Pero en Guatemala, las transnacionales que han corrompido todos nuestros sistemas de gobierno, han convertido el noble sostén en un ícono de la impunidad y de la desvergüenza. Por esa razón he dado en llamar El síndrome del cabestrillo a esa condición de sustituir las esposas por un cabestrillo en quienes detentan algún poder, que les permite, aún estando presos, no ser enchachados como sí se procede con cualquier persona que no tenga alguna influencia dentro del sistema imperante.
Debo aclarar que no soy partidario de los escarnios. El uso de grilletes en las muñecas y los pies me parece, en muchos casos, indignante e innecesario. Y de ello me permito argüir a continuación.
1. El martes 15 de febrero del año pasado me asustó (así como se lee) ver las condiciones en que fue engrilletado (desde las muñecas hasta los pies) Juan Orlando Hernández, ya para entonces expresidente de Honduras. Recién había sido capturado para extraditarlo a Estados Unidos de América. Los grilletes en las muñecas y los tobillos estaban enlazados por sendas cadenas que lo obligaban a encorvarse para poder caminar. Me pregunto, ¿era necesaria semejante humillación? Porque, aunque los delitos de los que se le acusaban eran gravísimos, escaparse habría sido imposible. El propósito entonces era el escarnio por sí mismo.
2. Sin duda alguna, hay y habrán casos que lo ameritan. A una persona violenta, abusiva, que busca lastimar o que dé muestras de un real peligro de fuga se le debe mantener esposado. Mas, quien se entregó a las autoridades por su propia voluntad y/o está debidamente custodiado no tendría por qué ser engrilletado. Estamos en la tercera década del siglo XXI y no en las postrimerías del siglo XV.
3. Entiendo, como médico que soy, que no faltará ocasión en que un capturado necesite utilizar un cabestrillo. Negárselo sería atentar contra los deberes de humanidad. Empero, para fines legales, se tendrá que demostrar mediante diagnóstico por imágenes o examen físico, la lesión o las lesiones que el capturado aduzca tener. Y médicos del Instituto Nacional de Ciencias Forenses tendrían que corroborar ese diagnóstico. Casos así son inobjetables.
4. La importancia entonces de estos argumentos concierne a la igualdad ante la ley. «O todos hijos o todos entenados» reza un dicho popular. Cabestrillos para unos y esposas para otros deja muy mal parado a nuestros sistemas de justicia y de gobierno que, dicho sea, están haciendo agua desde hace mucho tiempo.
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El miércoles 18 recién pasado se publicó en Prensa Libre un excelente reportaje llamado Caso Odebrecht: los tentáculos de la corrupción alcanzaron a políticos de 12 países[1]. En la entradilla se da a conocer que ese caso «salpicó a Guatemala con la distribución de unos US$ 31.95 millones para políticos, empresarios y exfuncionarios del gobierno del Partido Patriota»[2]. Y cuando se realiza una suma de las cantidades que Odebrecht admitió haber pagado a cada país, se alcanza la cifra de US$694 millones. ¡Carajo!, estamos hablando de un monstruo peor que la Hidra de Lerna, aquella serpiente policéfala de hasta diez mil cabezas que por cada una que se le amputaba, regeneraba dos. Pues, entre otras, a ese tipo de cabezas regeneradas me refiero cuando argumento acerca del Síndrome del cabestrillo en el momento de ser capturadas o durante sus traslados ya apresadas. Me pregunto: ¿Por qué a esos engendros sí se les permite usar cabestrillo y al ciudadano de a pie no?
Reitero mi postura: los grilletes deben usarse con fines de seguridad y no de escarnio, pero mientras ese momento llega, la conducta debería ser: «O todos hijos o todos entenados».
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