Estos son algunos de los eslóganes recurrentes de los odiosos, miedosos e ignorantes que han decidido embarcarse en una cruzada antifeminista que francamente nos hace daño a todos. Estos compañeros no pueden imaginar un mundo donde su privilegio de género se haya desvanecido en la oscuridad de la misma noche que se tragó la esclavitud, la Inquisición y otros horrores que, como el machismo, resultan difíciles de creer. Su consigna: «Hay que resistir».
Pues ayer se llevó a cabo un paro colosal (participaron casi 60 países) en el cual feministas y solidarios nos recordaron al unísono que la mujer tiene un sitio natural en la sociedad y en la historia y que falta trabajar mucho, y aguantar más, para que esto sea reconocido ampliamente.
Para que la equidad entre géneros deje de ser una aspiración distante.
Hasta ahora, gracias a los feminismos varios, se han seducido mitos y demonios, se han empoderado millones de mujeres y niñas de muchas generaciones y se ha avanzado el programa humanista. Nos regalaron el sufragio universal, les dieron forma a los derechos sexuales y reproductivos, les ofrecieron un rostro y una voz a las muchas víctimas anónimas del patriarcado histórico, abrieron el camino hacia las nuevas masculinidades y, sin ayuda de nadie, colocaron la justicia de género en la agenda pública global[1].
El feminismo, se desprende, es bueno para el mundo[2].
Aún así, muchos reclaman que se hable menos de feminismo y más de igualdad, que los hombres también sufren. Otros piden que dejemos de lado la polarización de una sociedad moderna ya de por sí muy fragmentada. «Mejor humanismo», dicen. «Es más incluyente».
Pero las desigualdades son reales. La discriminación es real. Las mujeres ganan menos plata haciendo el mismo trabajo y, en general, tienen menos oportunidades. Y, sí, mueren más por el solo hecho de haber nacido mujeres. Además, tienen que soportar un código moral impuesto por dictadores que insisten en decirles qué hacer con sus propios cuerpos.
El gran error de ellas, evidentemente, fue nacer sin pene.
¿Y si el ismo se vuelve fanatismo?
Dos cosas. Sabemos que el pensamiento libre es el gran enemigo del establishment, ya que está cargado de polen transformativo. Al dogma, la mente crítica le provoca alergias. Segundo, no parece descabellado pensar que las grandes causas nacen del dolor. El dolor concientiza, estimula y da propósito. Bien atendido, no puede sino convertirse en amor. Pero un dolor ignorado se puede fermentar en exceso y convertirse en rencor, odio.
Los feminismos no se escapan de caer en las trampas del resentimiento y el dogmatismo. Como todos los ismos, pueden ser movimientos imprescindibles, pero nunca invencibles.
A lo que voy: el feminismo que se convierte en fanatismo deja de ser activismo. Esto, me parece, hay que denunciarlo, aunque lo políticamente correcto sea apoyar y quedarse calladito.
Pero de actos políticamente correctos está hecho el camino a Xibalbá.
Estos feminismos reaccionarios[3] y su Santa Vulva incontestable no están sujetos a examen o cuestionamiento. Ellas yacen fuera del campo de la opinión (¡herejes librepensantes!) y, por supuesto, están exentas de toda responsabilidad por sus desaciertos.
Cuidado se meten con la Vulva, cerdos opresores, todos.
Naturalmente, el recelo se entiende. Un bien preciado se debe guardar celosamente, y las corrientes feministas lo son. Pero ¿qué hay del recelo que se transmuta en ensañamiento?
¿Hombres feministas?
Esta semana, un meme desafortunado (desde el feminismo inmoderado) enviaba un mensaje «a los hombres» explicándoles en tono condescendiente cómo apoyar su marcha, sin hacer demasiado ruido, hasta atrás.
Quienes civilmente cuestionaron los términos de sus métodos fueron llamados «traidoras», «inseguros» y «mal cogidos». El meme fue democrático, como lo fue su cuestionamiento. No así la respuesta agresiva y nada respetuosa de algunos sectores ambiguos del feminismo.
Es que no parecen feministas. Parecen mujeres que resienten las nuevas masculinidades. Temen que los hombres conscientes usurpen sus espacios[4]. Olvidan que el patriarcado es un problema amplio de sociedad que demanda un desafío conjunto.
Una fuerte alianza entre mujeres y hombres en condición de mutua libertad.
Pero, lejos de persuadir al conservador (mucho menos al legislador), ahuyentan al progresista. Vaya estrategia. Su mensaje está diseñado para que se lo traguen solo las conversas. Para cualquier otro grupo humano es incomestible. Terminan por regalar excusas a los más destructivos para inventarse tonterías como feminazismo.
Desde luego, también conozco feministas auténticas, quienes entienden que, sin importar lo que llevemos en medio de las piernas, avanzar la lucha es bueno para todos. Saben que los activismos están para transformar la realidad, no para perpetuar sus vicios.
Aquel feminismo fue el que me despertó hace algunos años.
Vamos, amigas. No todo hombre es un cerdo opresor. No toda opinión es mansplaining[5]. Y ciertamente no toda crítica se externa con el ánimo de destruir.
Que yo sepa, la justicia no tiene falo ni clítoris.
Así como no es necesario ser indígena para marchar enérgicamente por la defensa del territorio o pobre para trabajar con organizaciones populares, igual, en el feminismo cabemos todos los conscientes, soberanos de corazón, mente y pulmones.
Déjennos acompañar como dicte nuestra conciencia.
***
[1] Entre muchas otras conquistas importantes, incluyendo formas avanzadas de organización en los ámbitos de trabajo y de educación.
[2] No obstante, falta mucho por hacer, sobre todo en temas de paridad política, embarazos forzados, femicidios y trata de menores.
[3] Suspiran por nuevos matriarcados.
[4] Un hombre consciente entiende los feminismos y su rol de cómplice sin pasarse de la raya. De lo contrario no sería consciente.
[5] No faltará quien vea esta columna como eso. Garantizado.
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