Ya había investigado algunos temas para estar preparada en el momento de hablar con doña Betty, quien estaba en una reunión en la municipalidad. Me enteré de que ella tenía un hijo pequeño con problemas de aprendizaje y de visión. Estaba esperándola cuando se escuchó a lo lejos nuevamente aquella vocecita.
—¿Quiere lichas?
—¡Venga, mi amor! —me apresuré a llamarla, notoriamente emocionada al verla entrar—. ¿Es cierto que se llama Ángeles? —pregunté.
—Sí— respondió ella, esta vez mucho más segura de lo que yo recordaba.
—Mire: a usted le gustaría estudiar, ¿cierto?
—¡Sí!
—Quiero preguntarle algo. Supongamos que yo le digo que la pongo a estudiar en la Escuela Urbana. ¿Le gustaría que la pusiéramos a estudiar allí?
—¿En la Escuela Urbana? Mmm… ¡Yo no quiero ir allí!—rio nerviosa.
—Pero… usted estudiaba en la Urbana, ¿verdad? Eso me dijo.
—Sí, estudiaba, pero ya no —me contestó.
—¿Dónde quisiera estudiar usted entonces?
—Quisiera estudiar en el colegio Purulhá —respondió con voz bajita mientras enrollaba nerviosa la bolsa con el dinero de la venta—. Ahí estudia una mi primita que está en primero.
—¿Y si le digo que la quiero poner en el colegio Purulhá? —le propuse.
Su rostro instantáneamente se iluminó. Sus ojos tomaron un brillo que no se volvió a diluir durante toda la conversación.
—¿Y a usted le toca tercero? ¿Estaba en segundo, me dijo?
—Estaba en segundo, pero no gané —dijo ella.
—¿La sacaron antes?
—No —respondió de manera categórica—. A mí ninguno me sacó. Me salí yo por un niño que mucho me molestaba.
—¿Qué le decía el niño?
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—Es que él era grande. Catorce años tenía y estaba en segundo primaria. Un día me senté adelante, y él se sentó atrás de mí. Cada vez que yo escribía, me tocaba la pierna. Yo le dije que no me tocara y no me hacía caso.
—Comprendo —dije intentando disimular la rabia que me produce el acoso a las niñas—. Y si la ponemos a estudiar en segundo en el colegio Purulhá. Ahí cuidan mucho a las niñas para que nadie las esté tocando. ¿Su mamá le da permiso?
—¡Saber! Ahí solo que usted le hable. Ahorita está en la muni.
—Sí, yo voy a hablar con su mamá. La estoy esperando. Me dijo que estaba en una reunión. Cuénteme una cosa: ¿es verdad que usted sale a vender para ayudar a su mamá porque tiene un hermanito enfermito?
—Mi hermanito es especial. Tiene un ojito chiquito y uno grande. Nosotros pensamos que él podía ver con el ojito grande y con el chiquito no. Qué si es al revés: con el ojito pequeñito mira y con el ojito grande no. Lo van a operar, y tienen que hacerle unos exámenes que cuestan tres mil, pero mi mamá no tiene el dinero. Pero yo salgo a vender solo porque me gusta ayudar a mi abuelita. Porque mi abuelito se murió.
—Comprendo. ¿Puede decirle a su mamita que pase acá conmigo al salir de la reunión? Dígale que acá la estoy esperando —le dije.
—¿Usted no va a salir a ningún lado ahorita? Ella ya va a salir. ¿Qué hora tiene?
—Yo tengo que salir, pero no me voy a mover de acá hasta que hable con ella. Ahora son las once.
—¿Las once y cuánto? —preguntó insatisfecha con mi imprecisa respuesta.
—Las once y cuarenta y cinco— le aclaré.
—Entonces ya va a salir. En 15 minutos. No se vaya a ir.
Mientras enrollaba y desenrollaba la bolsa de dinero (esta vez con más energía que nerviosismo), hablamos un poco más y luego fue a llamar a su mamá. Nos tomó unos minutos llegar a un acuerdo muy bien negociado. Mi día cambió, igual que la suerte de esta chiquilla. No tengo ni idea de dónde conseguir el monto que se necesita para inscribirla en el colegio, pero estoy segura de que se puede resolver. Si usted desea apoyar a Ángeles y a otros niños de comunidades rurales, por favor, escríbanos.
¡Ángeles irá al colegio!
¿Se imagina la ilusión con la que durmió esa noche esa nena linda?
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