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Una estudiante del básico de la Escuela por Cooperativa de Las Peñas, Esquipulas, estudia con una tablet recibida en donación. Julie López

Mientras la deserción escolar aumenta en el país, una escuela de Esquipulas logra atraer estudiantes

«Le pedí a los maestros que nos turnáramos cada semana para pagar cada uno de su salario el papel, la impresión y las fotocopias».
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Mientras la deserción escolar aumenta en el país, una escuela de Esquipulas logra atraer estudiantes

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Crearon alternativas para retener a sus estudiantes, y aumentar la matrícula, años antes de que el Covid19 llegara al país. Las medidas tuvieron un mayor impacto durante la pandemia y, en 2021 tiene más alumnos que en 2019.

En una zona montañosa de Esquipulas, Chiquimula, la Escuela Oficial Rural Mixta Las Peñas, en la aldea Las Peñas, recibe más estudiantes desde que comenzó la pandemia del COVID19, en contra de la tendencia nacional hacia el abandono escolar. En 2020, el Ministerio de Educación (Mineduc) suspendió las clases presenciales en favor de educación a distancia, en línea o con guías de autoaprendizaje (material impreso de estudio), pero en muchas escuelas ambas alternativas son un reto.

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La escuela en Las Peñas tiene los mismos desafíos: la mayoría de los estudiantes no puede pagar internet y, quienes pueden, tienen acceso limitado o nulo de señal e interrupciones en el servicio de electricidad, o no se pueden permitir imprimir, cada semana, las guías de estudio. En Esquipulas, la pobreza alcanza a la mitad de la población y se concentra en las zonas rurales: familias sin servicios de salud, sin agua, sin electricidad ni educación. Allí, la deserción crece.

La escuela en Las Peñas está a 28 kilómetros o 45 minutos en vehículo de la cabecera de Esquipulas. La mitad del trayecto, que es de terracería, requiere transporte en moto o pickup de doble tracción. Recorrer a pie ese tramo puede llevar por lo menos media hora, o más, cuando llueve. El terreno rocoso y de tierra caliza, es resbaladizo y peligroso. Luego, a una elevación de unos 1,300 metros sobre el nivel del mar, y de espaldas a colinas que son territorio hondureño, la escuela y parte de la aldea están afuera de la cobertura de todas las empresas de internet en Guatemala. En la escuela, cuando hay electricidad, cualquiera con teléfono inteligente recibe el mensaje de texto «Bienvenido a Honduras», la invitación a usar la señal del país vecino por roaming, a 11.90 quetzales el minuto. Es una tarifa que ningún estudiante puede pagar, considerando que la jornada de estudio en casa es de al menos cinco seis horas al día. Por sólo una hora tendrían que pagar 714 quetzales, casi el presupuesto mensual de algunas familias.

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En 2019, niños y adolescentes de Las Peñas y otra aldea atendían clases de párvulos a tercero básico (el grado más alto en la escuela). En 2021, pese a los desafíos del estudio a distancia, la escuela ahora tiene estudiantes de básicos de cinco aldeas: Las Peñas, San Francisco Buena Vista, Potrerillos, Rincón de María y Agua Buena. Eso, aunque la mayoría de los alumnos caminan entre dos y cinco kilómetros para llegar en las escasas ocasiones en que hay clases presenciales, cuando el semáforo de la pandemia está en amarillo.

En párvulos, la matrícula anual de estudiantes rondaba los 10 a 12 estudiantes hace dos años. El año pasado subió a 22, y este año, a 28 (280% mayor al promedio previo a la pandemia). En 2021, la matrícula de primaria aumentó de 52 a 59 alumnos, el 13%.

En los básicos, la matrícula aumentó un 52%, de 27 a 41 alumnos, cuando lo usual antes de 2020 era que perdieran al menos cinco estudiantes anualmente porque sus padres los enviaban a EE.UU., migraban por cuenta propia, o viajaban con sus padres a otros municipios o departamentos por trabajo estacional, según Horacio Fernández, director de la escuela. Cifras de la Secretaría General de Planificación (Segeplan) indican que cerca del 4% de la población del departamento de Chiquimula viaja a otros municipios, departamentos o a suelo estadounidense. 

