Oyendo, pensé en el poder de las manos. E irremediablemente vino a mi mente la exposición en el Museo Reina Sofía sobre la obra de Margarita Azurdia (1931-1998), cuya curaduría estuvo a cargo de Rosina Cazali. 150 piezas conforman un esfuerzo colectivo de colección, llevado adelante por la fundación "Milagro de Amor", enfocada en la obra de Azurdia.
Para quienes nos adentramos en la obra de Margarita Azurdia, entrar en las salas de aquel museo fue descubrir una artista capaz de transitar por distintos proyectos artísticos, desde lienzos descomunales tomados por motivos geométricos que recuerdan los diseños de los textiles mayas hasta los montajes de la llamada Homenaje a Guatemala que evocan los altares de los pueblos del altiplano guatemalteco, en donde el sincretismo cultural y religioso ocupa un lugar central. Imposible dejar de conmoverse con los colores y figuras que transmiten los movimientos híbridos –también esquivos– de la propia identidad guatemalteca. Estos montajes los llevó a cabo Margarita Azurdia junto a artesanos y, evidentemente, una línea de interés que me asalta es recomponer el proceso de trabajo conjunto. De estos montajes, para las mujeres cuya educación sentimental se ubica en un país militarizado (me incluyo), las figuras de mujeres poderosas y corpulentas que sostienen metrallas constituyen una metáfora de la apropiación de las propias armas, en fuga de la minusvaloración y el victimismo.
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Pero también la obra de Margarita Azurdia no se entiende sin la vida en el extranjero, en París particularmente. Pienso entonces en otras artistas y escritoras guatemaltecas y centroamericanas que, a lo largo del siglo XX, experimentan estéticas en aquella ciudad para atajar una subjetividad compleja que exige claves de entendimiento. Es el caso de la escritora guatemalteca María Cruz o de la pintora y escritora salvadoreña Consuelo Suncín, por ejemplo. París y la exigencia de espacios pequeños determinan dos proyectos artísticos más en el arte de Azurdia, que conjugan dibujos de trazos infantiles y palabras clave: Rencontres e Iluminaciones. Del primero, centrado en el cuerpo y un interés naciente en la danza, hay un dibujo que interpela lo que es la vida: crisis y recomposiciones. Se trata de una figura bailarín-bailarina que, con los brazos horizontales, mantiene precariamente el equilibrio en una cuerda que une dos montañas, mientras abajo está el abismo. No hay tragedia, empero en este dibujo, sino gracia entendida como habilidad y como don. La gracia que nos da el cuerpo para sobrevivir.
Las últimas salas nos llevan a la infancia y la danza. Recuerdos de Antigua son dibujos autobiográficos que según leo «permite desbloquear procesos traumáticos del pasado». Exigiría para entender mejor esta serie una lectura más profunda de la vida de Margarita Azurdia –la muerte prematura de la madre es un hecho–, pero sin ese conocimiento, sí llama la atención el imperativo de ordenar el espacio, de situar en el lugar de la memoria, las coordenadas de una infancia. Quizás los pequeños mapas sencillos y las narrativas condensadas en la lengua inocente de la niña representan el espacio como una construcción fundante del ser humano, no como algo dado. Todos construimos nuestros espacios y a ellos volvemos en el recuerdo. Tal vez en esa vuelta sea contestada la pregunta de la pintora/poeta: cómo empezar a hablar, a divertirme.
Del trabajo con materiales Azurdia pasa al trabajo con el propio cuerpo. Le interesa investigar las danzas rituales y el poder que une movimiento y meditación, cuando regresa a Guatemala. Lo hace primero a través del grupo Laboratorio de Creatividad y luego continúa con otras mujeres la labor de pensar y organizar puestas en escena de danza. Rememorando el podcast con el que iniciaba este texto, Margarita Azurdia podría haber sido una monja posmoderna que en la danza se revitalizaba, se hacía mística.
Margarita Azurdia fue poeta, quizás la faceta menos conocida. De esa poesía fragmentaria dice Lucrecia Méndez de Penedo resalta «la purificación» en cuanto síntesis y rechazo al artificio. Una poesía en la que se lee : «Cuando me enfrento a lo cotidiano/sola/a secas y sin masticar/sin música de fondo/sin cigarro/sin copita/ sin babyrose/sola ante el universo/de día a día/ sin compañía/y en el silencio/ de mi interior/ lo más probable/ es que prenda el fuego/ y me ponga a cantar.»
El arte polifacético de Margarita Azurdia, en esta exposición, está sostenido por el sólido trabajo curatorial de Rosina Cazali, quien una vez más demuestra el gran talento para hacer legible el arte mediante narrativas claras y sugerentes. Su larga carrera como curadora e historiadora del arte en Centroamérica proporcionan densidad y sentido histórico a los cuadros, esculturas, montajes y danzas que componen la obra de Azurdia.
Sin caer en la ingenuidad de validar el arte por el lugar de exhibición, sí se puede afirmar que la magnífica exposición retrospectiva de Margarita Azurdia en el Museo Reina Sofía marca un momento significativo en la historia reciente del arte guatemalteco. Representa también una oportunidad para visitar y revisitar en artículos y libros a esta artista, que al autonombrarse de diversas maneras apelaba a la versatilidad como principio. Ella es Margarita Azurdia, Margarita Rita Dinamita, Anastasia Margarita.
En los tiempos oscuros que vive Guatemala, la obra de Azurdia puede constituir un espacio de retiro para volver a imaginar el país.
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