Helen Mack, la incombustible en el país de la impunidad
Helen Mack, la incombustible en el país de la impunidad
Hay una Helen en Guatemala que es Helen por antonomasia. En los círculos de la política, la justicia y la organización social, decir Helen, sin apellido, es hablar de ella, igual que decir “La Embajada” es hablar de la de los EE.UU.: de una mujer bajita, resuelta y malhablada que lucha desde hace tres décadas por acabar con la impunidad.
Helen Mack no hubiera sido Helen sin Myrna Mack.
Si un comando operativo del Estado Mayor Presidencial no hubiera asesinado a su hermana mayor, quizás hoy Helen Beatriz Mack Chang estaría dirigiendo una inmobiliaria exitosa en la zona 10 de la capital, ajena a muchas situaciones que hoy le quiebran la cabeza.
Pero una explosión lo cambió todo. Helen, la administradora de empresas dedicada al Opus Dei, mujer conservadora, alejada de la realidad de Guatemala más allá de la capital, se transformó a los 38 años.
El 11 de septiembre de 1990, en la morgue el Organismo Judicial un halo de pesadez nublaba el ambiente. Un ambiente de dolor de cabeza, de llanto contenido, de náusea. De silencio. Mucho silencio.
Lucrecia Hernández Mack, de 17 años, observaba la escena. Horas antes, su madre, Myrna Elizabeth Mack Chang había sido asesinada en la puerta de su oficina. 27 puñaladas.
Algunos familiares y amigos se acercaron esa noche a la morgue para reconocer el cuerpo. Lucrecia tiene todavía presente el miedo que se sentía. Los susurros. Nadie se atrevía a hablar en voz alta.
Y en medio de esta escena, entre corrillos y abrazos, recuerda a una mujer, pequeña, caminando de un lado a otro. Fumando cigarro tras cigarro. Preguntando. Exigiendo respuestas. La voz de su tía Helen, quien tomaría a partir de esa noche el papel de madre sustituta, se escuchaba por encima de las demás. “Hay que averiguar qué pasó. Por qué pasó”, repetía.
En ese instante, en esos primeros minutos de caos, de dudas, de preguntas sin respuesta, Helen Mack estaba a punto de surgir.
Helen antes de Myrna
Zoila Esperanza Chang y Yam Jo Mack fueron hijos de migrantes chinos.
Ella nació aquí, en Guatemala, en San Antonio Suchitepéquez, donde sus padres llevaban un tiempo asentados, aunque regresó y vivió en China de los cuatro a los siete años. Él llegó a Guatemala poco después, en la década de los treinta, de niño, acompañado de su familia. Huían de los conflictos de una China compleja, del comunismo y de los albores de una guerra contra Japón. No volverían a su país hasta cuarenta años después.
Los dos jóvenes tardaron poco en conocerse. De adolescentes, Zoila Esperanza y Yam Jo se encontraron, se enamoraron y se casaron. Se instalaron en Retalhuleu y abrieron el Almacén Mack.
Tuvieron cinco hijos, que nacieron en dos camadas, como las llama Helen. La de Marco Antonio, Myrna y ella, y la de Vivian y Freddy. Ninguno aprendió chino. Sus padres habían sufrido el racismo desde niños. No dominar el español, o pronunciarlo con un acento extranjero, fue motivo de burla y muchos intentos de engaño. Zoila Esperanza no estaba dispuesta a que sus hijos vivieran lo mismo.
El hecho de que existieran dos grupos de hermanos, separados por varios años, hizo que los tres primeros gozaran de una relación mucho más cercana. Marco Antonio —Maco—, Myrna Elizabeth —Chata— y Helen Beatriz —Bitty—, tuvieron que ayudar en el almacén desde que levantaron un palmo del suelo y vivieron las etapas más complicadas para la economía familiar.
También fueron los primeros en migrar a la capital. “Ustedes me destetaron como a los cuatro años”, le diría más tarde Helen a su madre. Al principio, vivieron con su abuela y sus tíos, en la colonia El Sauce, en la zona 2. Después, a Helen y Myrna las internaron en el Colegio Monte María. Marco Antonio fue a la residencia del Opus Dei.
Las dos hermanas tenían un carácter fuerte, perseverante. Myrna lo canalizaba a través de los estudios, de la disciplina. Helen, en la rebeldía y las travesuras. Hoy Helen hace memoria antes de acudir a un almuerzo con sus compañeras del colegio. De cómo se escapaba del internado, cómo fumaba y se emborrachaba a escondidas. Por ser la mayor, Myrna, que había nacido tres años antes que Helen, era la que terminaba regañada por sus padres.
En el colegio, Helen pasó por cualquier cantidad de castigos. Recoger papeles, sentarse una hora en silencio, leer, quedarse sin salir uno, dos fines de semana. Le daba igual. O se quedaba y robaba comida, o terminaba escapándose para no cumplir la penitencia.
Entonces, también se acercó al Opus Dei. Eso de buscar la santidad en medio del trabajo ordinario no le sonó mal, y se unió a la orden con varias compañeras de promoción. Poco después, se graduó de secretaria y estudió administración de empresas. Consideró que era lo más adecuado. Para ella y para su familia, por los negocios que sus padres habían comenzado.
El Monte María les sirvió a las dos hermanas para empaparse de la doctrina social de la Iglesia Católica. Pero Myrna llevaría sus enseñanzas a sus estudios de Trabajo Social y Helen, a proyectos de alfabetización de la asociación Amigos del País, una organización fundada en los sesenta que desarrolló un programa educativo entre la población con menos recursos.
