En el contexto actual veo la historia de Claudia –la letrada, la estudiada, la profesora de ciencias políticas sensible y comprometida– correr de manera paralela a otros letrados y letradas a quienes raramente se les voltea a ver, hasta que, oh sorpresa, se organizan, reclaman sus derechos y salen a apoyar una causa que les es tan propia como la de los capitalinos. Y me refiero a las autoridades ancestrales, a las comunidades que sabiamente se han hecho escuchar, a la gente sencilla –no ordinaria, sino extraordinaria– que han terminado por legitimar un movimiento nacional que se ha expresado pacíficamente y de manera inusualmente jubilosa en esta carrera por la democracia.
El relato de La letrada es un rescate de la memoria, tan necesario, como vemos actualmente cuando la contraprotesta estos últimos días se centra en discursos trasnochados tildando a las fuerzas prodemocráticas de «comunistas», aunque no sepan ni a qué se refieran. Pero también es un relato del presente y futuro de una tarea que tenemos pendiente, como lo hemos atestiguado estas dos últimas semanas, cuando millares de ciudadanos han salido a protestar y bloquear las principales carreteras y puntos comerciales del país. Toman relevancia (de nuevo) otros letrados: los 48 Cantones y otros colectivos indígenas exigiendo que no solo se respeten y resguarden los resultados electorales del pasado 20 de agosto, sino que renuncien de sus cargos los principales artífices de esta crisis política que lleva ya más de dos meses con el riesgo de terminar por sepultar la famélica democracia.
[frasepzp1]
Si algo positivo nos ha dejado el pacto de corruptos y sus intentonas golpistas, que perdurarán si la ciudadanía no continúa manifestando su rechazo a la clica oficial detrás de este marasmo político, es que la resistencia pacífica ha logrado, si no de forma intencional al menos tangencialmente, acercar a los y las guatemaltecas de estratos sociales, étnicos, etarios, profesionales y geográficos tan distintos, que en la generación en la cual Albizúrez y yo crecimos, jamás pudimos ver sin que siguiera la represión y la violencia del Estado. El racismo, el clasismo y ver «al diablo» o «comunistas» en quienes buscan un mejor país, no van a desaparecer de la noche a la mañana. Pero se perciben por fin consensos mínimos en torno a una visión más amplia y consolidada de sociedad y de nación que bien podría seguir abonando en estrategias políticas de más largo aliento.
Quisiera prestar a Albizúrez su imagen sobre tejer y bordar las palabras; para mí, sobre un inmenso telar que es una nación que no termina por constituirse. Parafraseando a la escritora, toca todavía entrelazar a los pueblos, entretejer las historias e identidades tan numerosas y vívidas, cual los tejidos del país, para terminar de hilvanar esa democracia intercultural en donde todos y todas quepamos y nos veamos representados; y donde la justicia y reconciliación no sean solo quimeras.
Guatemala resiste al statu quo, de la mano de muchos y muchas letradas. Y como dirían los hermanos Pacheco: ¡no somos poquitos!
Más de este autor