, reclinados sobre el pentagrama, dan toques finales a las melosas tonadillas de la próxima aventura electoral, despierta también el prurito ciudadano sobre la mejor forma de usar sus preciosas papeletas. Las uvas están verdes, pero madurarán rápidamente. Con poco tiempo para el proselitismo, la propaganda y el debate, las reglas de la contienda parecen favorecer la búsqueda del voto apresurado, emotivo o estratégico: positivo para consolidar un triunfo anunciado, negativo para evitar que gane la opción puntera.
Odres nuevos. El último cuadrienio se destacó por el afán de sectores muy visibles de la clase política de proteger sus intereses y los de piezas clave del poder económico, político, militar y eclesiástico, quienes, inadvertidamente o no, podrían haber cruzado la línea de la legalidad en un tiempo en que la justicia veía hacia otro lado. Esto llevó a maniobras y componendas que, al hacerse públicas, mostraron la amplitud de las redes implicadas. Los casos que prosperaron abrieron ollas podridas e implicaron liderazgos diversos. El desgaste de imagen de la clase política tocó el fondo rocoso y, como consecuencia, vemos que al menos dos tercios de los 27 partidos políticos inscritos son ejercicios de reciclaje y remodelación. El tiempo dirá si estas aventuras costosas y fútiles, estos intentos de cosmética, pasan el tamiz de la estética ciudadana.
Dimes y diretes. El espacio mediático se llenará de posiciones encontradas sobre el combate de la impunidad, la legitimidad de los casos activos y el uso de la persecución judicial como trampolín o arma política. También se escuchará sobre partidos y líderes que contribuyeron al desmantelamiento de capacidades del Estado y sobre la bochornosa alineación de fuerzas internas y externas al Estado para evitar que se conociera la otra verdad histórica, la del saqueo de la nación. Son temas inevitables en los que varias figuras políticas podrán hablar en calidad de protagonistas.
Diálogo y ciudadanía. Sin embargo, otro debate es posible, empezando por un examen honesto del estado de la nación. Nos falta debatir los factores que frenan nuestro desarrollo y los medios para revertir el deterioro económico, social y ambiental de la gestión pública y de la seguridad ciudadana. ¿Quiénes son los ciudadanos capaces de aportar al diálogo sin recurrir a la descalificación, a las etiquetas fáciles y al negocio del miedo? Tal vez los jóvenes, ese 40 % de potenciales electores entre 19 y 34 años, más preocupados por las oportunidades limitadas de educación, ocupación, vivienda y transporte.
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El barco. Francamente, escribió Neruda, no se trata de molestar a nadie. Es tan sencillo: somos pasajeros. Pasajeros del mismo barco y transitorios en el tiempo histórico. Tres cuartos de los electores vivieron el terror del conflicto, la promesa de una nueva constitución, el proceso de paz, los asesinatos políticos y la extinción del dominio del Estado sobre los bienes, servicios y recursos públicos, seguidos de casi dos décadas de empeoramiento de las condiciones de vida de la población. Por suerte, los autores, facilitadores y perpetradores también son pasajeros y van cayendo uno a uno en el olvido, en la absolución o en gratuitos elogios.
Criticando con criterio. ¿Qué partidos traen propuestas de acción afirmativa contra la segregación social en la que llevamos empantanados varios siglos? ¿Qué innovaciones de política se plantean para que las inversiones públicas en salud y educación den buenos resultados? ¿Qué prioridad tienen los jóvenes en las diferentes plataformas programáticas y qué acciones concretas se proponen para mejorar su capacidad de forjarse un mejor futuro? ¿Qué propuestas incluyen un plan maestro de inversiones para poner al día el sistema logístico nacional? ¿Qué soluciones se están proponiendo para resolver los vacíos legales, de conducción y de control en la gestión del agua, la energía, la biodiversidad, las reservas minerales y la calidad del aire? ¿Qué estrategias se perfilan para recomponer el sistema de servicio civil y reducir el gasto improductivo del Estado? Que el festivo ambiente del período electoral nos sirva para aplicar barómetro programático y compás moral a los partidos políticos y decidir en las urnas el destino de los partidos con tachas y sin propuestas.
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