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Raquel Zelaya, presidenta de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (Asies), que prestó la sede para algunas reuniones de Amigos del País, tiene un primer recuerdo de Helen muy vívido. Desde su despacho, dice, escuchaba sus gritos en los pasillos del edificio. Ofuscada, no lograba traducir palabras abstractas en imágenes digeribles y entendibles para personas que no sabían leer ni escribir.
Helen ríe ahora, al recordarlo. “Es que, ¿cómo le explicás el concepto de ‘libertad’ a alguien que está aprendiendo a leer?”. Para ello, Helen crearía un periódico, Raíces, con noticias agradables y lenguaje sencillo, para lograr que personas que aprendían a leer avanzaran en sus conocimientos.
En la universidad donde estudió administración de empresas, la Mariano Gálvez, a Helen le decían turista. Apenas pisaba el lugar. Con sus amigas y otras colegas que estudiaban Derecho, se reunía en una casa que habían comprado sus padres en el Parque Morazán y organizaban viajes. “Todo esto, en medio del conflicto, pero ahí andábamos fregando”, recuerda. Al graduarse, empezó a trabajar casi de inmediato en una empresa de la familia Obiols que construía casas. Myrna se había licenciado como trabajadora social en la Universidad San Carlos de Guatemala antes de estudiar sociología y antropología. A finales de los setenta, Myrna viajó a Inglaterra a completar su formación y regresó en 1982, en medio de la dictadura de Efraín Ríos Montt. Comenzó a trabajar en Inforpress Centroamericana, una editorial y revista sobre temas económicos, políticos y sociales de la región, donde, años después, entre sus colegas, fue fermentando la idea de levantar un centro de investigación independiente. Pensaron que podían aprovechar la apertura política del momento para hacer investigación social. Así, en 1986, la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala (Avancso) vio la luz. Myrna entonces dispuso indagar sobre el desplazamiento interno de personas, forzado por el conflicto armado. Fue su última investigación.
Las hermanas, dice Helen, representaban las dos Guatemalas. Una rural, afectada por la guerra, y una urbana, “que se sabía que existía, pero en la que no se profundizaba, hasta que te tocaba”.
Y a ella, a Helen, le tocó. El 11 de septiembre de 1990.
El caso, la transformación espiritual
Nadie se esperaba que asesinaran a Myrna Mack. No había motivos para hacerlo. Su investigación sobre los desplazados internos no era ningún secreto. El Estado Mayor Presidencial estaba al tanto y era una de las fuentes del trabajo. Tampoco había indicios de que fuera a suceder. Fue hasta después, con el repaso y la reconstrucción de los días previos, que las amenazas, los movimientos extraños, las persecuciones, que varios conocían pero que nadie compartió, sirvieron para hilar el crimen.
La familia Mack Chang se hundió. En casa no se hablaba del trabajo de la Chata. Se sabía que viajaba a Quiché, pero nunca que lo que investigaba pudiera concluir en su asesinato.
Entonces, Helen comenzó a preguntar. Preguntó mucho. Quería saber. Preguntó a Clara Arenas, a José García Noval, a Edgar Gutiérrez. Los tres compañeros de trabajo de Myrna, devastados por lo que acaba de suceder, le respondieron. “En Avancso estábamos incapaces de analizar lo que había sucedido”, recuerda Clara Arenas. Había que pensar en medio del dolor de haber perdido a Myrna. Que Helen llegara y cuestionara, les ayudaba a entender.
Edgar Gutiérrez la recibió poco después del funeral. Hoy, ríe al recordar cómo conoció a Helen. Fue un par de años antes del asesinato. Él había llegado a la casa de los Mack y Helen apareció por la puerta. “Te presento a mi hermana liberal”, le dijo Myrna en tono de broma.
Cuando llegó a Avancso, él le hizo un cuadro en el que analizó el trabajo sobre los desplazados internos. Helen no tardó en entender lo que había sucedido. La muerte de Myrna no tenía que ver con la violencia común, ni había sido un crimen pasional, como hizo creer el Ejército. Estaba ligada con sus investigaciones. Las personas que conocen a Helen saben que tiene una inteligencia y una capacidad de análisis admirables. José García Noval, quien estudió y trabajó con Myrna, dice que, a veces, la encuentra al nivel de su hermana, “que era una mujer brillante”. “Puede ver los detalles, los retiene, los elabora y responde con una agilidad inusual. Myrna tenía esos rasgos”, asegura.
Helen no sólo descubrió a su hermana. Descubrió una realidad de Guatemala que no conocía. Días después de ese encuentro en Avancso, volvió a llamar a Edgar Gutiérrez por teléfono. “Edgar, esto no puede quedar así”, le dijo. “No. Myrna no se va a quedar en otro número”, respondió él.
El 10 de octubre, un mes después del asesinato de Myrna, Helen llegó a la Torre de Tribunales para presentarse como acusadora particular. Ella, que había estudiado administración de empresas y trabajaba en una inmobiliaria, que no tenía idea de derecho y nunca se había interesado en estudiarlo. Se plantó ante un monstruo, un sistema complejo y retorcido con pocas garantías.
Entonces, Helen ganaba tres mil quetzales al mes. Era imposible pagar un abogado. De todos modos, ninguno se atrevía a tomar el caso. Había mucho miedo. Es ahí cuando decidió que debía aprender derecho. “Todos los obstáculos que empiezo a ver, a mí me motivan a seguir en la lucha por la justicia”, cuenta.