El director, también miembro del Sindicato de Trabajadores de la Educación de Guatemala (Steg), afirma que los básicos eran los grados con mayor deserción desde antes de la pandemia, y que la cobertura de educación básica en las áreas rurales apenas alcanza el 15%, aunque a nivel país es del 47% estandarizado (el Mineduc afirma que es del 49% con base en el censo 2018, pero datos de cobertura neta en 2019 indican que era del 42%).

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Las cifras nacionales preliminares de deserción, que el Mineduc divulgó en abril pasado, registraban que en 2020 no superó el 5% desde preprimaria hasta diversificado, un porcentaje menor que en 2019. Hasta esta publicación, el Mineduc no había proporcionado cifras finales, aunque se le solicitaron el 1 de junio pasado. Según su portal, en Esquipulas y el resto de Chiquimula, el año pasado y antepasado, seis de cada diez niños de edad escolar estaban estudiando. El dato a nivel país es de siete niños de cada diez.

La clave que aumentó la matrícula en Las Peñas

No fue sólo una cosa.

Comenzó con el Programa de Alimentación Escolar, que funciona en todas las escuelas públicas. Sin embargo, desde que empezó la pandemia, y porque golpeó con mayor fuerza los municipios con una población rural pobre, el impacto de alimentos gratuitos es mayor en esos municipios. Eso explica que en párvulos y primaria la matrícula subiera por este programa.

«El incentivo es que el niño se inscribe en la escuela y tiene acceso a los alimentos (4 quetzales diarios), que el gobierno aporta», dice Fernández. «Para algunos padres, párvulos es una pérdida de tiempo; dicen que los niños sólo van a la escuela a jugar, pero no se dan cuenta que el juego a esa edad es un método de enseñanza y aprendizaje; no han cambiado de pensar, pero ahora las bolsas con alimentos son el gancho».

Para el director, la razón para que inscriban a los niños es lo de menos. Lo que le importa es que los niños reciban clases, aun si es a distancia, desde que comenzó la pandemia.

Hasta 2019, un comité de madres preparaba los alimentos en la cocina de la escuela para el desayuno de los niños, porque el presupuesto no incluye fondos para pagar esa parte, y los estudiantes los consumían en la escuela.

Desde marzo de 2020, por la pandemia y el requerido distanciamiento social, se suspendió el uso de cocina en la escuela, y el Mineduc entrega a cada familia una bolsa de alimentos (sin preparar) por cada estudiante de preprimaria y primaria, cada 25 días. Cada bolsa tiene un valor de 100 quetzales.

Como los alimentos los preparan cada familia en su casa, también pueden ser consumidos por otros miembros, un hecho que podría explicar también por qué la matrícula casi se triplicó, especialmente cuando se redujeron las fuentes de empleo o los medios para transportarse hacia donde hay trabajo.

El secretario de la junta directiva de Padres de Familia para primaria, que prefiere no ser citado por nombre, ganaba unos 800 quetzales como carpintero en los meses en que tenía mejores ingresos, antes de la pandemia. Un accidente laboral en 2020 le impidió trabajar durante un buen tiempo. Tiene dos hijos: uno de nueve años en primaria, y otro de cuatro en párvulos, y junto a su esposa se sostuvieron con los alimentos que recibían de la escuela, y ayuda de sus vecinos. «Aquí cuesta sobrevivir», dice, por si quedaba duda.

El Programa de Alimentación Escolar lo manejaba el Programa Nacional de Autogestión para el Desarrollo Educativo (Pronade) antes de 1999. Desde ese año, lo administra la Dirección General de Participación Comunitaria y Servicios de Apoyo (Digepsa). La alimentación llega a todas las escuelas a través de las Juntas Escolares, los comités de padres de familia y el Consejo Educativo, según Blanca Bran, quien integra el equipo de monitoreo del programa en Esquipulas.

«Cuando se entrega la alimentación escolar, la Organización de Padres de Familia (OPF) saca los listados y firmas (de los beneficiarios), y nosotros se los damos a un técnico de campo que verifica el proceso», explica Fernández. «La OPF traslada la información a la Dirección Departamental de Educación en Chiquimula, y yo la traslado al Steg, para hacer una auditoría cruzada». El director señala que el objetivo es registrar la ejecución de fondos para que no sean trasladados al fondo común del Mineduc.

«Antes de la ayuda, poco interés los niños le ponían a la escuela porque decían que mucho aguantaban hambre y ahora tenemos esa dicha de que tenemos desayuno», dice Rosa Lidia Alfaro de Rosada, presidenta de la OPF o Comité de Padres de Familia de Primaria.

