Me he dedicado al análisis de lo político durante más de 20 años, a los cuales he dedicado mis mejores esfuerzos para iluminar esta actividad humana que por momentos es tan agria y desalentadora. Hubo momentos en los que pensé seriamente que me había equivocado de carrera, que a lo mejor debí haber elegido una profesión más gratificante y esperanzadora, ya que siempre que me llamaban para hacer análisis político, veía los rostros de angustia e inquietud de mis interlocutores. Detestaba el momento en que se abría el espacio de preguntas y respuestas, porque invariablemente siempre me preguntaban cómo cambiar todas las malas noticias que comunicaba en mis charlas, especialmente si se trataba de temas electorales: la visión mayoritaria era que lo electoral siempre era la suma de todos los males, por lo que siempre el panorama electoral era sombrío.
Las elecciones 2023 pintaban así: predominaba la idea de que ya todo estaba perdido, que por cuatro años nos iban a gobernar nuevamente personajes que solamente defendían los intereses del pacto de corruptos, especialmente por todas las anomalías políticas que se hicieron para favorecer dichas candidaturas, desde eliminar contrarios por la vía legal, hasta hacer la vista gorda de campañas anticipadas y de gastos millonarios que permitían a algunos partidos competir con todas las ventajas que el sistema les otorgó.
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Sorprendentemente, los pronósticos pesimistas no se cumplieron, aún cuando todo indicaba que emergeríamos de las elecciones con el escenario más terrible posible. La elección 2023 nos dio a todos una lección de esperanza, de cómo el 17% de ciudadanos expresaron rotundamente su enojo contra el sistema, y de cómo 12% adicionales creyeron en el que entonces era el mejor candidato y la mejor opción del momento: el Movimiento Semilla, y su candidato Bernardo Arévalo. Y con ese mínimo vital, emergieron de pronto los indicios de una nueva era, de repente las redes sociales y las expresiones ciudadanas se llenaron de júbilo, haciendo que, por primera vez en muchos años, prevalezca la idea de un cambio inminente, tal como se plasmaba en los años 2015 al 2019. La diferencia es que ahora el impulso de cambio depende de nosotros, no de un actor internacional, por lo que hay que valorar que ahora presenciamos vientos de cambio, quizá por primera vez desde que en 1944 llegara la primavera democrática que tanto recordamos.
El pacto de corruptos y sus aliados no se han quedado quietos: ya empezó toda una campaña de desprestigio que ahora convierte a los corruptos y deshonestos en defensores de los valores familiares y de la fe cristiana, en un vil intento de confundirnos sobre el verdadero problema de Guatemala. Ahora, en ese burdo intento de confundirnos, Sandra Torres se volvió la defensora de los valores cristianos y de la fe, cuando ella es el mejor ejemplo de deshonestidad, de ambición desmedida y de oportunismo.
Bernardo Arévalo y Semilla, por supuesto, no están exentos de problemas y errores. Como todo proyecto humano no son perfectos, pero cualitativamente era la opción que aglutinaba a los más capaces y a los más honrados, aquellos que todavía se guían por la consigna de cambio con la que uno de sus fundadores, Edelberto Torres Rivas, soñó con construir. Pero Semilla se enfrenta a enemigos formidables, quienes ya trazaron la línea que dominará la política en los meses y años venideros, por lo que lo peor que podemos hacer es dejarlos solos. Guatemala necesitaba una esperanza, y Bernardo Arévalo es ahora nuestra opción de cambio. No es el momento de dudar ni de cuestionar; posteriormente, cuando ya estén instalados en el Gobierno, podremos hacer eso. Ahora es el momento de proteger y alentar esta incipiente esperanza que inesperadamente obtuvimos en las elecciones 2023. El que tenga oídos, que oiga.
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