Así reza la sabiduría popular, que muchas veces interpreta de mejor forma la realidad. Y eso se relaciona directamente con lo aseverado por el desaparecido sociólogo guatemalteco Carlos Guzmán-Böckler en su libro Donde enmudecen las conciencias, en el cual plantea: «Las ideologías dominantes en los países colonizados son las líneas directrices del conjunto de creencias, ideas, mitos y teorías que dan las metrópolis con la intención de explicar la vida social en función de sus intereses y de los grupos privilegiados por la colonización. Son justificación y programa».
Y así es en la actualidad. Cuando la voz de los excluidos se levanta para demandar el reconocimiento de la jurisdicción indígena, la consulta a los pueblos, la defensa de la madre tierra, seguridad alimentaria, empleo, educación y otros derechos negados por los grupos privilegiados que han tenido al Estado como su propiedad, estos acuden al discurso y a la ideología dominante para asustar con el petate del muerto, condicionar la acción política y presentarse como los buenos que piensan y actúan por el resto de la sociedad, todo ello con el único fin de renovar y mantener su poder.
Para ello, en la actualidad del marketing político acuden a lo que Jon E. Illescas llama la política Coca Cola o la publicidad corporativa de siempre, que se basa en cometer las mismas fechorías capitalistas e imperialistas de siempre, pero con un halo de santidad cool que los hace parecer justo lo contrario de lo que son.
¿Y por qué lo anterior?
Porque, participando en el último Encuentro Nacional de Empresarios (Enade) y, más recientemente, en el II Encuentro Ciudadano en Xela, organizado por la Fundación Libertad y Desarrollo de Dionisio Gutiérrez, no pasó desapercibido el show mediático de ambos eventos, plenos de publicidad, con amplia cobertura de los medios y un vasto derroche de recursos tecnológicos de punta, donde hasta el himno nacional resultó cool y con una participación masiva. Estas acciones diluyeron el verdadero objetivo: consolidar la ideología dominante y al mismo tiempo asustar con el petate del muerto, por un lado, y confirmar, por el otro, lo escrito por Illescas: «No debe resultar sorprendente que los enlatados cantos de sirena de la élite buena resuenen por todo el orbe. Lo lamentable es que nosotros, en tanto que asalariados, los tarareemos. Lo grave es que nos creamos su propaganda disfrazada de refrescantes anuncios […] que pensemos que el mañana lleno de amor y convivencia multicultural que nos garantizan si apoyamos a sus buenos será posible en nuestra realidad».
A la par y dentro de estos espectáculos, el discurso de los altos dirigentes empresariales, también hegemónico, arremetió al final del evento contra la intención de reconocer el derecho indígena mezclando el sebo con la manteca: negocios y derechos. Lo mismo sucedió en el Encuentro Ciudadano en Xela. Gutiérrez culpó de la crisis del Estado a la población que no sabe elegir, a los demagogos que viven de la lucha de clases, a los que hacen protestas en vez de propuestas, al sector político, a la academia y a la sociedad civil, pero no señaló a los empresarios evasores y privilegiados con leyes ad hoc a sus intereses. Tampoco culpó a los altos empresarios que han financiado desde 1985 la mayoría de los partidos políticos para cobrar facturas al momento de gobernar.
Según él, somos culpables de los altos niveles de contaminación. No la industria extractiva. Tampoco las plantaciones de caña ni los que desvían los ríos y los contaminan con desechos industriales al tiempo que exigen que la ley se cumpla. Mientras tanto, en distintos medios de comunicación se publican las protestas del Cacif[1] y de los generadores de energía eléctrica por las indiscutibles resoluciones legales de la Corte de Constitucionalidad que han suspendido algunas hidroeléctricas.
Y como guinda en el pastel, dijo que la desigualdad la provocan los políticos corruptos, no el modelo económico primario, extractivista, semifeudal y orientado al mercado externo ni los privilegios fiscales que favorecen a los monopolios, que ahogan y matan las iniciativas económicas internas.
En lo que no falla la ideología dominante es en los efectos sobre la población que acude a sus eventos y aplaude, cree y multiplica las creencias, las ideas, los mitos y las teorías de los grupos de poder que hacen realidad la colonialidad de la que no hemos podido escapar desde 1524.
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[1] Prensa Libre, 1 de marzo de 2017, página 22.
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