Sorteado el problema de impedir que los niños reciban clases con hambre, el siguiente desafío es el costo de imprimir las guías de aprendizaje. Son páginas con lecturas y ejercicios de diferentes materias que las escuelas usan cuando la mayoría de los estudiantes no tiene los recursos para recibir educación en línea.

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En la escuela de Las Peñas, el papel y el gasto de impresión de las guías corre por cuenta de los maestros. De lo contrario, casi la mitad de los alumnos no podrían estudiar a distancia, ni siquiera con las guías.

«Los niños no pueden pagar eso (son al menos 20 páginas por niño, por semana)», dice Fernández. «Entonces, yo le pedí a los maestros que nos turnáramos cada semana, para pagar cada uno de su salario la compra del papel, la impresión y las fotocopias».

El gasto es de 760 quetzales al mes para fotocopiar guías para 59 alumnos, mientras que el salario base mensual de un maestro es de 4,222 quetzales. «En las escuelas con 700 alumnos no alcanzarían 5,000 quetzales al mes», dice el director. «Aunque el Mineduc tiene un presupuesto de 84 millones de quetzales para esos materiales, no le alcanza».

El programa «Valija Didáctica» para los maestros consiste en 200 quetzales al año para comprar insumos necesarios para impartir clases, unos veinte al mes, que también resultan insuficientes. Lo mismo sucede con el Programa Útiles Escolares, que destina 55 quetzales por niño al año para la compra de útiles.

«[Al principio de la pandemia], se empezaron a usar algunas plataformas para clases en línea, pero como no todos contaban con internet, o buen teléfono o señal, descartamos esa opción y seguimos con las guías», relata otro profesor, Jorge Mario Espinoza.

Los miércoles los maestros se reúnen para coordinar la entrega de las guías. Los jueves, los padres de los estudiantes de párvulos hasta primero básico se reúnen con los maestros en la escuela para revisar el trabajo que los estudiantes realizaron la semana anterior, hacer las observaciones o ajustes necesarios, y para explicarles cómo trabajar con sus hijos en las guías para la siguiente semana. Las escuelas entregan informes del proceso cada dos semanas al Mineduc. La jornada de la entrega de guías por lo general acaba un almuerzo en grupo, en un restaurante a un par de kilómetros de la escuela. Los seis maestros bromean entre sí, alrededor de una mesa larga y poblada de platos hondos con caldo de gallina, en un patio al aire libre. Es evidente que para ninguno de ellos ser maestro es un trabajo cualquiera.

Alimentos en primaria, tablets en secundaria

En los básicos, la oportunidad de estudiar con computadora e internet —dado el escaso acceso a tecnología para el estudiante promedio— es otro gancho. Resta atractivo a dejar la escuela entre quienes tienen acceso a educación secundaria.

Comenzó con un trabajo hormiga: con el apoyo de la municipalidad de Jocotán, se fundó una academia de mecanografía con 12 máquinas eléctricas en 2007. En 2014, se aplicó al programa de beneficios del Programa Gol Bantrab. Fernández todavía recuerda los detalles. «Cuando Comunicaciones le ganó a 2-1 a Xinabajul, se gestionaron 16 computadoras, se habilitó un local y [el suministro de] la electricidad, para iniciar clases de computación por medio de la Cooperativa Cosaco, RL, desde párvulos hasta básicos», afirma.

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En 2018, el Mineduc y el Gobierno de Israel renovaron las computadoras. Ya no eran de escritorio, sino tablets.

«Con las 16 computadoras se puede generar intranet, porque tenemos un dispositivo para que trabajen los de primero básico y los alumnos de primaria, y párvulos a nivel local», agrega Fernández.

Se trata de minicomputadoras que permanecen en el establecimiento porque son del Mineduc para los estudiantes de primaria, pero cuyo uso se extiende a los otros grados, según Espinoza, que imparte clases en Las Peñas desde hace tres años.

Este profesor afirma que es una de las pocas escuelas en el área rural del municipio que incorpora computación a la enseñanza. Datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) indican que el 79% de los estudiantes de básicos y diversificado en escuelas públicas no han tenido acceso a usar una computadora. La computación en una escuela tan remota, como la de Las Peñas, además es una rareza considerando que algunas ni siquiera tienen lavamanos o más de un salón.

