Como recordaremos, la brutal ejecución policial quedó grabada en el celular de una valiente testigo, demostrando que Floyd yacía desarmado y esposado bajo el yugo de tres oficiales, asfixiándose y pidiendo auxilio a las supuestas fuerzas de paz. El vídeo de los nueve minutos y medio de su suplicio constituyó una de las pruebas más contundentes para sentencia al exoficial Derek Chauvin quien purga ahora una condena de 22 años. En junio empezará el juicio de solo dos de los otros tres exoficiales implicados, dado que uno de ellos se declaró culpable y recibió una conmutación de pena por lo cual permanecerá solo tres años en prisión.
El departamento de policía de Minneapolis es uno de los más cuestionados del país por su trato dispar, violento y hostil hacia las minorías raciales y étnicas, especialmente indígenas y negras, como acaba de revelar un estudio por parte de la agencia estatal de derechos humanos del estado de Minnesota. Muchos de los hallazgos no son sorprendentes, sino que confirman lo que sus habitantes más afectados han denunciado por generaciones, sin cambio sustancial en la cultura y el abordaje de las relaciones entre las fuerzas del orden y la comunidad.
Remembranzas en el aniversario de este atroz crimen coinciden casi una semana después con la masacre de 10 residentes negros en la ciudad de Buffalo, Nueva York, por parte de un supremacista blanco de 18 años. El tipo iba armado hasta los dientes, pero a diferencia de Floyd, sobrevivió sin rasguño alguno. En un manifiesto de odio racial de más de cien páginas, el supuesto asesino detalla el blanco de su ataque, razón por la que viajó más de 300 kilómetros hacia una de las áreas con mayor concentración de población negra no solo en ese estado, sino que en todo el país.
El perpetrador es un fiel creyente en teorías de la conspiración como «el gran remplazo» que falsamente arguye que los blancos están siendo demográfica y culturalmente reemplazados por inmigrantes y minorías de color. Según sus propulsores, las élites políticas están facilitando mayor inmigración al país para reemplazar a la población blanca nacida aquí con fines electorales que favorecerían a los demócratas.
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Políticos oportunistas y racistas como Donald Trump quien sigue negando el triunfo del presidente Joe Biden, o comentaristas irresponsables como Tucker Carlson que buscan añadir mayor ranking a sus tendenciosos programas televisivos o radiales, infunden miedo, prejuicios y falsos argumentos sobre una supuesta facilidad para los inmigrantes indocumentados de votar automáticamente. Toma muchos años, sino décadas, obtener residencia permanente y luego obtener la naturalización para inmigrantes autorizados o no. Y una vez ciudadanos, tampoco votan masivamente. Acorde a cifras de la Oficina Federal del Censo, mientras que 67 % de estadounidenses nacidos aquí ejercen el voto, apenas el 61 % de ciudadanos naturalizados lo hace.
El racismo mata, pero debe y puede combatirse. Pasa por erradicarlo por medio de una educación crítica que forme ciudadanos para la democracia, retando rigurosa y científicamente a los estudiantes para comprender los legados perversos del colonialismo. Pasa también por demostrar las virtudes y herencias positivas (no mitológicas ni romantizadas) de las civilizaciones que les precedieron, como precondición para derribar prejuicios de superioridad. Y pasa, ultimadamente, por la necesidad cada vez más apremiante, de que las políticas educativas sean antirracistas e incluyentes.
Pero en estos tiempos de renacimiento autoritario y erosión de principios democráticos que cada vez más atentan contra los derechos civiles de los y las ciudadanas estadounidenses por medio de «guerras culturales», atizadas por redes sociales escasamente reguladas, me temo que esta no será la última vez que asistiremos a nuevos actos de terrorismo doméstico que enlutan a las comunidades más vulnerables.
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