Para entender la decisión de Helen, hay que ir, quizás, a sus raíces. Su hermana Vivian asegura que a los Mack Chang les lastimaron. “Tal vez no somos el clásico perfil de persona china, de quedarnos callados. Y había que recuperar nuestra dignidad”. Aun así, es Helen la única que tomó el caso. Lucrecia, la hija de Myrna, se incorporaría en la última fase, al terminar sus estudios.
Según Vivian, la decisión de que Helen asumiera el liderazgo se tomó porque, soltera y sin hijos, era un blanco menos fácil. Por el contrario, Helen lo achaca a una cuestión de valentía: “Notaba sentimientos encontrados en mi familia. Querían justicia, pero tenían miedo”.
Lo que sí es cierto es que al inicio del caso Helen tomó dos decisiones. Aquel día era 29 de noviembre de 1990, un investigador le había dicho que la G2 —el departamento de inteligencia del Estado Mayor Presidencial— la estaba siguiendo, y su madre cumplía 62 años.
La primera fue alejar a su familia del proceso. Se aisló de sus padres y hermanos, para evitarles represalias.
La segunda: no se casaría ni tendría hijos, para poder concentrar la atención en ella. Además, dice, ya se había quedado con la Lucky. “La Bitty pasa a ser mi mamá sustituta”, dice hoy Lucrecia, cuyos hijos llaman a Helen “apo”, término chino para referirse a las abuelas maternas. Helen es “Apo Bitty” y Myrna “Apo Chata”.
Edgar Gutiérrez le propuso una estrategia de tres puntos. Uno, el sector académico. “Yo me encargo —le dijo él—. Vamos a inventar a Myrna”. Desde entonces y durante un año, cada semana se sacó un campo pagado en los medios, firmado por académicos. Dos, el proceso penal. Y tres, los Derechos Humanos. La Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado sería un gran apoyo para construir el caso. La Iglesia ayudó, en la capital y en los departamentos, a averiguar direcciones y nombres y a conocer a las personas en terreno.
Mack fue desarrollando así una relación cercana con el obispo Juan Gerardi.
“Ya, Helen, deje de joder, ya tiene molestos a estos por tal cosa”, decía Gerardi.
“Monseñor", le reponía Helen, "¿un cigarrito?”.
“Vaya pues, un cigarrito”, replicaba él.
Ella devolvería, años después, en 1998, durante el gobierno de Álvaro Arzú, todo el apoyo del Arzobispado en la investigación. Cuando miembros del mismo Estado Mayor Presidencial asesinaron Gerardi en el garaje de la casa parroquial de la iglesia de San Sebastián, Mack, afectada, empezó a identificar patrones y a emplear las lecciones aprendidas durante el caso de su hermana. La primera, proteger la escena del crimen y enviar un forense que supervisara la autopsia. La segunda, realizar un hisopado anal al obispo. El argumento para deslegitimar el caso de Myrna fue apelar a un crimen pasional. En el caso Gerardi sucedió lo mismo. Con el hisopado anal, negaron esta teoría.
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El caso para esclarecer el asesinato de Myrna tuvo dos fases. La primera, que terminó en 1994 con la condena del sargento mayor especialista del Ejército Noel de Jesús Beteta como autor material del asesinato de Myrna. Fue una victoria, un impulso. El proceso estuvo cargado de amenazas. Clara Arenas recuerda llamadas a Avancso. “Deje de ayudar a esa china”, se escuchaba al otro lado del teléfono. Las visitas de militares a la sede de la asociación también eran una constante. Trataban de desvirtuar la investigación, de intimidar.
La segunda fase, en la que se buscó conocer a los autores intelectuales del asesinato de Myrna, fue la más larga y tediosa. Helen fue el motor en todo el proceso. Mynor Melgar, nombrado fiscal especial del Ministerio Público para la segunda fase, en 1997, asegura que Helen acompañaba al equipo en todas las diligencias, muchas, a iniciativa de ella. Además, apoyaba con recursos a una Fiscalía recién creada. Con lo básico: papel y tinta para fotocopias, una cámara para grabar entrevistas. Y con lo no tan básico: un helicóptero para llegar a una comunidad perdida en Quiché, una entrevista con el ministro de la Defensa o con el presidente; una visita a los archivos del Estado Mayor Presidencial.
También garantizó la seguridad de los investigadores, que comenzaron a ser perseguidos. Cuando lo supo, Helen comenzó a hacer llamadas a altos mandos: “Mirá, vos, ¿cuál es la chingadera de que le estén poniendo seguimiento a fiscales? Vos sos el responsable y ahora voy a llamar a las embajadas y esto va a ser un escándalo”, se oía a Helen decir por teléfono.
Para esta fase, el equipo comenzó a tomar medidas. Una de ellas, cambiar el lugar de reunión. “La Baticueva”, le comenzaron a llamar. Su localización era un secreto.
Entonces, llegó de Perú un militar, Rodolfo Robles, que apoyó a Mack para conocer la estructura del Ejército, los patrones sistémicos y los códigos internos.
“Me parecía una cosa muy justa, trascendente”, cuenta Robles. “Se iban a combatir los abusos del autoritarismo militar”.
Ambos bromeaban mucho. Ella decía que gracias al militar se había diplomado en Estado Mayor Presidencial. Él le respondía que podía ser oficial y hasta jefa de la institución.