En 2020, la escuela consiguió 13 becas que cubrieran gastos de estudio. En 2021, se renovaron y aumentó el número de las becas para cubrir el pago del servicio y la infraestructura de la red de internet satelital para todo el año (con la plataforma de Estudios Tzunum), además de útiles escolares para segundo y tercero básico. «Los cooperantes son el ingeniero Richard Grinnel y su esposa Marisol Guillén, una abogada que estudió en Las Peñas», afirma Fernández. «Son parte de 60 compañeros egresados de la escuela en 1980, que se denominan Promo 80». 

Mientras que párvulos y primaria funcionan como escuela pública gratuita, la secundaria es un instituto de básicos por cooperativa (desde mediados de los años 90). Los fondos del instituto los aportan los padres de familia, la municipalidad y el Estado. «Pero esa fue una forma del gobierno para zafar bulto con los sueldos», explica el director de la escuela. «Somos semi privados [en secundaria] para prestaciones, pero somos nacionales (públicos) para entregar resultados».

Para cinco maestros de secundaria, la escuela recibe mensualmente 8,500 quetzales, por diez meses, de la municipalidad y el gobierno. Cada maestro recibe 1,700 quetzales. Ni siquiera es el salario mínimo. «Estamos donando parte del sueldo que no recibimos para que estos alumnos estudien y es difícil la situación porque el Ministerio de Trabajo nos obliga a pagar 12 sueldos, aguinaldo, bono 14, pero [el Estado] sólo nos da diez sueldos», agrega Fernández.

En un principio, la cuota por estudiante era de 40 quetzales. Ahora es de 100 (50 por la academia de computación y mecanografía y 50 por servicios educativos). Desde que comenzó la pandemia, la capacidad de pago mermó aún más y por eso las becas, que cubren gastos de los 41 alumnos, han hecho una gran diferencia.

Según Fernández, es una escuela que debería funcionar con apoyo de la municipalidad, el gobierno central y los padres de familia, sin cobro, pero es imposible. Las donaciones incluyen también tablets que los alumnos se llevan a sus casas para estudiar a distancia, y son un incentivo para que no abandonen la escuela.

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Lavamanos tan importantes como la tecnología

Los maestros no podrían realizar ninguna actividad en la escuela, ni la entrega de guías, ni la ocasional semana de clases presenciales cuando el semáforo de la pandemia está en amarillo (sólo ha ocurrido una vez este año), si la escuela no tuviera cuatro lavamanos, tubería y un depósito Rotoplast para asegurar el suministro agua; todo, donado por la Promo 80. Estas son las medidas de higiene que el Mineduc exige para que las instalaciones de una escuela se puedan utilizar durante la pandemia.

Los lavamanos y baños con agua le permiten a la escuela optar al programa Gratuidad de la Educación, que le entrega 40 quetzales por niño a cada escuela para comprar escobas, trapeadores, o insumos como gel antibacterial, alcohol, toallas, termómetro infrarrojo.

Sin lavamanos ni agua, el programa resultaría inútil porque la escuela tendría que permanecer cerrada.

En la única semana en que el semáforo de la pandemia ha estado en amarillo en Esquipulas en lo que va de 2021, en febrero pasado, las clases presenciales se realizaron por turnos, por grado, para guardar el distanciamiento social

«Notamos que a los alumnos sí les hace falta un poquito más de enseñanza presencial, porque de saber, saben», dice Espinoza, que imparte inglés y matemáticas en básicos. «El proceso de aprendizaje es un poco más lento al trabajar a distancia, pero los padres de familia nos han apoyado al estar pendientes de los niños; después, si tienen una duda, nos llaman o nos mandan una foto, y nos preguntan, ‘mire, ¿eso qué es?’».

Una de las escuelas cerradas, a pocos kilómetros de Las Peñas, es la Escuela Oficial Rural Mixta caserío La Cumbre, Aldea Jagua. El nombre es casi más grande que la escuela, que sólo consiste en una galera de madera a la orilla de la carretera asfaltada, sin cocina ni baños, ni espacio para el distanciamiento social que requieren las actividades escolares presenciales.

