La incapacidad en el país de poder construir propuestas partidarias serias nos condujo a que 14 grupos políticos propusieran candidato presidencial, con lo cual, si bien se proyecta la imagen de apertura, la atomización de los votos deslegitima a cualquier ganador porque, sin al menos el 30 % de los votos en el primer turno, su legitimidad es casi nula.
El presidencialismo a la chapina ha conducido a que, más que prestar atención a la propuesta de gobierno de los candidatos, el elector sea llevado a escoger por los gestos, las sonrisas o los desplantes de estos, con lo que, llegados al segundo turno, los competidores finales no puedan sumar abiertamente aliados, pues no es posible negociar inclusión de propuestas de gobierno cuando estas no han sido la base y el sustento para la toma de decisión electoral. Los candidatos individuales protegen su sonrisa y se niegan a sumar junto con uno u otro candidato.
Viendo fríamente los resultados del primer turno, podemos decir que los candidatos se dividieron entre los que construyeron sus propias organizaciones o surgieron de estas y los que salieron a comprar partidos o a venderse como candidatos. En el primer grupo tenemos a García, Sandoval, Pérez, Gutiérrez, Estrada y González, quienes, a pesar de ser parte y hasta fundadores de sus organizaciones, no lograron más del 3 % de los votos. Su presencia dio variedad y colorido al evento, pero nada más que eso. Los cuatro últimos crearon organizaciones alrededor de sus candidaturas, como si la política fuera cosa de crear panaderías para quedarse con las ganancias de lo vendido. En ese mismo grupo de los candidatos de partido tenemos a Baldizón y a Torres, quienes disputaron el segundo lugar con mejor desempeño electoral. El primero se asemeja a aquellos cuatro que crearon partidos franquicia. La segunda cuenta con una organización más partidaria que, dependiendo de cómo resuelva la evaluación de sus resultados electorales, puede venir a convertirse en un partido político propiamente dicho.
Están, por otro lado, los candidatos prestados, los que compraron los partidos o fueron comprados por estos. López (EG), García (PP), Sosa (Todos), Ríos (VIVA), Giammattei (Fuerza) y Morales (FCN-Nación) pertenecen a este grupo.
Sin embargo, hasta ahora el solo hecho de ser de un partido o de salir a comprar uno no ha hecho mayor diferencia, aunque bien podría decirse que la disputa entre Torres y Morales es, en el fondo, la disputa entre dos maneras diferentes de entender la política, tanto desde los candidatos como desde los electores, y estaría demostrándonos que la nueva política que estaría encantando a muchos es la de salir a comprar candidatos para controlar el Estado.
Pero está más que demostrado que esta forma de hacer candidatos y de crear y deshacer partidos no contribuye a la construcción de la democracia si por ello entendemos el proceso de participación directa de los ciudadanos en las decisiones cruciales de la sociedad. Si los partidos no tienen una propuesta clara sobre los problemas concretos del país, mucho menos la tienen cuando fichan candidatos. En consecuencia, hacen imposible la construcción de alianzas programáticas para las elecciones del segundo turno y, lo peor de todo, dificultan grandemente la gobernabilidad.
De esa cuenta, quien gane este domingo 25 de octubre se enfrentará a un sistema político totalmente atrofiado, en el que las prácticas comerciales de hacer política, evidenciadas hasta la saciedad por el PP, no solo no han sido superadas, sino que, lo más complicado, ni siquiera fueron cuestionadas en este evento, por lo que han hecho mucho más difícil el ejercicio del poder, pues, si bien la situación en el Congreso es relativamente semejante, los reacomodos políticos pueden llevarnos a su total comercialización.
Podría decirse que el bloque conservador, ese que sería el respaldo natural de Morales, podría llegar a contabilizar cuando mucho 36 diputados (11 de FCN, 18 de PP, 2 de Fuerza y 5 de VIVA), una situación más que difícil para poder negociar cualquier iniciativa de ley que interese al Ejecutivo. Puede visualizarse también un bloque de centroderecha que podría jugar a complacer al poder económico favoreciendo los intereses de la derecha extrema cuando no sea tan evidente, compuesto por los 16 de Todos, 5 de CREO-Unionista y los 7 de Encuentro, con lo que el bloque conservador podría sumar 64 diputados, pero teniendo que negociar asunto por asunto y con cada grupo, con el agravante de que la derecha conservadora no tiene un articulador con amplio tránsito en el hemiciclo, pues las credenciales de Crespo para esa función estarían bastante desgastadas.
El bloque de centroizquierda, aunque con una bancada fuerte como la de la UNE (33 diputados), apenas si sumaría 38. Eso, si logra apoyarse en Winaq, URNG y Convergencia.
Líder seguirá siendo así la fuerza decisiva porque, si bien con sus 46 diputados (y aun sumando a sus aliados naturales de UCN —7—) no tiene el número suficiente para bloquear la agenda legislativa si todas las otras bancadas se lo proponen, puede inclinar la balanza hacia uno u otro lado, dependiendo de cómo puedan satisfacerse los intereses de corto y mediano plazo de sus miembros.
Claro, todo lo anterior solo tiene sentido si los grupos funcionaran a partir de referencias partidarias concretas, con propuestas programáticas definidas y controladas estrechamente por sus afiliados. Sin embargo, eso no es lo que se prevé, por lo que será preferible que quienes sueñan con reformas políticas las esperen sentados porque, con este sistema político que tenemos, la cuestión seguirá como hasta ahora.
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