“Me impactó mucho el dolor que vi a través de sus ojos”, dice Robles.
Ese dolor todavía se percibe ahora, cuando Helen habla de su hermana o revisa viejas fotos. De un álbum familiar, desordenado, saca una. “Esta se tomó en agosto y a la Chata la mataron en septiembre. Es en el colegio, de cuando la Lucky presentó su seminario. Después nos fuimos a celebrar”, suspira, con melancolía.
A pesar de las trabas, los recursos de la defensa, el litigio malicioso y los tiempos eternos, Helen no se desanimaba. Muchos aseguran que nunca se desmoronó. Otros dicen que en algún momento la vieron romperse y recomponerse en minutos. Su actitud, comparten todos, fue la que logró que el crimen se resolviera.
“Esto no sería posible si no hubiera estado la personalidad de Helen Mack detrás de este caso”. La frase, palabra arriba, palabra abajo, se repite en cada conversación. Algunos adjetivos para definirla son una constante: franca, perseverante, temperamental, valiente, fuerte.
Helen es la persona que alza la voz en las reuniones. Hay quienes la tachan de impaciente e impulsiva. Una mujer que habla igual con el presidente del Gobierno que con un campesino de una aldea remota de Guatemala. A la que si fallas una vez, fallas para siempre.
Esto no todos lo aceptan. “Ella es de llevar con pincitas. Carece de cabeza fría”, la describe el sociólogo Gustavo Porras, secretario privado de la Presidencia de Álvaro Arzú. Pero, en general, personas de todos los ámbitos la respetan y admiran.
A medida que avanzaba en el caso, Helen comenzó a experimentar grandes contradicciones entre su religión y sus vivencias. “La vida de Myrna me cambió mucho. Me costaba mantener ese equilibrio de vivir el catolicismo desde la perspectiva de la opción preferencial los pobres o toda la parte mística dogmática que te enseña el Opus”, admite. Desde la Orden, a Helen también le empezaron a reclamar ciertas prácticas. Reuniones con religiosos de otras doctrinas, asistencia a ceremonias mayas… Y a ella estos detalles le resultaron incompatibles con la que ya había asumido como su misión.
La Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado estaba siendo uno de sus grandes apoyos en el caso. Era imposible alejarse de ellos. A pesar de haber llegado a supernumeraria, a finales de los noventa se separó completamente del Opus dei. Por parte de su familia, respeto absoluto. Dentro de la organización, hay rencores que se mantienen vivos.
Hoy Helen vive su fe a su manera. Enciende todos los días una vela en el centro de su altar, presidido con un cuadro de la Virgen de Guadalupe, con fotografías de su familia y tres figuras de los dioses chinos de la fortuna, la prosperidad y la longevidad. Son una forma de protección.
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En el vehículo que conduce, cigarro en mano, una figura de San Miguel Arcángel se balancea colgada de su espejo retrovisor.
—¿Y esta imagen?
—Te vas a reír. Esto me lo regaló mi tía hace años. Me dijo: “Soñé que una persona cercana a ti iba a fallecer. Llevalo porque te va a proteger”. Dos días después asesinaron a Gerardi.
Dice que su tía volvió a hacer la predicción hace cuatro años, un par de días antes de que el magistrado César Barrientos, con quien ella tenía afinidad, se suicidara.
La protección espiritual la tiene, y la física también. Hoy Helen se ve obligada a caminar a todas partes con dos agentes de la Policía Nacional Civil. Medidas cautelares emitidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Le costó aceptarlas. Francisco Reyes, vicepresidente de Alfonso Portillo, le propuso en su momento que tuviera seguridad de la Secretaría de Asuntos Administrativos y de Seguridad de la Presidencia. Se negó. Varios embajadores la convencieron finalmente de que aceptara las medidas de la CIDH.
La misma preocupación que Helen ha tenido con su familia la tuvo, y la tiene, con los testigos del caso. Con la persona que vio a Noel de Jesús Beteta Álvarez la noche del asesinato. Con el vendedor de periódicos que observó cómo un motorista perseguía a Myrna unos días antes del homicidio. Con José Mérida Escobar, el investigador de la Policía Nacional que fue asesinado en 1991, después de declarar en el caso.
Helen hizo lo imposible para ayudar a que varios pudieran irse a Canadá. Uno de ellos se negaba a dejar el país sin casarse con su pareja. Ronalth Ochaeta, director de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado, los unió el día antes, ahí mismo. Helen sonríe revisando las fotos de aquella noche. Con un suéter rojo varias tallas más grande, unos lentes que le ocupan media cara y una sonrisa amplia, que le achina aún más los ojos, Helen transmite tranquilidad. La tranquilidad de saber que una de las personas que le ayudó a esclarecer el asesinato de su hermana no morirá por ello.
La fundación y el trabajo más allá del caso
La gente empezó a acercarse a ella. En los pasillos de los hoteles, en los semáforos, en la calle. Un año después de haber comenzado a investigar el caso, Mack pasaba por la Avenida Reforma cuando se paró a comprar una hamburguesa. El hombre que la atendió no aceptó su dinero. “Siga con la lucha, usted me representa”, le dijo, regalándole la comida. Helen comenzó a entender entonces la magnitud del caso. No había punto de retorno.
Su entorno también se lo recordaba. “Mirá, Helen —le dijo José García Noval—, este caso ya deja de ser algo personal y familiar. Es algo que trasciende”.