En mayo pasado, la Organización de Padres de Familia, el Comité Comunitario de Desarrollo (Cocode) y el director de la escuela, Edgar Súchite, recibieron los planos y el estudio de impacto ambiental que tienen un costo de siete mil quetzales y que donó Pétreo Corporación, una oficina de arquitectos. «Para hacer obra física, una parte la pone la muni, y luego lamentablemente a los maestros nos toca mendigar y eso es lo que está haciendo la comunidad», explica Fernández.

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Énfasis en migrantes potenciales

En Las Peñas, las últimas tablets donadas tienen una dedicatoria: segundo y tercero básico, los grados donde había mayor abandono escolar antes de la pandemia. Muchos emigraban hacia EE.UU., como lo hacían en menor grado algunos estudiantes de primaria, o se empleaban en trabajo de campo con sus padres.

«En 2020, hubo bastante deserción en las otras aldeas», dice Fernández. «Sin acceso a educación (por falta de recursos), y los padres desempleados, muchos enviaron o llevaron a sus hijos a Estados Unidos. Migraron porque, por el toque de queda, no podían ir a trabajar en el corte» de café y otros cultivos. Otros se desplazaron a municipios o departamentos vecinos en el oriente en busca de empleos agrícolas estacionales.

El profesor Espinoza lo confirma. «La mayoría de los estudiantes se sale [de la escuela] para ir a Estados Unidos», dice. «Hoy tenemos en clase a varios que se fueron, pero no lograron pasar, y regresaron. Otros ya no vienen a clases porque les queda retirada la escuela, les toca caminar hasta diez kilómetros porque no hay bus, es raro encontrar jalón, y es difícil caminar cuando llueve, aunque sea la única escuela con básicos que tienen más cerca. Si no, cuando los padres tienen pocos recursos económicos, a los estudiantes les toca trabajar en una finca temprano y estudiar en la tarde, y sienten muy cansado hacer tareas en la noche y al día siguiente regresar a la finca, a la misma rutina».

En la deserción en otras escuelas, y en la migración de niños con sus padres hacia EE.UU., también incide la escasa cobertura de básicos, según Fernández.

«El programa se debería de estandarizar porque el niño saca sexto primaria y donde no halla que hacer, opta por migrar a Estados Unidos», explica. «Si hubiera cobertura de educación básica en las comunidades rurales, sería otra la realidad, no digamos si hubiera diversificado».

La cobertura neta nacional de diversificado es del 23%. 

José, un adolescente en básicos en Las Peñas, es uno de los estudiantes que no piensa en migrar. Todavía se ve en Chiquimula. Dice que le gusta estudiar con la tablet, y quiere ser mecánico. Su hermano quiere ser bombero y su hermana, doctora, «para ayudar a la gente». Aun en plena pandemia, y con clases a distancia, José quiere seguir estudiando.

«Esos alumnos que tenemos ya hubieran migrado a Estados Unidos, pero al brindarles la educación básica, se les retiene», dice el director Fernández. «Se notó la incidencia del uso de las tablets en segundo y tercero básico porque ahora hay alumnos de cinco aldeas, y antes sólo había de dos». 

El secretario de la junta de padres de familia de primaria dice que las clases de computación y con las tablet son una ventaja, porque usualmente sólo se imparten en la cabecera de Esquipulas. Es un gasto por el viaje que muchos no podrían pagar.

Espinoza explica que graban material en el disco duro de las tablets, como vídeos tutoriales, libros y otros recursos didácticos. Es material que se puede consultar sin necesidad de conectarse al internet, y sin energía eléctrica, para quienes carecen del servicio, o para quienes lo tienen, pero padecen apagones que pueden durar hasta 24 horas. Los días de entrega de guías los estudiantes de básicas aprovechan para cargar las tablets en la escuela, y cargar al sistema la tarea que trabajaron fuera de línea en sus casas.

«Todo el material está en las tablets, y uno sólo se vuelve un facilitador», dice Espinoza. «Los estudiantes interactúan un poco más con el material porque pueden trabajar en cualquier horario; dicen que ni sienten el tiempo cuando estudian».

Desafíos de clases a distancia

Espinoza estima que, de 37 estudiantes en básicos, tal vez tres o cuatro tienen internet residencial. La mayoría usa internet en tarjetas de teléfono, aunque es difícil captar señal debido a la ubicación remota de las aldeas. Los padres sólo utilizan recargas esporádicas en un teléfono inteligente para resolver dudas con los maestros por WhatsApp. Muchos de estos padres sólo cursaron primaria, y ni siquiera completa.

