Personas con títulos universitarios de licenciatura, maestría y hasta doctorado cometen escandalosos errores. Sin embargo, secretarias y maestros de pueblo lucen pulcritud ortográfica.
Hay quienes esconden su problema sin sospechar que en realidad lo están exponiendo. Lo hacen pretendiendo estar a la moda que reina en las redes sociales: escribir las palabras como suenan, cambiar unas letras por otras, inventar abreviaturas sobre la marcha y excusarse porque el teclado no tiene tildes. Otras personas no podrían escribir una sola página sin el corrector del procesador de palabras. Se olvidaron de escribir a mano, y hacerlo es una tarea de alto riesgo, pues se notará que no aprendieron las reglas de acentuación, por ejemplo. Vea las aulas: hay docentes que evitan las pizarras a toda costa o buscan quien escriba por ellos.
Cabe preguntarse por aquellos padres que declaran darles la mejor educación posible a sus hijos. Gastan verdaderas fortunas en cuotas, materiales, uniformes, servicios y hasta tecnología. Y luego aparecerá la incapacidad de estos privilegiados para escribir media página de manera correcta. Mañana serán de la élite profesional y seguirán sin poder alcanzar esa media página.
¿A qué se debe?
Podemos culpar a los maestros, quienes andarán por las mismas calles de la amargura. Aparte de la pobre calidad de la educación pública y privada, hay un elemento que destaca: no leen.
Son pocas las personas que han tomado cursos de ortografía, que han leído manuales. Muchas escriben correctamente «porque se veía mal de otra manera». Escriben, lo leen y saben que está mal, pero no conocen la regla que se aplica. Conocen la ortografía a fuerza de costumbre, de pasar los ojos de manera incontable sobre las palabras.
Los niños deben leer bastante porque, si no adoptan el hábito a temprana edad, después costará mucho.
La mejor edad para vacunarse contra el bochorno de la ignorancia ortográfica es la niñez, cuando los seres humanos somos esponjas que absorbemos todo lo que leemos y vemos. En la adultez se puede mejorar, pero costará más en tiempo y esfuerzo. Para algunos será un lujo inalcanzable, aunque puedan comprarse bibliotecas enteras.
Y por eso este artículo es sobre bibliotecas privadas y públicas. La privada puede tenerse en la comodidad del hogar. Unos pocos libros y ya vamos en camino. Pero hay que leerlos. No son trofeos.
Las bibliotecas públicas son mucho más generosas. Sus tesoros están disponibles para todos los ojos que así lo quieran, sin discriminación. Deben ser espacios para la superación personal y comunitaria, centros de comunicación del conocimiento. En suma, centros locales de desarrollo.
Por ello hay que felicitar a la Gremial de Editores y a la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua), las cuales, en colaboración con las bibliotecas comunitarias de la Fundación Riecken y otros socios, convocaron al II Concurso Nacional de Bibliotecas Públicas. El certamen ya finalizó, pero la premiación se realizará durante la feria. El programa puede consultarse aquí.
Me parece encomiable que se organicen este tipo de actividades para promover la lectura y las bibliotecas públicas como espacio promotor del desarrollo. Los libreros están gastando dinero (este año se entregarán Q20 000 en premios), y a ninguno le conviene que un mismo libro lo lean 50 personas. El negocio sería vender 50 libros.
Si quiere y puede, además de visitar la Filgua, desde este fin de semana apoye con entusiasmo la iniciativa de bibliotecas públicas. Toda municipalidad debería tener al menos una, igual que todas las escuelas públicas y todos los colegios privados. No lo dejemos como una obligación del Gobierno porque habrá que esperar mucho tiempo.
Ahora que están de moda las bendiciones, vayamos a lo seguro. Démonos una a nosotros mismos: ejercitemos el hábito de la lectura y demos a los niños herencia en vida, libros que les den alas y corazas. Vea qué fácil será que desde que aprendan a leer ya estén superando nuestros propios logros. Decimos que eso es lo que queremos, ¿verdad?
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