Poco antes de la condena de Beteta como autor material del crimen, Edgar Gutiérrez le sugirió algo: “Creemos una fundación que dé apoyo a jueces, fiscales, a abogados, que los forme”. Mientras le daba vueltas a la idea, él comenzó a trazar un dibujo en un papel. Dos emes. Una de Myrna y otra de Mack, enfrentadas, formando una mariposa. 1993. Nacía la Fundación Myrna Mack.
El primer gran premio que Mack recibiría —hoy perdió la cuenta de cuántos reconocimientos le han dado— fue el impulso. En 1992 le entregaron en Suecia el Right Livelihood Award, conocido popularmente como el “Premio Nobel Alternativo”, justo un día antes de que Rigoberta Menchú recibiera el Premio Nobel en Noruega.
Las amenazas que se vivieron al inicio del proceso incrementaron con el surgimiento de la fundación. Los teléfonos estaban intervenidos. Todos los trabajadores lo tenían claro. Después de las condenas —primero la de Beteta, luego la del coronel Juan Valencia Osorio, de 30 años de prisión, como autor intelectual del asesinato—, a la fundación llegaban llamadas de personas felicitando a Helen y su equipo. En ocasiones, eran interrumpidas por hombres que emitían cualquier clase de insultos. Helen se lo tomaba a veces a broma. A final de año solía descolgar el teléfono y gritar, con una sonrisa, “¡Feliz Navidad, hijos de la gran puta!”.
Aunque la fundación nació con la idea de servir como centro de formación para personas dedicadas a ejercer justicia, no tardó mucho en abrir las puertas a otras funciones. Vivian, que fue la primera directora, vio esto con recelo. “Siento que el liderazgo de mi hermana fue usado para muchas otras cosas. Ya no era solo el juicio, se metió en otra vida política. La jalaban de uno y otro lado”, dice. Helen descarta que esto fuera así. Asegura que siempre que si se acercaron a ella para hacerle consultas, pedirle su apoyo o proponerle participar en algún proyecto, fue por su legitimidad.
Después de la primera fase del caso del asesinato de Myrna, Helen comenzó a implicarse en la discusión de las reformas al Código Procesal Penal. Para entonces, se había empapado de conocimientos en derecho y era el momento de eliminar los obstáculos en la justicia con los que se había encontrado. Muchos términos ni siquiera existían. Había que crearlos. La fundación acompañó en las fases de debate e incidencia en el Congreso. Uno de los logros más aplaudidos fue la figura del querellante adhesivo, de la que ella haría uso en la segunda fase del caso.
En los siguientes años, Mack y la fundación apoyarían nuevas leyes como la de acceso a la información pública; la apertura de unidades como la Oficina de Atención a la Víctima en el Ministerio Público; y la redacción de las reformas constitucionales posteriores a la firma de los Acuerdos de Paz.
A lo largo de los noventa, se ganó varios enemigos. Algunos de ellos, altos mandos del Ejército. En 1996, la fundación fue ponente de la iniciativa para derogar el fuero militar, el derecho de los integrantes del Ejército de ser juzgados por la jurisdicción castrense. Entre muchos militares, asegura el coronel Mario Mérida, ella “es concebida como el martillo que golpea al Ejército a pesar de la justicia”.
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Mack contribuyó también a crear varias instituciones y organizaciones para mejorar el sistema. Una de ellas, la Comisión Nacional de Fortalecimiento del Sector Justicia, que nació a través de los Acuerdos de Paz y hoy continúa trabajando, donde ella se desempeña como coordinadora, un puesto que pocos quieren asumir, por tener que llevar las cuentas sin recibir ninguna retribución. Rebeca González Leche, actual directora de la comisión, asegura que Helen ha tenido un papel crucial. Fue ella la que propuso que, en una instancia en la que participan los responsables de cada dependencia del Organismo Judicial, se formaran mesas técnicas con jueces, fiscales y defensores, para mejorar el sector justicia desde la base.
Dos años después, con las comisiones de postulación para elegir a los magistrados de Cortes ya creadas, Helen concluyó que era necesario centrar uno de los esfuerzos de la fundación —entonces metida de lleno en la segunda parte del caso de Myrna— en fiscalizar estas comisiones, integradas por abogados y no por organizaciones y personas usuarias del sistema de justicia. Así comenzó a funcionar el Movimiento Projusticia, una triada formada por las organizaciones Familiares y Amigos contra la Delincuencia y el Secuestro (Fads), Madres Angustiadas y la fundación. El movimiento fue, en 2009, el principal impulsor de la Ley de comisiones de postulación.
Después de la sentencia del caso de Myrna, en 2004, Helen hizo un alto. Los más de 14 años litigando habían sido extenuantes y la empujaron a revisar lo que era su vida antes de Myrna y en qué se había convertido. Y en medio de esa meditación recibió una oferta: volver a trabajar en bienes y raíces.
“Voy a recuperar mi vida, volver a mis orígenes”, dijo Helen.
Pero su vida ya había cambiado demasiado. Ya había hecho de la defensa de Derechos Humanos su apostolado. Duró menos de un año en la inmobiliaria, y en esos meses nunca terminó de irse de la fundación.
Liseth Vásquez, la actual directora, recuerda que nada más irse, llamaba por teléfono para saber cómo iban las cosas en su ausencia. Las llamadas se hacían cada vez más constantes. “Venite para aquí y me contás mejor”, le decía Helen. Y Liseth recorría la cuadra entre la fundación —entonces en el Edificio Valsari, en la zona 10— y su trabajo.