El secretario de la Junta Directiva de Padres de Familia para primaria cursó hasta cuarto primaria, pero eso no lo desanima. «Con las guías, entre los dos, con la esposa, les echamos la mano a los hijos», dice.

Aracely Erazo, presidenta de la Junta de Padres de Familia de Primaria y residente de Las Peñas, enfrenta desafíos similares, y de jornadas largas. «Se quiebra la cabeza uno porque cuando yo estudié, no estudiamos lo que ahora se estudia», dice Erazo, quien empieza su día a las seis de la mañana, haciendo limpieza, y cociendo maíz para hacer masa, y las tortillas para el desayuno, mientras sus hijas empiezan a estudiar. «Hay cosas que puedo explicarles a las niñas, y hay cosas que le pido a la grande que le explique a la niña, porque yo no entiendo, o nos toca mejor preguntar en Google, o a los maestros», explica.

Erazo es madre de una adolescente de 13 años y una niña de siete, que cursan sexto y primero primaria. «Lo bonito es que mi hija grande bastante le entiende y le explica a la otra niña, y le ayuda en las guías a la chiquita; ellas siempre están estudiando, a veces como desde las 9 de la mañana hasta las cinco, en la mera tarde».

Según Espinoza, enviar un mensaje de texto o hablar por teléfono con los padres es todo un reto, porque deben tener suficiente saldo, señal de internet y energía eléctrica (los apagones son frecuentes), lo cual reduce las ventanas de oportunidad para comunicarse. Los maestros procuran contestar en cualquier momento. «A cualquier hora, y uno debe tener paciencia y comprender al padre de familia, porque no todos tienen recursos para comunicarse», dice el profesor.

Para algunos profesores la situación es complicada porque tienen familia, u otros empleos. Espinoza, por ejemplo, tiene 29 años y es soltero, pero es periodista multimedia y ha recibido llamadas o mensajes de texto cuando está transmitiendo en vivo. El 19 de mayo, por ejemplo, en la cabecera de Esquipulas, cubría el incendio en una vivienda donde murieron una bebé de nueve meses, y dos niñas de tres y siete años, cuando comenzó a recibir llamadas y mensajes de texto.

«Comencé a transmitir en vivo, se me salían las lágrimas, y de repente, en medio de la transmisión, cae un mensaje», relata Espinoza. »No sabía si debía responderles y cortar la transmisión, pero a veces toca seguir. Después devolví como siete llamadas y mensajes, probando a diferentes horas, porque no entraban, imagino que porque no tenían luz».

Espinoza dice que no le importuna estar pendiente siempre de mensajes y llamadas. “Quiere decir que están interesados”. “Hemos tenido a veces el problema de que no preguntan, no dicen nada, no hacen tareas, y otros casos en que los padres están bastante pendientes. Es satisfactorio porque, aun con las limitaciones, hay alumnos que están aprendiendo”.

Para facilitarle a los padres y estudiantes una asistencia más ágil, los maestros acordaron cubrir una materia por día, y ese día todos resuelven dudas acerca de esa materia. De manera que los estudiantes o sus padres puedan llamar a cualquier maestro. Si no ubican a uno, hay otros cinco que pueden ayudarles.

No todos los incrementos de matrícula en todas las escuelas públicas son el producto de iniciativas para retener a los estudiantes. En la cabecera de Esquipulas, la matrícula subió hasta un 40% porque los estudiantes que migraron en 2020 desde los colegios privados, que sus familias ya no podían pagar, según Fernández. Es el mismo porcentaje de deserción en los colegios privados a nivel nacional en el primer semestre del año pasado, por el impacto económico de la pandemia y la pérdida de empleos. En Esquipulas, Fernández afirma que el Mineduc no aumentó el número de docentes. «Hay un déficit de 125 maestros, entre primaria, preprimaria y básicos», señala. “Faltan unos 800 a nivel departamental (en Chiquimula), y 31,000 a nivel nacional, porque hay casi medio millón más de alumnos” en las escuelas públicas.

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Las Peñas, habituada a los desafíos

Los desafíos para la escuela no comenzaron con la pandemia. En 2007, cuando Fernández llegó a la escuela, había dos aulas y un salón para primaria y básicos. La cocina era una esquina para un fogón. No había dinero para más. Para 2014, la escuela había duplicado el tamaño.

