Esta simbología —a veces mítica— alcanzó a todas las culturas y civilizaciones. También, a las categorías profanas y las ilustradas, a la ciencia y la magia. A todas por igual. Nuestro caduceo médico, por ejemplo, es una vara donde se enrolla una serpiente. Es un símbolo que representa la relación de servicio entre médico y paciente. Identifica a la persona que tiene el don de sanar.
En el departamento de Quiché existe un castigo comunitario ancestral llamado El sagrado Xicay[1]. Se trata azotes que se le infligen a personas que han obrado mal. Se utiliza para ello una vara de membrillo o de durazno (para quienes crecimos en las áreas rurales no nos es ajeno el recuerdo de un par de chicotazos con estas ramas u otras similares) y dicho castigo tiene dos componentes asociados: el resarcimiento del mal que se ha hecho y/o el destierro según sea necesario. Ni qué decirlo, la aplicación de este castigo, en la actualidad, ha generado opiniones divididas que son ajenas al propósito de este artículo.
El lunes 18 de septiembre, después de que el presidente electo Bernardo Arévalo presentara un amparo ante la Corte Suprema de Justicia para exigir que se restablezca el orden constitucional, le fue obsequiada una vara de Xicay. Frente a la multitud que acompañó al binomio las autoridades ancestrales de occidente le regalaron un ramo de flores a la vicepresidenta electa Karin Herrera (flores que, según dijeron, además de belleza significaban fuerza) y a Bernardo una varita del tamaño suficiente para aplicar el Xicay. El hecho arrancó sorpresas y sonrisas, pero la implicación cosmogónica allí estaba, casi omnipresente, porque la vara del Xicay es simbólica.
Cuando los actos hubieron terminado yo me puse a pensar a qué personas podría un presidente legítimamente electo en Guatemala aplicar simbólicamente el Xicay. Para ello, me remití a los gobiernos que hemos tenido a partir de inicios del siglo XXI y encontré a cuatro grupos de seudopersonajes que bien merecerían ser tomados en cuenta.
Ubiquémoslos a continuación:
1. El de los mentirosos patológicos: la mitomanía es un comportamiento adictivo, son personas que han normalizado la falsedad y crean un entorno real con el cual logran engañar a quienes les rodean y obtienen beneficios para sí. Lo peor del caso es que inventan entramados que grupos poblacionales carentes de líderes y deseosos de buenos dirigentes les creen a pie juntillas. La sarta de mentirosos patológicos que tenemos en más de una veintena de partidos políticos en Guatemala daría trabajo —por muchos años— a todos los profesionales que se dedican a la psicología y la psiquiatría en este país.
2. El de los mentirosos perversos: en este grupo se encuentran aquellas personas que conscientemente desfiguran la realidad con el propósito de cometer estafas. Casi siempre, para disponer de patrimonios que no son suyos. Este tipo de mentirosos son capaces de jurar por lo más sagrado una incuestionable fidelidad y diez minutos después afilar un puñal para matar a quien le prometieron lealtad.
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3. El de los cleptómanos: los cleptómanos son un caso aparte. Entre las causas de la cleptomanía se encuentra a individuos que tuvieron una infancia muy infeliz, carente de afecto y de bienes materiales. Sus círculos familiares fueron poco gratos y en nuestro entorno encuentran, en las imitaciones de partidos políticos que sobreabundan, el caldo de cultivo ideal para, supuestamente, paliar sus necesidades. Estos individuos son muy peligrosos porque pueden evolucionar a otras morbilidades psicopáticas si por acaso, no las padecen ya.
4. El de los aduladores: «La adulación es falsa como el dinero falso, nos pone eventualmente en aprietos si queremos hacerla circular. La diferencia entre la apreciación y la adulación es muy sencilla, una es sincera, la otra no. Una procede del corazón; la otra sale de la boca. Una es altruista; la otra egoísta. Una despierta admiración universal, la otra es universalmente condenada.»[2]. Esta descripción contrastada no amerita más comentarios.
Sea pues, una expresión de los signos de los tiempos el obsequio otorgado al presidente electo de Guatemala. Creo que, para no llegar al extremo de usar la vara del Xicay —por supuesto, simbólicamente—, la prevención es el remedio ideal. El mejor, llenar de académicos aquellos lugares que han sido cooptados por mentirosos, cleptómanos, hipócritas y aduladores.
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