Pero a Mack todavía le quedaba una espina de inicios de los noventa. El asesinato de uno de los investigadores del caso, José Mérida Escobar, le seguía dando vueltas en la cabeza. Entonces, Álvaro Colom le propuso participar en la creación de la Comisión de la Reforma Policial. “Lo asumí como algo personal. Me debía al asesinato de Mérida Escobar. Quería conocer los problemas de los policías desde dentro y reivindicar a los policías buenos”, dice Helen.
Fue un paso importante, que no sentó bien a todos. Por parte de la fundación hubo bastante recelo a que trabajara en el gobierno. Un recelo similar al que ella tendría años después con su sobrina Lucrecia, cuando esta aceptó ser ministra de Salud en el Ejecutivo de Jimmy Morales. “Su primera reacción fue: ¿qué va a hacer una Mack en un gobierno de chafas?”, dice ahora Lucrecia, un año después de haber renunciado a su cargo. “Y no de cualquier militar, sino de veteranos que pudieron ser compañeros o estar vinculados con los militares que mataron a mi mamá”.
Lucrecia también había sido muy crítica con Helen cuando entró al Gobierno de Colom. Pero finalmente ambas se apoyaron. “Lo de ir al gobierno era como cuando la mejor amiga se va con el novio. Va, pasátela bien y si necesitas venir a llorar, aquí te espero”, ríe Lucrecia.
“Vaya pues, vaya al gobierno de Jimmy. Lo que sí le digo es que voy a seguir siendo crítica”, le espetó Helen.
Su paso como comisionada para la Reforma Policial —cargo que también asumió ad honorem— le valió a Mack varios encontronazos con el entonces ministro de Gobernación, Carlos Menocal, que protagonizaron portadas de prensa. Hoy, él se queda con sus aportes a la Policía Nacional Civil, y resta importancia a los desacuerdos. “Había que hacer una transición para que el principal responsable de la reforma fuera la cúpula de la policía y el Ministerio, para institucionalizarla. Ese quizás fue el mayor punto de desequilibrio entre ambos”, dice el exfuncionario. “Creo que Helen hizo un trabajo importante —puntualiza, sin embargo—. Hizo el trazo y perfiló la reforma policial. Por primera vez hubo una comisionada distinta. Entendía el funcionamiento de la Policía y sabía que el proceso tenía que tener recursos”.
Adela Camacho de Torrebiarte, quien recogió el testigo de la comisión cuando comenzó el mandato de Otto Pérez Molina, del Partido Patriota, también comparte los aportes de Helen. “Quedó el trazo del diseño de lo que había que hacer. Un muy buen plan, una buena matriz”, dice la excomisionada.
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Los aprendizajes del caso de Myrna tendrían otra conclusión. Aprovechando el tirón de los Acuerdos de Paz, la necesidad de desarticular los aparatos clandestinos de seguridad y los ataques y amenazas a defensores de Derechos Humanos, Mack, como sociedad civil, y Edgar Gutiérrez, como ministro de exteriores, coincidieron en una idea: comenzaron a pensar una comisión para investigar estos casos. Cada quien, empezó a trabajar en ella por su lado.
La embajada de Estados Unidos estaba convencida. La Organización de Naciones Unidas no tanto. Apoyados por otras organizaciones, hicieron un primer planteamiento y finalmente, tras varios debates, Naciones Unidas firmó un acuerdo con el Gobierno de Guatemala, una semana antes de la entrada de Óscar Berger como Presidente. CICIACS, llamaron a la comisión. Comisión Investigadora de Cuerpos Ilegales y Aparatos Clandestinos de Seguridad. Pero se quedó en papel mojado.
En el Congreso encontró un obstáculo: Antonio Arenales Forno, entonces diputado del Frente Republicano Guatemalteco y principal opositor. Según Helen, fue decisivo para que la idea fracasara.
Con el cambio de gobierno vieron una luz. Eduardo Stein entró como vicepresidente. En una cena en casa de Rigoberta Menchú, Helen Mack y él se sentaron a hablar.
— Necesito que me apoyes porque se nos está complicando gobernar—, dice Helen que le dijo el vicepresidente.
—¿Quiénes son los que te desestabilizan? ¿El sector privado?
—No.
—¿Entonces los chafas cerotes?
—Fijate que no, ellos son activos. Saludo uno, saludo dos...
—¿Quiénes son los que te están jodiendo, entonces?
—Los Avemilguas.
—Ya no tenés nada que decirme —rió Helen.
Con Stein convencido de la necesidad de crear una comisión para investigar a ciertos grupos, cambiaron el planteamiento de la CICIACS. Inicialmente lo habían enfocado en las víctimas: periodistas, jueces y defensores de derechos humanos. Le dieron una vuelta y se centraron en los actores. Así inició la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala. El primer comisionado fue Carlos Castresana, que define a Mack como “un referente del Estado de Derecho, de la democracia, de la libertad, de los derechos humanos en Guatemala y a nivel mundial”.
Con el paso de los años, a Helen se le empezó a achacar su relación con los jefes de la Cicig, con Naciones Unidas y con congresistas de Estados Unidos, a donde viaja aún hoy, de vez en cuando. Algunos dicen que le susurra en el oído a los altos cargos. Otros niegan que tenga tanto poder.
