Para estudiantes extranjeros cuyas lenguas carecen del subjuntivo constituye un reto utilizarlo en sus distintos tiempos verbales: en presente, pretérito perfecto, pretérito imperfecto o pretérito pluscuamperfecto. Hay que ejercitarlo para que después se goce la dimensión de sus posibilidades. Por ejemplo, hace unas sesiones de clase, en el contexto alemán donde enseño gramática, practicamos el pretérito perfecto que se forma con el presente subjuntivo del verbo haber seguido del participio del verbo principal. Con este tiempo verbal, por ejemplo, los estudiantes descubren su utilidad para expresar acciones supuestas en un pasado relacionado con el presente («espero que me hayas escrito») o expresar deseos que puedan haberse realizado en un pasado reciente («ojalá haya llegado ya»).
Thelma Cabrera, candidata a la presidencia de la república, usó esta semana haiga en lugar de haya. Esto es, empleó la forma arcaica del verbo haber en subjuntivo. Bajo el principio incuestionable de que la lengua la hacen los hablantes, la pronunciación haia, según me informo, fue una derivación del subjuntivo del latín habea, que pasó de haea a haia y luego a haiga. Esa forma fue de uso generalizado hasta el siglo XVIII.
Paso a las consideraciones respecto a las críticas en las redes sociales sobre el uso incorrecto del español (en España serían más precisos: castellano). Primero, el modo subjuntivo es difícil para hablantes no nativos, como el caso de Cabrera, y su uso depende de un sistema escolar eficiente en proveer un espacio de aprendizaje y práctica. Ir por las escuelas del área rural guatemalteca y comprobar sus grandes precariedades, leer las estadísticas de deserción escolar o repasar los procesos de formación de maestros sirven para darse cuenta de que la enseñanza del subjuntivo debe de escasear para ciudadanos que no tienen el español como primera lengua. Segundo, ser extranjero frente a una lengua implica arriesgarse a hablarla no obstante los errores. Exige valentía en pos de las ideas. Esto lo sabemos quienes hemos aprendido alguna lengua no de niños, sino en la edad adulta. Lo peor es el silencio. La historia de Guatemala, además, ha sido la historia del silenciamiento de los indígenas. Un poema de Luis Alfredo Arango en Archivador de pueblos (1977) resulta ilustrativo: «El silencio del indio es lo que duele, / no su noche tan negra, / no el peso que lo aplasta». Escuchar el haiga de Cabrera sería, en tal sentido, amainar el dolor colectivo del mutismo. Tercero, si algo es evidente en Guatemala, tanto para las élites como para la clase media vamos a llamarla ilustrada, es una indiferencia frente a la gramática y la literatura. La posesión de una cultura letrada, y muy especialmente la lengua y la literatura, nunca ha estado ligada al ascenso o prestigio social, así que la crítica en cuestión resulta oportunista.
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Uno de mis autores favoritos, el ensayista peruano Manuel González Prada, escribió en 1890 un artículo provocador titulado Notas acerca del idioma, en el cual valoriza el habla del migrante, la hibridez de la comunicación en los puertos, la fascinación por los dialectos y germanías frente a la estricta normativa de la lengua. González Prada concluía: «Como el idioma contiene el archivo de nuestros errores y preocupaciones, tocarle nos parece una profanación». Las críticas al haiga de la candidata Thelma Cabrera constituyen, de alguna forma, una defensa agresiva para que quede intacto el archivo de racismo y exclusión que hemos construido en Guatemala.
La que escribe puede estar o no de acuerdo con el programa político de Thelma Cabrera. Asentir y disentir es parte de reconocer al otro como líder político. Pero el uso del verbo haber en versión haiga me convoca profundamente como migrante aprendiz de la palabra y como maestra, deseosa del error al ser un acto individual de afirmación radical en el uso de una lengua.
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