A raíz de los constantes hechos de corrupción develados en los últimos tiempos se oye en los medios y en los espacios de debate la necesidad de cambiar leyes, reformar instituciones y crear procedimientos de evaluación de políticos, funcionarios y empleados públicos, así como llamados moralistas, con la creencia de que la corrupción es reciente, de que esta nació y se fomentó durante el período de transición democrática iniciada en 1985, cuando en realidad antecede al Estado guatemalteco y, es más, ella creó al Estado a su medida para su reproducción. Lo más dramático es que creemos que la corrupción se da solo en los niveles altos del poder político, cuando en realidad ha penetrado histórica y continuamente en todos los intersticios de la estructura social.
Si teóricamente la soberanía es la base del Estado, en la práctica colonial la corrupción es el elemento constitutivo y sustancial que le da la potestad de actuar sin estar sujeto a la mayoría, privilegiando a la minoría que ostenta el poder absoluto, a esa minoría que heredó de los invasores el gen de la corrupción como instrumento para la perpetuación de privilegios y jerarquías raciales. En ese sentido, el Estado es el instrumento idóneo para la apropiación y concentración de los recursos y la riqueza nacional, así como para la orientación de su distribución. Así ha sido durante casi 500 años.
En una entrevista, Noam Chomsky plantea que «la idea misma de que debe haber una clase de personas que dan órdenes en virtud de la riqueza que poseen y otra ingente clase de personas que reciban órdenes y las acaten debido a que carecen de acceso a la riqueza y el poder es sencillamente inaceptable».
La corrupción, generadora del Estado colonial, se manifiesta en la incorporación de tierras y territorios ajenos a los bienes reales de la Corona española; en el sometimiento de los pueblos originarios a la esclavitud; en el expolio (la apropiación violenta e injusta de algo que pertenece a otra persona) de riquezas, cultura, valores, etcétera, de los pueblos colonizados; en la imposición de creencias ajenas que en la teoría plantean la solidaridad y en la práctica el etnocidio; en el injusto y mortal sistema tributario impuesto por la colonia y la Iglesia (actualmente, el diezmo protestante), que derramaba corrupción en todos los niveles del sistema de recaudación; en la imposición del discurso oficial alocrónico[1], que endilgaba todas las culpas y todos los rezagos a la situación de los pueblos y se les negaba a estos su condición humana y la contemporaneidad al reducirlos a pueblos sin historia y atrasados en el tiempo; y en el uso de la cultura material para marcar diferencias de clase y cultura. Por ejemplo, la diferencia arquitectónica de las ciudades versus los pueblos y las aldeas o, más recientemente, el caso de Cayalá, espacio privilegiado propiedad de las élites y el Miami de la clase media, pero ajeno a los indígenas. Si no, recordemos los memes dirigidos a Erick Barrondo cuando él se fotografió en dicho espacio exclusivo del poder económico. Construcción europeizada. Símbolo del poder oligárquico sustentado en la concentración de la tierra, las plantaciones, el azúcar y el poder financiero.
Aparte de otros elementos de corrupción originaria y vigente en la actualidad, el punto central ha sido la violencia contra los pueblos para garantizar y perpetuar el Estado colonial.
La violencia de la irrupción extranjera, una vez desatada, no solo carecerá de límites, sino, consustanciándose con el sistema al cual da nacimiento, se perpetuará hasta nuestros días, sin más modificaciones que las que impone la sucesión de las épocas y sin perder una sola de sus características esenciales. La violencia de hoy no es más que la prolongación de la de ayer sin solución de continuidad.
Carlos Guzmán-Böckler[2]
Entendiendo lo anterior podemos explicarnos por qué tenemos un Estado fallido o a punto de serlo, una corrupción rampante tanto en los más altos niveles de poder público y privado como en la base de la estructura burocrática del Estado, una corrupción extendida y profunda que abarca clases, sectores, pueblos, grupos y la sociedad en general y que se manifiesta subjetivamente en la negación de dicha condición.
Parafraseando al maestro Guzmán-Böckler, es necesario arremeter contra la historia oficial impuesta, rescatar del otro lado del silencio a los pueblos indígenas, no valorar el maya muerto y discriminar al vivo, y arrejuntarnos no alrededor de personas, sino de ideas y aspiraciones comunes.
En síntesis, desmantelar el Estado colonial.
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[1] Pereira Symanski, Luís Cláudio. Alocronismo y cultura material: discursos de dominación y la utilización de bienes materiales en la sociedad brasileña del siglo XIX.
[2] Guzmán Böckler, Carlos (1986). Donde enmudecen las conciencias. Crepúsculo y aurora en Guatemala. Secretaría de Educación Pública (SEP/Ciesas), México. Primera edición. Pág. 17.
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