Mack ha sido muy cercana al último comisionado —Iván Velásquez—y a la penúltima Fiscal General —Thelma Aldana—, con quienes comparte premio, el Right Livelihood Award. Mayra Véliz, secretaria privada de Aldana, asegura que la exjefa del Ministerio Público siempre tomaba en cuenta la opinión de Helen Mack. “Pregúntenle a Helen qué piensa de esto”, pedía siempre.
Pasar el testigo
Hoy Helen Mack es un símbolo de la defensa de Derechos Humanos en Guatemala. Su carácter, el mismo que hace tres décadas. Fuerte, impulsivo, directo. Capaz de preguntarle a la actual Fiscal General, Consuelo Porras, en una reunión con otras organizaciones, si su demora en la investigación de determinados casos no se debe a su afinidad con el Pacto de Corruptos. De dar un golpe en la mesa de un ministro. De crear silencios incómodos como nadie.
Vive en una casa sencilla, construida por la familia en un terreno de la zona 14. “Era el sueño de mi mamá —dice—. Estamos todos juntos, pero no revueltos”. Su madre, Zoila Esperanza, con 90 años recién cumplidos, la mente lúcida y una sonrisa perenne, se pasea en los jardines entre las casas de sus hijos. Ahora escribe un segundo libro sobre su vida, que Helen y Vivian editan. El primero, Apuntes sobre mi historia, que sus hijas imprimieron en 2015, trata sobre cómo su familia llegó a Guatemala.
Helen, que nunca ha dejado de ser un personaje público, ha aumentado su presencia en los medios de comunicación en los últimos diez años. Buena parte de sus objetivos han estado ligados a denunciar vicios en los procesos de selección de magistrados de las Cortes de Apelaciones y la Corte Suprema de Justicia. En esta batalla constante ha coincidido con el abogado Alfonso Carrillo. Ambos han compartido argumentos para presentar recursos legales. Los más recientes, este último año, cuando el gobierno declaró non-gratos al comisionado Iván Velásquez y al embajador de Suecia; cuando no renovó el mandato de la Cicig y cuando prohibió que Velásquez entrara al país.
El interés común, dice Alfonso Carrillo, es lograr “una mejor Guatemala”, y asegura: “Siempre se encuentra el árbol robusto de Helen Mack, batallando, haciendo valer la ley y dedicada a construir un sistema de justicia sólido”.
Desde 2017, ambos comparten espacio y discusiones en el Frente Ciudadano contra la Corrupción, en el que aterrizan algunas de sus ideas. Mack asegura que, aunque en ocasiones ella y Carrillo se han coordinado para llevar a cabo acciones legales, muchas han sido independientes: “Él tiene sus argumentos, nosotros los nuestros, y pegan”.
Esta presencia mediática y los recursos planteados han ocasionado que hoy todavía sea el blanco de ataques y amenazas. Los ataques, sobre todo en redes sociales, no parecen desestabilizarla mucho. No hay señalamientos fundamentados. La tachan de comunista, algo que a ella le causa risa. “Vengo de una familia de derechas. A mi papá le expropió su casa Mao y estuvo a punto de ser ejecutado por terrateniente, en la época de Arbenz”.
—Y tú, ¿te ubicas más cerca de la derecha o de la izquierda?
—La justicia no es de derechas o de izquierdas. Mi formación es de derecha, pero la justicia social... es justicia social, no importa si sos de derechas o de izquierda.
Ricardo Méndez Ruiz, director de la Fundación contra el Terrorismo, publicó este año, en el medio El Siglo, una columna de opinión titulada “La China Comunista y su influencia en Guatemala”, en la que acusa a Mack —sin pronunciar su nombre— de abusar de su “poder fáctico”. También la tacha de haberse enriquecido —no habla de nada ilícito—; de ejercer su influencia con diplomáticos estadounidenses y con el sector privado; y de apoyar a jueces y magistrados para lograr sentencias a su favor. Mack resta importancia a este tipo de acusaciones
Las amenazas se las toma más en serio. La última, la del 31 de agosto, preocupó especialmente a su familia y amigos. A ella la dejó intranquila. Un par de horas antes de la conferencia de prensa en la que Jimmy Morales anunciaba que no renovaría el mandato de la Cicig, en el momento en que varios vehículos J-8 se estacionaron frente a la comisión y circularon frente a las embajadas de Estados Unidos y México, surgió un rumor. Existía una orden de captura en contra de tres personas: Edgar Gutiérrez, Alfonso Carrillo y ella.
Los teléfonos no paraban de sonar. “¿Dónde está Helen?”, se comenzó a preguntar la gente. Helen estaba en la fundación, trabajando. Minutos después, se hizo pública una fotografía de varios agentes de la Policía Nacional Civil a pocos metros de la oficina. Varios de los J-8 circularon también cerca de su vivienda.
Ella empezó a atar cabos. Lo achacó primero a dos acciones que realizó este año. Una, en contra de la elección de Conrado Arnulfo Reyes Sagastume, fiscal general por unos días, como magistrado suplente de la Corte de Constitucionalidad. Los titulares de la Corte Suprema de Justicia, encargados de seleccionar a la persona que ocuparía el puesto que dejó la fiscal general María Consuelo Porras, utilizaron un listado de posibles candidatos elaborado dos años antes. De este, eligieron a Reyes, una persona con una abierta oposición a la Cicig y señalado por el excomisionado Carlos Castresana de tener relación con estructuras criminales de abogados y con el narcotráfico, razón por la que fue destituido de su cargo como fiscal general en 2010.