El director de la escuela comenzó a organizar bailes para los estudiantes los fines de semana, para recaudar fondos. Cada ocho días rogaba a los padres de hijas adolescentes para que les dieran permiso de ir al baile. El profesor, a cambio, se comprometía a ser el chaperón. Las adolescentes entraban gratis. «A los patojos les cobraba 20 quetzales a cada uno; si no les alcanzaba, les aceptaba 15 o 10, y así fuimos juntando para comprar cemento, block, hierro y láminas», relata. «Construimos un salón, y una cocina grande con parrillas y hornos, y una bodega, cuando se preparaba la comida en la escuela».

El material que les sobró lo usaron para construir un aula para párvulos sobre una cancha de basquetbol que nadie usaba.

«Aquí la gente no juega eso», dice. También consiguió barrotes y ventanas que iban a acabar de ripio cuando un instituto en Esquipulas remodeló su edificio. El aula de párvulos, y la de otro grado, tienen puertas de un lote que la Superintendencia de la Administración Tributaria (SAT) donó. Pertenecían a una carga de contrabando incautada, que llegó a Guatemala en barco desde Panamá.

La construcción del aula de párvulos, en 2014; la introducción de agua potable, la construcción de un muro perimetral y la pavimentación parcial de una calle de acceso a la escuela fueron cofinanciadas por la Municipalidad de Esquipulas (73 mil quetzales) y colectas entre padres de familia y vecinos de la comunidad (68 mil quetzales). Ello pese a que el Mineduc tiene un programa de remozamiento y cada escuela que califica, según su grado de deterioro, recibe un desembolso único de 35 mil a 75 mil quetzales. Sin embargo, en 2019 sí recibieron esta última suma para remozar la escuela y construir un salón para computación.

Un plan que no es infalible

Pese al aumento de la matrícula en la escuela de Las Peñas, las condiciones económicas en los hogares de algunos estudiantes son frágiles.

«La situación se ha puesto difícil», dice Erazo, madre soltera. «Aquí no hay trabajos, sólo en el campo; yo he trabajado en el campo, con azadón, con machete, pero ya con los años uno ya no aguanta”.

Pocos tienen recursos para viajar todos los días a Esquipulas a buscar empleo. Entonces, apuestan a enviar a sus hijos a la escuela, algunos, a cambio de los alimentos; otros, para que reciban más educación de la que ellos recibieron.

Algunos igual abandonan la escuela porque no tiene diversificado. El lugar más cercano donde hay es Esquipulas cabecera. Está a 40 minutos en vehículo, pero el transporte, encarecido por la pandemia, les cuesta 60 quetzales ida y vuelta. La familia promedio no puede pagar 300 a la semana sólo en transporte. Prefiere enviar a sus hijos a EE.UU., o que consigan un trabajo agrícola para aumentar el ingreso familiar. En mayo, según Fernández, dos estudiantes de básicos dejaron la escuela para migrar a Estados Unidos. En Las Peñas, maestros, estudiantes y padres aseguran que en todas las familias de la zona hay por lo menos una persona que viajó a EE.UU. y les ayuda a sostenerse con remesas.

Dania, una adolescente de 15 años que cursa segundo básico en Las Peñas, recordó a un estudiante que iba a regresar a la escuela este año, pero emigró en marzo pasado. El papá era albañil, y la mamá, enferma, no podía trabajar. Apenas lograban conseguir comida, entonces el hijo viajó y ya comenzó a enviarles remesas. En otros casos, el abandono no es asunto de pobreza.

«Tengo un hermano de 20 años que está en Estados Unidos; se fue hace tres», dice Dania. Sus padres le habían ofrecido pagarle los estudios de diversificado, y el transporte, pero él ya no quiso seguir estudiando. «Decidió irse para hacerse de sus cosas», agrega. «Se quedó en quinto primaria, iba a entrar a sexto».

Se trata de los casos que la escuela no puede retener con tablets o bolsas de alimentos, ni la disponibilidad de los maestros por teléfono a toda hora. Aun así, Fernández afirma que la escuela tiene planes para solicitar ayuda a oenegés para abrir diversificado, y retener a quienes desertan por no contar con esa opción. El proceso podría tomarles por lo menos dos años. Es una carrera contra la migración por pobreza y, sobre todo, contra el tiempo porque el principal promotor del incremento a la matrícula, el director actual, ya habla de retirarse.

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