Claudia abandonó el país porque aquí le habían asesinado la esperanza, la ilusión de crecer y desarrollarse, por ser parte de esta patria que, infame y egoísta, la expulsa y aún así la utiliza. Una economía que sobrevive del trabajo sobrexplotado de los migrantes la había programado, por ser mujer, indígena, pobre y laboriosa, a servirles de sostén a su holgazanería y a sus irresponsables ambiciones de enriquecimiento.
Las remesas en los últimos ocho años se han duplicado. Pasaron de cuatro mil millones de dólares estadounidenses en 2010 a más de ocho mil millones en 2017, lo que indica que año con año son más y más los guatemaltecos que, desesperados, se marchan del país para sostener con su trabajo una economía que no solo los excluye, sino que los utiliza para mantener su equilibrio.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), un poco más de seis millones de habitantes dependen de los envíos de los migrantes para sobrevivir, lo que significa que más de la tercera parte de los guatemaltecos son sostenidos por los que el fracaso económico del país ha expulsado. Según los datos del Banco de Guatemala, las remesas representaron el año pasado el 11.5 % del producto interno bruto del país, de manera que constituyen seis veces lo que ingresó por inversión de capital directo y mucho más aún de lo que ha dejado en divisas el turismo.
Sin el aporte diario de los migrantes, la economía guatemalteca colapsaría. Son ellos los que dinamizan el consumo interno que las felices e irresponsables clases medias usufructúan, pues son las remesas las que mantienen el dólar barato, las que permiten que los comerciantes mantengan en movimiento sus stocks.
Claudia quiso ser parte de los que se quedaban y se compró el discurso de que estudiando saldría adelante. Se graduó de perita contadora e intentó continuar estudios universitarios, pero muy pronto constató que no podía ni obtener trabajo ni ingresar a una universidad. La ausencia de espacios laborales y la precaria formación recibida, producto de un sistema educativo engañoso y deficitario, funcionaron como cañón para que la bala asesina le acertara. Esa educación pública y privada en harapos es parte de los asesinos de Claudia.
Descubrió de inmediato que la miseria, la falta de solidaridad, el racismo y el sexismo seguirían presentes, que los que dirigen esta economía fracasada y se alimentan de ella la tendrían siempre en la miseria, por lo que, ambiciosa, decidida y desesperada, como lo están todos los que salen a jugarse la vida en un viaje duro e inclemente a Estados Unidos, prefirió ser agredida y maltratada por otros a cambio, imaginó ella, de un ingreso que le permitiera pagar la cuota de sangre, sudor y lágrimas que los dueños del país les exigen a todos los pobres, pero pudiendo darles algo a los suyos para sobrevivir con un poco de dignidad.
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Pero llegando a Estados Unidos se encontró con un régimen criminal que asesina dentro y fuera de sus fronteras. Sin más armas que su deseo de sobrevivir con su trabajo honrado, el asesino la imaginó su enemiga, pues los honrados no tienen espacio en el territorio donde la mentira y el racismo se han enseñoreado. Sin más equipaje que sus sueños, el guardia se los destrozó de un solo tiro, sin siquiera preguntar o intentar detenerla. Programado para odiar, su arma de fuego fue el primero y único instrumento usado para supuestamente cumplir su función, que, más que de guardián, fue de verdugo.
El crimen solo pudo ser conocido y difundido porque la honestidad, la dignidad y la rabia de la ciudadana estadounidense de origen mexicano Marta Martínez la llevaron a transmitirlo en vivo en las redes sociales. A pesar de ello, ni el Gobierno de Guatemala ni los medios de comunicación conocen la identidad del asesino, como tampoco el informe médico forense que permite saber con exactitud las causas y condiciones en las que el asesinato se produjo.
Si bien todo lleva a suponer que el disparo fue a quemarropa, con características de ejecución extrajudicial, el silencio cómplice de los Gobiernos del estado de Texas, de Estados Unidos y de Guatemala llevan a suponer que muchos otros asesinatos han sucedido anteriormente y que este puede quedar impune si la sociedad no se moviliza.
Guatemala está urgida de una política económica que deje de expulsar ciudadanos y que genere empleos suficientes para que todos tengan ingresos dignos. Pero para ello se necesita un amplio pacto social que deje de lado, de una vez por todas, la corrupción, el amiguismo y el tráfico de influencias. Sin una enérgica protesta de parte del Gobierno, el crimen seguramente quedará impune. Jimmy Morales y su séquito no son de los que se la jueguen por Guatemala, por lo que tendremos que ser los ciudadanos, cada quien con su propia voz, quienes exijamos juicio y sanción para el culpable, así como una modificación drástica de la política y la economía nacionales para hacer el país vivible para todos.
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