Seamos un poco rudos con la historia y recordemos algunos hitos vinculados al cristianismo católico y evangélico en Guatemala:
- Origen colonial de la Iglesia católica, con gran poder político, económico y amplias facultades para ejercer la violencia.
- El primer gran desplazamiento del poder católico ocurre con la expulsión de las órdenes religiosas durante la revolución liberal, pero se mantiene la hegemonía ya sincretizada.
- Segundo gran desplazamiento del poder católico, en la segunda mitad del siglo XX, con el aumento exponencial de congregaciones evangélicas.
Guatemala entró en la modernidad con algunos destellos seculares que acompañaron al modelo finquero. Durante todo ese período, la religión sirvió como elemento legitimador del sistema económico, con la excepción de algunos grupos católicos que eligieron la opción por los pobres, lo cual les valió persecución y muerte durante el conflicto armado interno.
Pero lo que me interesa discutir no es la modernidad, cuando por supuesto hubo personas no creyentes, agnósticas o ateas, según se quisieran identificar. Lo que quiero poner sobre la mesa es el tiempo actual de la posmodernidad, del cual Jean-François Lyotard señaló: «Simplificando al máximo, se tiene por posmoderna la incredulidad respecto a los metarrelatos». En el caso guatemalteco, dichos metarrelatos podrían resumirse así:
- El marxismo, que ha debido evolucionar al posmarxismo y que no ha logrado reconstruirse en un proyecto que sirva de referente.
- La democracia liberal representativa, cuestionada por su incapacidad para resolver graves problemas estructurales.
- El neoliberalismo, con 40 años de promesas no cumplidas y que sobrevive, en parte, porque logró construir una idea hegemónica: todo es culpa del Estado.
- Las religiones cristianas, que demuestran salud y fortaleza, pero que comienzan a ser interpeladas por una generación que goza de acceso a múltiples fuentes de información.
Hablemos un poco del último metarrelato católico y evangélico, en el cual coexisten diferentes posicionamientos, pero se unifican criterios y se cierran filas en temas como el aborto, la educación integral en sexualidad, el matrimonio de personas del mismo sexo o la oposición a que aparezca un tercer y pequeño actor que ofrezca un camino secular hacia la felicidad individual y colectiva.
Esto viene al caso por la reciente campaña promocional de una asociación humanista cuyo mensaje se basa en afirmar que no se necesita un dios o una religión para ser buena persona. La campaña invita a utilizar un vínculo de internet y lanza un mensaje de solidaridad para quienes no se identifican como personas religiosas o creyentes.
La campaña es atípica, ya que la Guatemala del presente se caracteriza por una especie de obsesión nacional por repartir bendiciones, ligada posiblemente a las carencias materiales, a un sistema educativo precario y a niveles de violencia que en el día a día agobian a mucha gente.
Las reacciones desde los colectivos cristianos van desde el disenso hasta el insulto y tienen que ver acaso con el temor a que un grupo de personas cuestionen los dogmas cristianos a través de una forma diferente de enfrentar la vida.
Al final del día, el humanismo propuesto es una versión secular (es decir, no religiosa) de plantear el ser humano como prioridad social e individual. Pero el humanismo no es, desde mi punto de vista, una identidad en sí mismo. El humanismo es un orientador moral, que no es propiedad de ateos, agnósticos o no creyentes. Conozco personas humanistas en el seno de las Iglesias católica y evangélica, personas coherentes con quienes disiento en el dogma, pero a quienes admiro por su labor honesta. Y la tarea de ser felices tampoco es propiedad de las religiones, y a los creyentes no debería ofenderles que haya otras maneras de concebir la existencia en este mundo.
Lo que quiero enfatizar es que, pese al cuestionamiento posmoderno a las religiones, estas, al menos en Guatemala, continuarán siendo hegemónicas en el futuro inmediato. Y tanto ateos como personas religiosas podemos compartir principios humanistas y el deseo de ser felices. La diferencia es que la mayoría de los ateos aspiramos a ser felices en esta única y corta vida.
Ojalá podamos construir una relación de respeto, ya que estamos aquí, ustedes y nosotros. Existimos y, aunque tengamos perspectivas diferentes, compartimos una realidad social que demanda atención en temas como la pobreza extrema o la lucha contra la corrupción.
Un abrazo afectuoso para todos los humanistas, sean personas ateas, agnósticas, religiosas o de cualquier otra adscripción identitaria.
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