La segunda acción se planteó en contra de que Silvia Patricia Valdés Quezada, magistrada de la Corte Suprema de Justicia, integrara la Junta de Disciplina de Apelación, uno de los órganos que se encarga de revisar actuaciones judiciales. Valdés Quezada fue tachada por los vicios en el proceso para nombrarla presidenta del Organismo Judicial. La elección se realizó con el voto de un magistrado suplente que no debía integrar la Corte
Además, un par de semanas antes del incidente del 31 de agosto, Helen recibió una llamada de una persona cercana. No dice quién. “Viene un plan grueso, tené cuidado”, le hablaron al otro lado.
Días después, un conocido la visitó. Tampoco delata su nombre:
“Dejá de joder”, le advirtió.
Ella soltó una carcajada.
“No, en serio. Bajala”, le reiteró.
En tono de broma, Helen lo asoció con los recursos planteados.
“Que la bajés”.
Tercera advertencia.
“Que la bajés, porque si no…” El gesto, señalando la garganta con un dedo fue el final del cuarto aviso.
Cuando Mack empezó a recibir los primeros mensajes el 31 de agosto, sus colegas le dijeron que se fuera de Guatemala. Ella insistía en escuchar el discurso del presidente, para ver si debía presentar o no una solicitud de debida ejecutoria en la Corte de Constitucionalidad. Mientras algunas personas averiguaban si era cierta la orden de captura, otras consultaban si existía arraigo en su contra.
Lograron convencerla y, al menos, la sacaron de la fundación. La llevaron a la embajada de Suecia en un vehículo prestado con los vidrios polarizados. Allí esperó, dos horas, hasta que consiguieron más información y los ánimos se calmaron un poco.
“Sí he jodido un poco”, admite Helen, con sorna. “Les he interrumpido mucho sus planes”.
Quién sabe qué le ayuda a soportar esas presiones. Hace unos años empezó a practicar tai-chi para mostrar un apoyo distante pero cercano, a su manera, a su hermano Marco Antonio, que pasaba por un momento de salud delicado. Hay quien dice que le vendría bien ir al psicólogo, algo que ella descarta con rotundidad. Quizás mantenerse activa, ver avances y lograr pequeñas o grandes victorias es lo que le impide desfallecer.
Helen Mack no para. Cada dos semanas se reúne con los miembros del patronato del nuevo modelo de Sistema Penitenciario, un grupo recién creado con la idea de erradicar la corrupción en las prisiones y centros de adolescentes. También cada dos semanas llega puntual a las reuniones de la Alianza por las Reformas, una coalición de 35 organizaciones que surgió en 2017, en medio del proceso de reformas constitucionales. Ahí comparte espacio con organizaciones que nacieron de las protestas de 2015, como Justicia Ya o la Batucada del Pueblo.
Mack es el centro de las reuniones de la Alianza. Marca el ritmo, hace preguntas, pide que la pongan al día en algunos temas, trata de darle sentido a la coyuntura. Cada media hora, puntual, se levanta, se apoya en el marco de la ventana y enciende un cigarro. Escucha, atenta, sin perder el hilo. Comienza calmada, y a los minutos, termina levantando la voz:“Es que esos chafas cerotes, hijos de la gran puta”, escupe, ante la sonrisa de los presentes.
Los integrantes de la coalición comparten un hecho: Mack está abriendo espacios, contactos y experiencia a los nuevos grupos. Elvyn Díaz, director del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales, asegura que muchas agrupaciones han podido interactuar con actores políticos nacionales e internacionales de primer nivel gracias a ella. “No ha tenido ni soberbia ni ego, al contrario. Es bien humilde, estratégica. Y ha escuchado a las nuevas agrupaciones”, dice.
Mack, a sus 66 —casi 67— años sigue siendo el motor de generaciones desanimadas por los retrocesos más recientes. “Los milenials —dice ella— tienen que aprender a relacionar la impunidad del pasado y la del presente. Esto fue construido sobre la sangre, la muerte y la desaparición y tortura de mucho de nuestros seres queridos”.
Ella se dice cansada. Ese apoyo a nuevas voces es, admite, una forma de pasar el testigo. Siempre ha sido una figura extraña, asegura, “buena, pero mala”. Su nombre quema mucho y prefiere empezar a asumir un papel de acompañamiento, desde el consejo de ancianos.
Quienes la conocen saben que eso no sucederá. Al menos no a corto plazo. El activismo la absorbió, recalca su sobrina Lucrecia. Su familia, sus amistades, quisieran verla descansando, por salud mental y física. Pero probablemente, dicen, le toque apretar un poco más. La coyuntura demanda figuras como Helen Mack. Y, por ahora, no abundan.
Con calma, ella recapacita sobre las últimas tres décadas de su vida. Piensa en quién era y en quién se convirtió.
—Si no hubiera pasado lo de Myrna, ¿crees que seguirías en lo que estabas antes del asesinato?
Helen asiente, sin dudar y sin emitir palabra.
—¿Y alguna vez te paraste a pensar en esto?
Un breve silencio.
—Si no hubieran matado a Myrna, probablemente estaría en el grupo del pacto de corruptos —contesta, seguido de una sonora carcajada. Inmediatamente rectifica—. No en el grupo, claro. Pero sí estaría en contra de Iván Velásquez. Porque conocía y me relacionaba con muchos de los que están siendo sindicados.
Helen es Helen por Myrna, de eso no hay duda. Surgió del dolor de la muerte de su hermana. Fue una chispa, que lo revolucionó todo. Y ya no hubo marcha atrás.
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