Una banda de covers siempre cobra. De lo contrario, ha entendido mal el negocio. Los lugares que quieren tener música en vivo cotizan y contratan a estas bandas. En contraste, a las bandas de música original les ceden el espacio para que se den a conocer, muchas veces sin facilitar las condiciones mínimas de audio o sin permitir que la banda cobre la entrada para cubrir los costos del sonido que no les quisieron contratar. En conclusión, muchas veces las bandas de música original no sacan ni para la cena.
Ahora bien, no es que tenga nada de malo que existan músicos cuyo trabajo sea tocar canciones de otros artistas. Incluso, muchos mantienen su banda de música original tocando covers.
Tampoco estoy insinuando que las bandas de covers les quitan trabajo a las bandas originales, porque no es el caso.
Ni siquiera digo que esté mal que los lugares contraten bandas de covers para amenizar. Solo digo que lo verdaderamente preocupante es, por un lado, la completa desvalorización que existe del arte y de la música original; y por otro, esa obsesión del público guatemalteco y de los contratantes de escuchar música que ya conocen.
La desvalorización de la música original va amarrada a la idiosincrasia del público. Sin embargo, no es responsabilidad única de este. También lo es de las bandas. Primero, porque cuando alguien los contrata y les paga por un concierto se relajan y no convocan a sus seguidores, así que llega poca gente y, claro, así tampoco es el negocio. Y segundo, porque ante la promesa de darse a conocer no les cobran a promotores, lugares y festivales que tienen las posibilidades económicas de pagar y que a la hora de la hora los ponen en el peor horario o con condiciones de sonido nefastas. A la larga, no cobrar termina siendo contraproducente para la banda, es decir, las primeras en valorarse a sí mismas deben ser las bandas.
Acerca de la obsesión que tiene el público guatemalteco por la música que ya conoce, se puede decir que está llegando a extremos enfermizos. Por un lado, además de los cientos de bandas de covers que existen, cada semana tenemos una cartelera musical atiborrada de tributos a los Beatles, a Pink Floyd, a Bon Jovi y hasta al «rock nacional». Sí, leíste bien. Al parecer, a la gente le gusta más ir a ver una banda tributo al rock nacional que darse la oportunidad de descubrir nuevo rock nacional.
La obsesión es tal que incluso integrantes de algunas bandas de amplia trayectoria (a las que sí les pagan por tocar música original) forman supergrupos, en los que tocan no solo las mismas canciones que casi cualquier otra banda de covers, sino también canciones de cada una de las bandas de las que son miembros. ¿Me explico? Suena confuso, pero así es.
Aquí se podría entrar en una discusión cíclica tipo qué fue primero: el huevo o la gallina. ¿Les pagan a bandas de covers porque eso le gusta a la gente o a la gente le gusta eso porque en todos lados hay bandas de covers? Hay argumentos para ambos lados.
Pero, en realidad, las preguntas principales serían por qué resulta más legítimo pagarle a una banda de covers que a una de música original; por qué, si voy a un lugar a comer, hay un tipo con una guitarra haciendo su mayor esfuerzo por cantar como Arjona y no están, digamos, Claudia Armas o Ishto Juevez tocando su música; por qué en un festival los promotores les pagan cientos de miles de dólares a bandas internacionales, y no a las nacionales; por qué en un bar es más fácil encontrar un grupo que toque La planta o Sweet Child o’ Mine, y no grupos como Filoxera o Los Tiros, por ejemplo. ¿Por qué?
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