En un programa transmitido recientemente por Canal Antigua, Gustavo Porras Castejón hizo varias afirmaciones que no resultan sorprendentes viniendo de él. Pero, a falta de una entrevista profesional e inquisitiva, hay al menos dos afirmaciones que merecen ser cuestionadas, ya que realimentan el imaginario delirante de ciertos grupos interesados en mantener la impunidad.
Primero, Porras afirmó que este país está sostenido con «saliva de loro» y podría «disolverse» a causa de la polarización asociada a la justicia transicional.
Segundo, para Porras, si un niño ixil leyera en un libro de texto que hubo una campaña militar contra su pueblo, el resultado podría ser terrible para Guatemala.
Supongo que esos argumentos han tenido algún efecto en las élites económicas, que coincidentemente y hasta en el último momento respaldaron a Otto Pérez para que se mantuviera en la presidencia. Pero está a la vista que no aconteció el fin del mundo. Otto Pérez y su banda están siendo procesados. Y más allá del circo mediático, los problemas cotidianos engullen la atención de la gente común.
Tomo el ejemplo de Otto Pérez porque la crisis que lo expulsó de la presidencia no tiene comparación en la historia reciente y porque las movilizaciones contra el sistema posiblemente asustaron a algunas personas. Incluso, hubo conocidas voces impunistéricas que advirtieron el final de la república si Otto Pérez no terminaba su mandato. Pese a lo anterior y al involucramiento de militares en graves actos de corrupción, la institucionalidad en general se fortaleció.
La segunda afirmación de Porras es la más deplorable, pues justifica el ocultamiento de la verdad. Y no me refiero a una posición específica, como el informe Remhi, sino a la necesidad de discutir las causas de la guerra interna y de que las campañas militares contra la población civil se analicen con seriedad para garantizar que no vuelvan a ocurrir.
Reto a cualquiera a que entreviste a una muestra de jóvenes ixiles y a que estudie sus reacciones ante datos duros de masacres perpetradas por el Ejército y por la guerrilla. Si la reacción fuera la indignación sería estupendo porque de eso se trata un verdadero proyecto de nación, de uno en el cual podamos ver el pasado para no cometer de nuevo los mismos errores. Pero resulta risible pensar que el país se disolverá por unas cuantas condenas. Incluso, me atrevo a pronosticar que la confianza en el Ejército se mantendrá a pesar de su responsabilidad histórica y de los actos de corrupción descubiertos en los últimos años.
En suma, es indispensable reconstruir la verdad respecto al conflicto armado, ventilar las responsabilidades, reivindicar a las víctimas y visibilizar la controversia social para no repetir los mismos errores. Negar las atrocidades es un insulto a la gente que vivió la guerra. Y las condenas no le quitan el sueño a la mayoría, pero son necesarias para cerrar un capítulo negro de nuestra historia.
No nos dejemos contagiar por delirios apocalípticos. El mismo Gustavo Porras afirma que la guerrilla nunca tuvo la capacidad militar que el Ejército le asignaba. Me atrevo a suponer que en los años setenta y ochenta del siglo pasado hubo quienes espantaron a las élites con la inminente derrota del Estado. Ese temor a perderlo todo pudo haber justificado los peores crímenes cometidos en nuestra historia moderna. ¿Están cayendo otra vez esas élites en la misma trampa?
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